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21/09/2011 | Perú: Entre la gobernabilidad y el estatismo

Jaime de Althaus Guarderas

Más de una vez hemos señalado la paradoja de que el apoyo y la satisfacción con la democracia fueran mayores en los noventa con Fujimori, que en los 2000 con Toledo y García.

 

Es probable que si el Latinobarómetro hiciera la encuesta ahora, en que el presidente Humala tiene una aprobación alta, pues encontraría también una mayor satisfacción con la democracia que en años anteriores. Lo que es bueno, porque esa forma de gobierno recupera legitimidad, y por lo tanto gobernabilidad, aunque la población no necesariamente entienda por democracia la democracia liberal —es decir, aquella manera de limitar el poder—, sino que, acaso, más bien lo que reclama es un gobierno o un gobernante más fuerte y más cercano, más identificado con los problemas propios y capaz de ayudar a resolverlos. Garante de orden y progreso.

Eso fue lo que la gente vio en Fujimori y eso es probablemente lo que empieza a ver en Humala. Incluso la razón por la que votó por él, y también por Keiko, en la medida en que ella encarnaba, también, la nostalgia del padre ausente. Humala ha tenido dos actitudes decisivas en ese sentido. La primera es que ha decidido encabezar personalmente la lucha contra la inseguridad y la delincuencia, presidiendo el Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana (aunque está por verse si este mecanismo resulta eficaz). Es algo que, salvando las distancias y las diferencias de gravedad, equivale a la decisión de Fujimori de encabezar, en su momento, la lucha contra la subversión.

De hecho, Humala se ha propuesto, además, terminar con las columnas narcosenderistas del Valle de los Ríos Apurímac y Ene (VRAE). Ha exigido una estrategia para conseguirlo, aunque hasta el momento son los senderistas los que dan los golpes. La segunda es que ha empezado a viajar a los distritos rurales alejados con un mensaje todavía muy genérico, pero que transmite claramente la idea de que se propone liderar el esfuerzo de los pueblos por salir de la pobreza y conectarse al mercado. La gente siente que tiene un presidente suyo. Es lo que nunca hicieron Toledo ni García, y que, desde esta columna, les reclamamos siempre. Se pasó de la personalización del poder de Fujimori a su descentralización desordenada e ineficiente.

Por supuesto, para afiatar su método de gobernabilidad y su relación directa con el pueblo, Fujimori concentró poder, suprimió intermediaciones, socavó a lo que quedaba de los partidos y montó un neoclientelismo tecnocrático que resultó muy eficaz. Humala podría tener la tentación de hacer algo parecido, considerando que no hay partidos organizados y que, como Fujimori, cuenta con el apoyo de las Fuerzas Armadas. Pero ya no estamos en una grave emergencia nacional como en los noventa, carece de mayoría en el congreso y el Estado se ha descentralizado.

Habrá que estar atentos. El problema mayor, por ahora, es la tentación estatista en la economía, fuente de retraso económico y, a la larga, de autoritarismo político.

El Cato (Estados Unidos)

 


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