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05/11/2012 | EE.UU.: Un ídolo falso, un arma cargada

Gene Healy

En la primavera de 2008, mucho antes de que el Senador Barack Obama hubiese asegurado la nominación por el Partido Demócrata, escribí un libro llamado El culto a la presidencia (en inglés), argumentando que por mucho tiempo los estadounidenses habían recurrido a la presidencia para demasiadas cosas. Las esperanzas y sueños que habíamos vertido en la posición la habían transformado en una monstruosidad constitucional, demasiado poderosa para ser confiada y demasiado débil para cumplir con los milagros que de ella esperábamos.

 

Pensé que había dicho lo que pensaba acerca de esta cuestión. Luego Barack Obama ascendió a la presidencia encima de una ola de adulación sin precedentes, prometiendo poner sus manos sobre “el arco de la historia” y “doblarlo una vez más con la esperanza de que habrán mejores días”.

Cuando se trata de cultos presidenciales, Barack Obama ha resultado dar cada vez más de qué hablar. Para parafrasear a Michael Corleone, “Cada vez que intentaba salir…él me arrastraba de nuevo hacia adentro”.

Como explico en mi nuevo libro electrónico Ídolo falso(en inglés), “Ningún jefe ejecutivo del gobierno federal en la memoria reciente ha hecho tanto como el presidente del “Si podemos” para despertar el anhelo de los estadounidenses por la salvación presidencial; ni tampoco ha habido un presidente reciente que haya hecho tanto para aumentar el dominio de la presidencia sobre la vida de los estadounidenses”.

En un importante artículo nuevo para la revista Newsweek titulado “La acumulación de poder en el ejecutivo del Presidente Obama”, Andrew Romano y Daniel Klaidman indican que Obama ha “expandido su autoridad doméstica en formas que su predecesor nunca lo hizo”. Frustrado por la resistencia del congreso a su agenda, él ha adoptado la estrategia del “gobierno mediante dispensas”, reestructurando la legislación de asistencias sociales, de educación e inmigración mediante dispensas y decretos reales.

“Obama está escribiendo el manual de cómo reaccionar para los próximos presidentes: Cómo obtener lo que desea aún cuando el congreso no se lo concede”, Romano y Klaidman escriben. El resultado es “una especie de carrera de armas inconstitucionales: Un nuevo estado normal que usualmente evade el proceso legislativo concebido por nuestros Padres Fundadores”.

Lo cierto es que no hay un candidato a la presidencia listo a entrar allí y restaurar la normalidad. El mesianismo presidencial infecta a Romney y sus partidarios también. En el podio y en sus propagandas de campaña, el gobernador Romney insiste que esta es “una elección para rescatar el alma de EE.UU.” En un discurso reciente en el Virginia Military Institute, dejó claro que sus ambiciones van mucho más allá de preservar la Constitución y ejecutar las leyes: “Es la responsabilidad de nuestro presidente utilizar el gran poder de EE.UU. para influenciar la historia”, le dijo a los cadetes.

En las respuestas que Romney dio el año pasado a un cuestionario acerca del poder ejecutivo, él sugirió que el presidente si tiene un gran poder: Podía iniciar una guerra sin la aprobación del congreso, ordenar el asesinato de ciudadanos estadounidenses con ataques de aviones no tripulados y utilizar las fuerzas armadas de EE.UU. para arrestar a ciudadanos estadounidenses en territorio estadounidense.

Romano y Klaidman indican que Obama “ha sido conocido, durante discusiones acerca de la autoridad ejecutiva, por preocuparse acerca de ‘dejar un arma cargada suelta por ahí’”.

No parece que Obama ha perdido mucho el sueño por esto. Pero para el resto de nosotros, esa metáfora debería concentrar la mente maravillosamente. Incluso los partidarios más fanáticos deberían luchar por ver más allá del próximo ciclo electoral y reconocer que los poderes forjados en una administración generalmente son heredados por la siguiente.

“He abandonado los principios de libre mercado para rescatar al sistema de libre mercado”, proclamó el presidente George W. Bush en diciembre de 2008. Al hacerlo, se aseguró de que el presidente Obama herede asombrosos nuevos poderes sobre la economía estadounidense, efectivamente convirtiéndose en jefe ejecutivo de la industria automotriz estadounidense y muchas otras cosas más.

El sucesor de Obama —ya sea que llegue después de las elecciones de 2016 o de las que se realizarán ahora— heredará un Estado de Vigilancia Nacional expandido y una “lista de asesinatos” que incluye ciudadanos estadounidenses.

El “Culto de Obama” está desapareciendo. Pero los poderes que hemos cedido a la presidencia permanecerán —un arma cargada que podrán blandir futuros presidentes.

Este artículo fue publicado originalmente en The DC Examiner (EE.UU.) el 23 de octubre de 2012

El Cato (Estados Unidos)

 


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