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06/01/2013 | Argentina - Jugando a la revolución con la democracia

Jorge Fernández Díaz

La cita pertenece a Thomas Jefferson, pero la trajo estos días a la memoria de los argentinos José Nun: "No hemos luchado tanto para finalmente tener en el poder un despotismo electivo". Es tan relevante el concepto como quien lo deja caer.

 

 Discípulo de Alain Touraine, compañero de Fernando Henrique Cardoso, antiguo jefe de Ernesto Laclau y luego uno de los politólogos más eminentes de América latina, Nun fue secretario de Cultura del kirchnerismo y sigue considerándose un "ferviente defensor del proyecto nacional y popular". Sin embargo, advierte que es necesario dar una batalla para que el propio gobierno de Cristina Kirchner no ceda a la tentación de transformarse en un "despotismo electivo".

Según la Real Academia, despotismo es "autoridad absoluta no limitada por las leyes; abuso de superioridad, poder o fuerza en el trato con las demás personas". Alertando sobre este riesgo, Nun sale al cruce así de las teorías que una franja del corpus intelectual del oficialismo expresa o murmura. Porque existe dentro del extremo kirchnerismo la idea nunca declarada de que la democracia tal y como la conocemos ha sido la culpable de todos nuestros males económicos.

Aclaremos, en principio, qué entienden estos heraldos por democracia: un sistema de alternancia (boba) cuya división de poderes facilita la acción de las corporaciones. Para ellos, ser un demócrata es ser un liberal. Y ser un liberal es ser un derechista, un facho, un esclavo del poder empresario que propicia la desigualdad. Nunca como durante los primeros veinte años de democracia en América latina hubo tanta desigualdad económica, susurran algunos ultrakirchneristas. Vale decir que el fracaso económico no es culpa de la ineficacia rotunda de las dirigencias locales sino del mismísimo sistema democrático, que fue concebido por el liberalismo para permitir una sucesión de pérfidos gobiernos conservadores. Lo único legítimo que tiene la democracia burguesa es el sufragio, suficiente indicador para que una mayoría numérica se siente en el trono del Estado e imponga con arbitrariedad la política total de un país. El sufragio les permite incluso vanagloriarse de la democracia. Pero cuando hablan de ella, esconden la verdadera idea fuerte: la democracia republicana es regresiva. Sólo la nacional y popular es una verdadera democracia. Un periodista oficial sin preparación política, adoctrinado a toda prisa por estos intelectuales, supo sin embargo traducir la idea en una frase corta e inconveniente: "La democracia es de derecha", dijo por televisión. Por lo tanto, las quejas por la falta de control republicano, por la carencia de la división de poderes, por los ataques a la libertad de expresión y hasta por la ausencia de un régimen de federalismo efectivo responden a la lógica de las clases dominantes. A la derecha. Y deben ser desoídas para que la revolución kirchnerista siga avanzando. Para profundizar el modelo.

El kirchnerismo es un planeta muy diverso, pero algunos de sus sectores ilustrados han sido educados en el desprecio por la democracia moderna: ex marxistas, ex montoneros y ex izquierdistas jacobinos sin filiación determinada hicieron un gran esfuerzo para resignar en su momento la revolución y para aceptar las modestas reglas democráticas. A pesar de reconocer que el kirchnerismo es un movimiento reformista, juegan íntimamente con la idea revolucionaria. La revolución inconclusa del peronismo histórico. La revolución bolivariana del siglo XXI. La autopercepción de que el movimiento popular y nacional será revolucionario o no será nada.

Las palabras "democracia" y "revolución" han tenido buena prensa entre la pequeña burguesía de nuestro país. Son absolutamente incompatibles, pero les gustó coquetear con ellas, colocando a veces una nalga en África y otra en Oceanía. Hoy el extremo kirchnerista se siente más cercano a la revolución que a la democracia, a pesar de que lo calla porque es políticamente incorrecto y hasta piantavotos. Sólo algunos intelectuales de salón se permiten, entre borbotones lingüísticos, más o menos aludir a este concepto que no puede ser comunicado de frente y sin hipocresías a la sociedad argentina.

Néstor Kirchner, en presencia del periodista Martín Granovsky, quiso un día ser didáctico y reveló con una mímica toda su estrategia. Fue cuando colocó el canto de su mano cerca del borde de la mesa larga de reuniones, en su despacho de la Casa Rosada. Escribe Granovsky: "¿Ves?, decía y movía la mano para adelante y para atrás. A la Argentina se la puede gobernar si uno se pone acá (el filo). Pero en el borde, ¿eh? Si te pasás y te caés del borde, eso no es democracia. O te caíste solo y te quedaste sin la gente. Ahora, si no trabajás en el borde no hacés nada. En este país para que las cosas mejoren un poquito más? hay que aplicar la misma energía que poníamos cuando pensábamos que íbamos a hacer la revolución".

Es interesante ese equilibrio, porque le permitió correr los límites de la política sin precipitarse en el autoritarismo. En cambio, este kirchnerismo de segunda generación, que quiere realizar con el peronismo muchos de los sueños que no pudo concretar a través del socialismo real, amenaza ahora ir por todo y cruzar esa línea que Kirchner cuidaba.

Esos nuevos revolucionarios de café viven en Puerto Madero y pululan por Palermo Hollywood. Debe de ser tan placentero posar como "revolucionario" kirchnerista en Honduras y Fitz Roy. Allí me cruzo siempre con funcionarios nacionales, orgullosos de encarnar sin riesgos la épica del pueblo peronista. Que está muy lejos de esas calles, hundido en sus trabajos mal pagos y luchando contra la inflación, o intentando vivir de la dádiva oficial. Pero los funcionarios son pobristas vintage y andan por Palermo sacando pecho y hablando de la revolución nacional. El otro día me detuve frente a un restaurante cuyo nombre sintetiza esa nueva tilinguería kirchnerista. "Chori and Wine", se llamaba. ¿No es precioso? ¿No es al cristinato lo que la "pizza con champán" fue para el menemismo?

Para los militantes del "chori and wine" la palabra "republicano", por la que murió mi abuelo en la Guerra Civil Española, resulta vomitiva, sinónimo de despreciable, de contrarrevolucionario, de decadente. La influencia de Laclau y de su esposa Chantal Mouffe, quienes recomiendan "latinoamericanizar Europa" para salvarla y erigen desde Londres a Venezuela como modelo mundial, sólo sirvió para certificar académicamente un giro antidemocrático. Ese giro se hace en nombre de la política, pero en realidad viene a devaluarla. Puesto que no puede concebirse una política que no prevea alternancia, discusión interna, negociación y parlamentarismo en serio. Ese sistema no es político sino hegemónico. "Un sistema hegemónico de dominación", como describía al PRI Octavio Paz. El populismo llega precisamente para destruir a la política y quitarle todo poder simbólico y concreto. Donde un líder único tiene el monopolio del poder no hay política: hay obediencia y militantismo seudorreligioso.

Los republicanos españoles peleaban por la República: un movimiento nacionalista la pulverizó. Lo hizo en nombre de la patria. Los nacionalistas se decían a sí mismo "nacionales". Los "nacionales" vencieron con las armas a los "republicanos", e impusieron un sistema despótico con un líder absoluto. En la Argentina no estamos en presencia de un franquismo izquierdista, ni de una dictadura militar. Pero las ideas fuerza que chocan no son, al fin de cuentas, tan distintas. No importa si ahora los ropajes son progresistas o marketineramente izquierdosos, cuando se lleva el concepto "nacional" hasta las últimas consecuencias, cuando "se va por todo", la República pierde como en la guerra.

La Nación (AR) (Argentina)

 


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