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18/08/2013 | Argentina - La difícil decisión de Cristina

Jorge Fernández Díaz

Tiros, zapallitos y pan rallado. Ésas fueron las palabras con las que tropecé el lunes cuando un taxista, un vecino y un empleado bancario me preguntaron cuáles eran las razones de la tremenda derrota electoral que sufrió Cristina Kirchner

 

Fue un día de trámites y de reuniones en cafés de Buenos Aires, y la gente estaba ansiosa porque los periodistas le explicáramos al paso el resultado de las urnas. Los periodistas presumimos de entender la política, pero muchas veces caemos en los mismos vicios que el Gobierno: hablar sólo de batallas culturales, discursos ideológicos e instituciones manoseadas. "El sábado un kilo de zapallitos me costó cuarenta pesos", me dijo el bancario interrumpiéndome la verborragia. Lo mismo hizo el taxista: "Una bolsita de 250 gramos de pan rallado cuesta diez pesos, jefe. La harina es tan cara que las panaderías no tienen descarte; el pan es un artículo lujoso en este país". El vecino me contó que su familia política había sido baleada durante una entradera. "Fue en La Matanza, se salvaron de milagro. Eso pasa todos los días sin que a nadie se le mueva un pelo, pero la cosa se vuelve peor cuando abajo hay mishiadura ".

Abajo hay mishiadura porque aumenta el desempleo y la precarización, caen las ventas y se consolida la marginalidad; porque los salarios crecen por debajo de la inflación y porque ese cruel impuesto destruye la capacidad de compra y ahorro del hombre de a pie. Ese hombre sin ideología padece silenciosamente los castigos de una economía trastornada. Si alguna vez vivió una fiesta acotada del consumo, la fiesta terminó. Y todo esto le produce un gran malestar inespecífico. Desde ese malestar la mirada se vuelve hiperrealista: los actos de corrupción cobran dimensión de escándalo insolente y la agenda del poder demuestra ineptitud e insensibilidad. Por agenda, entiéndase "democratización" de la justicia, pacto con Irán, ley de medios, verba setentista y otros entretenimientos del "capital simbólico". "Son marcianos -agregó mi vecino. Nos pasan cosas graves y ellos hablan de temas incomprensibles."

Es posible que la Argentina no marche hacia un crac económico. Pero hoy experimenta de hecho un crac en cámara lenta, un deterioro servido en fetas, un laberinto financiero de imprevisible desenlace. Éste es el centro del problema. Agujero fiscal, emisión creciente, escalada inflacionaria, retraso cambiario, pérdida de la competitividad, caída de las reservas, desplome de la soja, cero inversión y un flanco externo negativo. Viento huracanado de frente con acompañamiento de una gestión estrafalaria. El Gobierno no sabe cómo salir de las encrucijadas, y por eso mismo asegura que no saldrá. Axel Kicillof y Mercedes Marcó del Pont fueron enviados a explicar que, a pesar del veredicto de las urnas, no modificarán el rumbo. Que desde hace rato es incierto. La Cámpora emitió comunicados de intransigencia absoluta y de arrogancia insultante. Y la Presidenta habló bajo emoción violenta: no es posible juzgar seriamente su discurso, que es antológico por las peores razones.

Muerta la reforma constitucional, ella enfrenta ahora una combinación inquietante de fragilidad política con tormenta económica. En los ardorosos días de la 125, cuando en la intimidad de la Casa Rosada ya se pensaba que todo había sido un gran error y se admitía que estaban huyendo hacia delante, había ratos de realismo puro, donde los Kirchner evaluaban retirar la medida. Llegado ese punto, Cristina blandía su frase derrotista: "Si cambiamos, van a decir que somos débiles". La debilidad es el único pecado que el peronismo no perdona, y por eso la verdadera ideología del matrimonio gobernante siempre fue la fortaleza, incluso a cualquier costo. Redoblar apuestas no tiene tanto que ver con las convicciones, sino con la necesidad incesante de parecer fuertes. Para que los tiburones no huelan la sangre y los despedacen a dentelladas.

Hay un caso reciente, sin embargo, en el que se probó que Cristina podía cambiar sin perder vigor. Fue cuando en veinticuatro horas pasó del odio cerril al amor total con el papa Francisco. Esa operación le permitió neutralizar una gigantesca corriente social que se le venía en contra. Fue acusada con toda justicia de oportunista e incoherente, pero nunca de débil. ¿Puede entonces cambiar Cristina? Más allá de los resultados de octubre y las rabietas neuróticas, ¿puede realmente tomar nota de la gravedad de la hora y a partir de esa nueva conciencia modificar lo que hace falta para ordenar el desquicio?

El desorden económico no es de izquierda ni de derecha: no hay modelo que lo resista. Y Cristina tiene todavía que gobernar dos años y medio. La vida de los argentinos depende de cómo conducirá el barco, qué alternativas quirúrgicas decidirá y cuál será su prototipo de salida del poder.

No será juzgada por sus logros, que para la corta memoria colectiva siempre son pasajeros y olvidables, sino por la actitud que adopte en estos epílogos. Muchos de sus antiguos compañeros de ruta piensan que no querrá pagar el costo ni transformarse en un cadáver político. Dejarle una bomba de tiempo al próximo presidente tampoco parece apropiado: los escombros de 2001 no sólo enterraron a la Alianza, sino a su irresponsable antecesor. Tirar del mantel equivaldría a perder todo junto: poder, respeto, libertad y futuro. Tratar de hacer la plancha y seguir con los parches como si no pasara nada puede meterla en una espiral descendente y desangrarla hasta límites abismales. Esa administración de la decadencia amenazaría con perjudicar incluso a los peronistas disidentes que aspiran a sucederla y que se regocijan con que pague el asado pantagruélico que se comió, puesto que la sociedad podría asociar a todo el peronismo con su desgracia. En los críticos posfacios de Alfonsín y de Menem no les fue nada bien a los candidatos de sus propios partidos, que, aunque se presentaban con discrepancias y promesas de cambio, fueron repelidos por el electorado. Angeloz y Duhalde pueden testificar dolorosamente sobre este fenómeno. Un descenso paulatino pero sistemático hacia el pozo de la recesión podría terminar con el mito de que sólo el peronismo puede gobernar.

Por todo esto es que tal vez a la Presidenta no le quede más chance que dejar de cavar en ese pozo. E intentar reconstruir sin complejos la confianza, la racionalidad fiscal y cambiaria, y la seguridad jurídica. Los consejos que le darían, si pudieran, Dilma Rousseff y Michelle Bachelet. Esos valores, que ahora al kirchnerismo le parecen neoliberales, no son distintos a los que se proponía Néstor Kirchner al comienzo, cuando hablaba de un "país normal". Hoy la Argentina se caracteriza por una anormalidad monstruosa.

Los pensadores y referentes de la oposición creen que ese giro no es factible, puesto que Cristina quedó presa de su propio relato, de la autoadoración mítica y de entornos complacientes, exóticos, amateurs o primitivos. Que los cristinistas morirán con la suya. Pero me da la impresión de que la muerte política no está en los planes de Cristina, y que pasado el Rubicón de la verdad, enfrentada a la historia, puede evaluar una nueva epopeya: irse por la puerta grande. Para hacerlo, tiene que vencer muchos de los prejuicios que ayudó a cristalizar y luchar contra sus propios temores. El pueblo se aleja de ella a gran velocidad; los zapallitos y el pan rallado le ganan a la ideología. Y como decía el Bardo: "De lo que tengo miedo es de tu miedo".

La Nación (AR) (Argentina)

 


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