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28/10/2013 | Argentina - Los punteros reinan en la Argentina

Jorge Fernández Díaz

No es posible analizar a fondo la insólita violencia que caracterizó estos meses de doble campaña electoral sin señalar la profunda metamorfosis que experimentó la red de punteros políticos durante la "década ganada". Narcos, barras bravas, militantes armados, disparos, emboscadas, internas dirimidas a palos. Esas palabras, que unen a la política con la patota, se filtraron entre los discursos de superficie, y fueron mostrando flashes de un inframundo oscuro y cruel, financiado en partes iguales por el erario y el delito. La Argentina es una novela negra.

 

Nuestra memoria es tan cobarde. Ya olvidamos que hace menos de un año, durante dos días infernales, la Argentina entera tembló. Fue en vísperas de Navidad. Cientos de habitantes de los barrios periféricos asaltaron y rompieron los supermercados de Bariloche, y a continuación una ola de saqueos atravesó el país como una exhalación. Hubo disturbios y hordas con palos, piedras, cuchillos y pistolas en distintas provincias y distritos, y batallas campales en Rosario, Campana, San Miguel y San Fernando. El Gobierno hizo un diagnóstico preciso al entender que la mecha en Bariloche la había encendido la política local, pero luego quiso explicar el súbito vandalismo nacional como una mera conspiración armada por los peces gordos del sindicalismo peronista. Las graves acusaciones jamás se probaron, y fue tranquilizador para todos nosotros pensar que la tormenta de rapiña y odio tenía únicamente que ver con la delincuencia común y a lo sumo con el efecto que la inflación provocaba en la pobreza extrema. No significa que estos factores no hayan influido, pero lo central del fenómeno, lo novedoso y aterrador, fue comprobar el apogeo de los punteros políticos y descubrir cómo su actividad tiene una dinámica que no obedece a la lógica de los dirigentes institucionales ni a la opinión pública. Muchos punteros, en esas 48 horas durante las que la televisión mostraba la cadencia del desastre, sintieron que no podían ser menos y que debían revalidar su liderazgo conduciendo a su gente al ataque. Sumaron masa crítica, en un clima de exaltación, y presionaron por las buenas y por las malas a municipios y a comercios en busca de víveres y algo más.

Es por eso que en su posterior indagación sobre la verdad, el peronismo terminó excavando en su propio jardín trasero y tapando velozmente el pozo que abría: muchos de esos mismos punteros son quienes les garantizan un electorado cautivo en asentamientos carenciados y zonas marginales. Sin esos caciques, algunos barones no podrían ganar comicios ni controlar el territorio.

No es posible analizar a fondo la insólita violencia que caracterizó estos meses de doble campaña electoral sin señalar la profunda metamorfosis que experimentó la red de punteros políticos durante la "década ganada". Narcos, barras bravas, militantes armados, disparos, emboscadas, internas dirimidas a palos. Esas palabras, que unen a la política con la patota, se filtraron entre los discursos de superficie, y fueron mostrando flashes de un inframundo oscuro y cruel, financiado en partes iguales por el erario y el delito. La Argentina es una novela negra.

Quienes tuvieron alguna vez trato directo con los punteros aseveran que antes eran meros facilitadores comiciales: cobraban importancia vital cada dos años y funcionaban como polea de transmisión del asistencialismo. En esta década se consolidó un clientelismo feroz bajo la praxis de la billetera y el látigo: comprar y apretar, los verbos del momento. Esa consigna se transformó en cultura, y convirtió a muchos punteros en mercenarios sin identidad con pluriempleos en el terreno de la extorsión. El asunto de la identidad es interesante. Cualquiera puede imaginárselos como entusiastas de Perón y Evita, pero se trata de una postal del pasado: hoy sólo son devotos del Gauchito Gil. Si los radicales les dieran lo que exigen, se pondrían la boina blanca y asistirían a sus comités con la misma vehemencia con la que acompañan las marchas del Frente para la Victoria.

El nuevo puntero no se contenta con lograr dinero en épocas eleccionarias; ahora ofrece servicios todo el tiempo: corta rutas, toma edificios, alquila muchachos ásperos a terceros para "solucionar problemas", mantiene relaciones naturales y comerciales con los clubes de fútbol a través de las barras, participa en la tercerización de la represión y sostiene una presión constante sobre los "minigobernadores". Antes el intendente podía ser su patrón, hoy es el socio a quien debe psicopatear permanentemente para arrancarle recursos. Muchas veces, el puntero le pide incluso al jefe comunal que "la cana no moleste en el barrio", y entonces el político le ordena al comisario que se abstenga. Esa inmunidad que algunos barrios marginales tienen resulta muy valorada por los narcos: es por eso que la cotización del puntero subió mucho en estos años durante los que el país fue deslizándose dramáticamente hacia el contrabando y consumo de estupefacientes a gran escala. Comprar a un puntero en estos días resulta mucho más caro que antes de 2001. La mafia en América comenzó con un grupo de inmigrantes que decidió organizarse para proteger y defender a una comunidad que no era respetada por la población ni contenida por el Estado. Más tarde, una sociedad de socorros mutuos fue mutando en una gavilla y luego en una organización criminal.

Aquí los invisibilizados del sistema, los abandonados a la miseria, no fueron reincorporados; se los mantuvo hundidos aunque auxiliados por planes. Es como si este peronismo de nueva generación, que partió en cinco a su histórica columna vertebral (el gremialismo), hubiera hecho una extraña opción por los lúmpenes, acorde con elegir el facilismo del subsidio por encima de la legitimidad del empleo.

El puntero recibe plata blanca, negra y viva. La blanca proviene de la administración pública; la negra, del delito que prohíja, y la viva es la última, aquella que embolsa en efectivo y de manera personal en los días previos a las urnas, temible instante en que el "barón" precisa resguardarse de una deslealtad. Cuando hay varios candidatos peronistas en pugna, el puntero sube el precio, puesto que la traición está a flor de piel y siempre hay tiempo para cambiar de bando si aparece un mejor postor. "Tenemos que conseguir este número de votos -suele predicar el caudillejo ante sus vecinos y seguidores-. Si votamos por otro perdemos los beneficios." Y entonces enumera lo que consiguieron y trata de que el rebaño no se le desbande.

La falta de un líder total, la pérdida de fuerza de algunos candidatos y el arribo de las estrellas emergentes ponen muy nerviosos a estos corsarios de la política de base. Los obliga a realizar demostraciones de fuerza para que los nuevos paguen y los viejos no se dejen aventajar. Si se lo analiza como un negocio, y eso es de lo que principalmente se trata, la faena de los punteros se reduce a una economía mixta: prebendas estatales y dinero sucio. Es por eso que los expertos son pesimistas sobre el futuro. Piensan que este verdadero Frankenstein de la política argentina corre a la larga el riesgo de privatizarse, dado que el tráfico pujante crece hasta en crisis, mientras que el Estado entra en cíclicas recesiones.

No todos los intendentes consienten estas prácticas, ni todos los punteros entran en la categoría de mafiosos. Muchos de todos ellos trabajan legal y mancomunadamente para combatir las desigualdades. Pero lo cierto es que este flamante duque de la marginalidad que hemos descripto ha crecido de manera exponencial y es ya un poder detrás del poder. El emergente de un olvido social, del uso inescrupuloso de la política, del carácter predemocrático de los conurbanos, del ascendente mercado de los narcóticos y del retroceso conceptual del trabajo. Su visualización permite explicar mejor las conexiones entre política, droga y violencia. Un tema que estuvo ausente de los debates preelectorales, pero que se impuso de prepo con sus atentados, homicidios, amenazas y palizas a lo largo de estos meses escalofriantes.

La Nación (AR) (Argentina)

 



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