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23/01/2013 | Nadie es imprescindible

Lluíz Foix

Era en la primavera de 1974 y la única televisión que emitía desde Barcelona, en blanco y negro por supuesto, estaba en el palacete Miramar de Montjuïc. Carlos Sentís dirigía un programa de debate y se trataba de discutir si Richard Nixon dimitiría como consecuencia del escándalo Watergate.

 

Santiago Nadal, mi primer maestro en periodismo, sostenía que de ninguna manera. Me pidieron que me atreviera a sostener la conveniencia de la dimisión, algo así como un sparring joven e inexperto al que le podían golpear con su autoridad.

Dijeron que había perdido el debate, pero Nixon dimitía en agosto de aquel año por sus mentiras y sus torpezas. Parecía que el prestigio de la presidencia americana había caído en picado y que difícilmente se recuperaría. Como es sabido, no fue así y la Casa Blanca es todavía el epicentro del poder en el mundo.

Si las instituciones funcionan, la democracia puede superar todas las crisis por incómodas y feas que sean. Hay que saber lo que pasa y exponerlo con toda claridad. Los medios de comunicación tenemos un papel principal en esta tarea de construir el primer borrador de la historia. No se trata de derribar gobiernos ni de fastidiar a nadie. Y mucho menos de arruinar el prestigio de las personas. El periodismo es, entre otras cosas, contar lo que pasa y no construir escenarios sobre lo que nos gustaría que pasara.

La salvación de la democracia es precisamente pedir responsabilidades sobre las acciones equivocadas o delictivas de quienes tienen cargos con proyección pública. Son las instituciones las encargadas de juzgar si existen responsabilidades políticas o penales sobre casos de corrupción que salen a la luz. No me produce ningún miedo que haya corrupción porque la ha habido, la hay y la habrá siempre mientras la condición humana siga siendo fiel a sí misma. Lo que me inquieta es la impunidad de esas acciones cuando se quieren tapar, esconder o se intenta desviar la atención hacia la posible culpabilidad de otros eludiendo la propia.

Los sistemas libres lo pueden seguir siendo mientras tengan capacidad de autocrítica y siempre y cuando los principales protagonistas de las prácticas corruptas se responsabilicen de sus acciones. Una dimisión a tiempo puede hacer un gran bien a una sociedad en tiempos convulsos. Nadie es imprescindible en ninguna parte. Nunca lo ha sido.

La Vanguardia (España)

 



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