Apenas hemos dejado atrás el siglo pasado, pero sus luchas y sus dogmas, sus ideales y sus temores ya están deslizándose en la oscuridad de la desmemoria. Son reflexiones de Tony Judt en uno de sus últimos libros, Sobre el olvidado siglo XX, uno de los periodos de más progreso de la historia de la humanidad y también un siglo marcado por la barbarie de la guerra y de las ideologías totalitarias.
Puede que no se estudien ni se conozcan los episodios más negros de
nuestra historia colectiva reciente. Pero están ahí, silenciosos, a la espera
de que la memoria los rescate para proyectarlos sobre el presente y evitar sus
efectos devastadores. En nuestra prisa por dejar atrás el siglo XX, dice Judt,
hemos olvidado el significado de la guerra, que ha sido una de las realidades
más habituales a lo largo de nuestra historia.
El siglo pasado nos recuerda el uso de dos armas mortales que todavía
hoy inquietan a las adormecidas conciencias europeas. El domingo unos soldados
macedonios lanzaron gases lacrimógenos sobre un grupo de refugiados en la
frontera con Grecia. No murió nadie. Pero el horror que produce el uso de estas
armas recuerda en el imaginario europeo las matanzas de la Gran Guerra de 1914
a 1918. Los gases los utilizaron franceses, alemanes y británicos. Sólo un tres
por ciento de las víctimas de la guerra murieron como consecuencia de las
diversas clases de gases mortíferos. Pero el recuerdo perdura todavía hoy. Se
fue a la guerra de Iraq en el 2003 por la infundada sospecha de que Sadam
Husein tenía armas de destrucción masiva.
Que se vuelvan a utilizar armas químicas en Europa para ahuyentar a los
refugiados es una indecencia política que debería avergonzarnos a todos. Qué
poco se preocupa nuestra inteligencia bienpensante del drama que sufren esas
personas abandonadas en tierra de nadie y rodeadas de alambradas, vallas,
fronteras y soldados que cumplen órdenes de sus gobiernos.
Las ideas equivocadas, escribió Camus, “siempre acaban en un baño de
sangre, pero en todos los casos es la sangre de los demás y por esta razón
algunos de nuestros pensadores se sienten libres para decir cualquier cosa”.
Qué validez y actualidad tienen estas reflexiones del premio Nobel Camus.
Mirando por el retrovisor vemos también en las nubes del siglo pasado
los miedos provocados por las bombas nucleares que fueron arrojadas por orden
del presidente Truman sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto
de 1945. Los argumentos utilizados por Estados Unidos no se sostienen. Puede
que las dos bombas arrojadas sobre poblaciones civiles evitaran la muerte de un
millón de japoneses si se prolongaba la guerra en el Pacífico. Pero el
lamentable bombardeo sirvió para que las bombas nucleares estén hoy en poder de
una docena de países, entre los que se cuentan Pakistán, Corea del Norte,
Israel, India, China, Rusia, Francia, Gran Bretaña...
Estados Unidos ganó el siglo XX en casi todos los frentes. Así lo
asegura el historiador Eric Hobsbawm, un marxista hasta el final de sus días.
Ganaron en el campo militar, político, financiero y cultural. La industria de
Hollywood fue una manera de administrar su victoria.
Pero un imperio que ha dominado buena parte del mundo tiene manchas y
lamparones que se detectan desde la perspectiva del tiempo. Barack Obama
intenta corregir y disculparse de los abusos y errores cometidos por su país
durante su hegemonía mundial. Obama ha restablecido las relaciones diplomáticas
con Cuba abriendo un periodo de normalidad entre los dos países. En su viaje a
Argentina quiso dejar constancia de que Washington no apostó por la causa de la
libertad, sino que dio apoyo a varias dictaduras sudamericanas de los años
ochenta y noventa.
En su próximo viaje a Japón está sopesando la posibilidad de rendir
visita a Hiroshima, un gesto que sería interpretado como el reconocimiento de
un bombardeo brutal e innecesario que se llevó por delante miles de vidas.
William Faulkner dejó este epitafio que sirve para Estados Unidos y para el
mundo entero: “El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado”.
Es bueno que los grandes pidan perdón de sus equivocaciones para no
repetirlas. Mark Twain le sugiere a Tom Sawyer que pregunte qué les pasa a las
naciones grandes cuando se equivocan. Y la respuesta es nada.
Hemos entrado en una etapa de transparencia obligada porque la
información está al alcance de todos. Es positivo revisitar el siglo pasado
para quedarnos con los grandes avances en los campos del progreso, pero también
para redescubrir los errores y los horrores que se cometieron en nombre de
ideologías, dogmas y choques absurdos. La
convivencia requiere comprensión y respeto al otro.