16/07/2013 | Argentina - Lo que las encuestas políticas NO dicen.
Alberto Medina Méndez
Cierta leyenda cuenta que, en política, las encuestas dicen lo que, el cliente, el que las paga, quiere que diga. Es definitivamente una simplificación demasiado audaz.
En realidad, existen
encuestadores serios y de los otros, como ocurre en la política, en el
periodismo o en cualquier actividad.
Esto de los sondeos de opinión está bastante lejos de ser una ciencia exacta,
como sucede en casi todo lo que involucre el quehacer humano cuando se trata de
su comportamiento en sociedad.
Lo que brindan estas herramientas, de la mano de profesionales honestos, son
elementos parcialmente objetivos, que permiten orientar lo que puede suceder
cuando los individuos se enfrentan a una inminente decisión, como en este caso
la de seleccionar candidatos o elegir una opción partidaria.
Cuanto más profesional es quien encara la muestra, la aproximación entre lo que
presume esta técnica y lo que ocurrirá luego, puede ser optimizada.
Algunos esperan demasiado de estos procedimientos y se debe entender que estos
métodos no pueden ofrecer exactitud, mucho menos en contextos como los locales,
donde entran a jugar otros factores realmente incidentes, claramente
determinantes, que cambian el rumbo de los acontecimientos.
No se puede festejar anticipadamente ni de un lado, ni del otro, solo porque
alguna encuesta, de las bien hechas, diga que un resultado puede ocurrir.
Cierta gente se enfada con los encuestadores y alimentan mitos que no tienen
que ver con la realidad, simplemente porque los hechos no se corresponden con
las proyecciones anunciadas, olvidando que cualquier muestreo de opinión,
contempla solo algunos aspectos, pero jamás todos.
La política contemporánea, sus supuestas habilidades, sus inocultables bajezas,
su escasa moral y su ambigua forma de actuar, propone múltiples elementos, que
ningún método científico puede medir con éxito.
Las encuestas pueden relatar lo que un ciudadano ";dice"; que piensa,
o hasta suponer como obrará en función de sus decisiones cotidianas
explicitadas. Pero estos estudios, por serios que intenten ser, no pueden
medir, por ejemplo, el efecto marginal del clientelismo político, que no es
aquel que se ejerce con planes sociales, favores estatales, subsidios o
inestables aportes desde los gobiernos, sino ese otro que aparece 24 horas
antes del acto electoral, volcando recursos como dádivas, intentando comprar
voluntades de aquellos ciudadanos que, resignados con la política de este
tiempo, prefieren canjear su voto ofreciéndoselo al mejor postor.
Lo que en la jerga de los partidos se llama ";aparato político";
tampoco tiene forma de ser mensurado con criterios estandarizados, porque la
presencia de punteros, casas partidarias y cuanto despliegue territorial pueda
mostrar cualquier candidato, jugará un rol clave que excede a la opinión esbozada
por la gente en la etapa previa a la elección.
Otro aspecto significativo que tampoco puede considerar con exactitud ningún
sondeo, es la logística que instrumenta el humillante procedimiento de
";acarrear"; votantes, momento en el que la política, en su afán de
reclutar voluntades, sin escrúpulo alguno, ofrece ";interesadamente";
trasladar a los ciudadanos desde sus domicilios hasta el lugar de sufragio, con
procesos viciados, donde abunda la intimidación, el amedrentamiento y la
inducción del voto.
Cuestiones como las condiciones climáticas, que determinan desde el porcentaje
de participación de votantes en una determinada jurisdicción, e impactan en el
humor social, cuando esa situación aumenta el disgusto frente a una gestión por
las tareas no hechas, puede modificar el resultado.
Múltiples aspectos emocionales de corto plazo, de las jornadas previas a la
elección, pueden hacer mutar el voto en un sentido u otro, solo con una frase
desafortunada, un gesto, un hecho político, por menor que parezca.
No menos relevante es el proceso de fraude sistemático, que muchos sectores de
la política implementan descaradamente, en un procedimiento cuasi delictivo, al
organizarlo de un modo metódico, secuencial, con clara intencionalidad, y
montando farsas funcionales a sus intereses partidarios.
Un aspecto que tampoco aparecerá en ninguna encuesta son los fraudes derivados
de la ausencia de fiscalización, esos históricos mecanismos, donde diferentes
partidos se ";reparten"; la mesa ";volcando el
padrón";, con sospechosos indicadores de efusiva participación ciudadana,
preferentemente en localidades pequeñas o zonas rurales, con la necesaria
complicidad de una autoridad de mesa y uno o más fiscales, o la habitual
manipulación de actas en diferentes etapas del proceso electoral.
Queda claro que los más tramposos, en este perverso y engañoso juego de
simulacro electoral, son los que se apropian de los recursos del Estado,
desplegando los dineros de todos, obviamente a su propio favor, lo que los
muestra de cuerpo entero, desacreditando desde lo moral con su actitud,
cualquier discurso pronunciado por sensato que parezca, aunque luego se llenen
la boca hablando de sus convicciones democráticas.
A no enojarse ni con las encuestas políticas, ni con las empresas que lo realizan.
Se trata solo de una mera aproximación, útil por cierto, sobre todo para los
que hacen de la actividad política su profesión, pero lejos está de poder
ofrecer precisiones, sobre todo cuando tanta hipocresía cívica, voto
vergonzante, indignidad a mansalva y poca coherencia describe a un numeroso
sector de la ciudadanía de este tiempo.
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