15/10/2013 | Argentina - Déficit de sobriedad y sensatez
Alberto Medina Méndez
Parece haberse puesto de moda la ampulosidad, el despilfarro, el derroche, la ausencia de prudencia, pero al mismo tiempo la escasez de criterio y de sentido común.
Salvo honrosas
excepciones, que solo confirman la regla, la inmensa mayoría de los Estados del
mundo han aumentado, en los últimos años, significativamente su tamaño,
funciones, responsabilidades y presupuesto.
La política, siempre interesada en utilizar una creciente cantidad de fondos,
se ha ocupado de generar la necesidad convenciendo a muchos de la importancia
de un Estado fuerte, pero fundamentalmente que concentre poder y dinero para
luego repartir bienestar entre los ciudadanos.
A esta altura de los acontecimientos se sabe que todo es un gran timo. Que en
realidad solo se trata del interés corporativo de la política en administrar
cuantiosos recursos para construir poder y someter desde allí, a quienes no se
avienen a ajustarse a su cuestionable moral y sus retorcidas normas.
Juan Bautista Alberdi decía que "las sociedades que esperan su felicidad
de la mano de sus gobiernos, esperan una cosa contraria a su naturaleza",
sin embargo aún hoy, demasiados creen con convicción que su tarea individual
consiste en pedir a otros lo que no consiguen por sí mismos.
Es en ese extraño contexto en el que proliferan los Estados inmensos, que
estimulan la creación de múltiples y novedosos impuestos para sostenerse. Todo
ello deriva, irremediablemente en una insoportable presión impositiva que es la
esperable contracara de lo que muchos reclaman. A riesgo de ser reiterativos
habrá que recordar que los gobiernos se financian con impuestos, endeudamiento
o emisión monetaria. Aún no se han inventado más que una larga lista de
variantes de lo mismo.
El Estado siempre precisa recursos, mucho más aún si gasta tanto y solo los
consigue cuando se los quita previamente a los que lo producen, o disemina
inflación, o bien hipoteca el futuro de las próximas generaciones. No existe
otro modo de hacerse de ese dinero, porque no puede crear riqueza, sino solo
quitársela a algunos primero, para repartirla después.
Resulta al menos contradictorio seguir recorriendo este círculo vicioso de
discursos que reclaman mas Estado, pidiendo más recursos para financiarlo para
que pueda tener más funciones y aumentar las remuneraciones a sus agentes, pero
al mismo tiempo esa sociedad que se queja de la insoportable inflación, de la
voracidad impositiva y del sistemático endeudamiento.
El absurdo se abre paso a diario. Gobiernos corruptos, políticos insaciables y
sociedades que reclaman cuestiones inconsistentes que entran en conflicto
minuto a minuto.
A Thomas Jefferson se le atribuye aquella frase que decía "estoy a favor
de un gobierno que sea vigorosamente frugal y sencillo". Hace cierto
tiempo se entendía mejor todo. Sin un gobierno austero y capaz de comprender
que cuando gasta lo hace a expensas de haberle quitado antes a los que trabajan
para conseguirlo, es muy difícil avanzar con criterio.
El que gasta lo que no le ha costado esfuerzo obtener, nunca valorará la
dimensión de lo que administra. Por lo tanto, no se puede esperar, con
seriedad, que los circunstanciales orientadores de esos fondos tengan la
decencia de ser cautos y recatados.
Es la sociedad, la que primero debe comprender la naturaleza de las cosas, para
luego establecer las reglas que está dispuesta a jugar. Son los ciudadanos lo
que deben fijar límites, definir qué toleran y que no.
Lo que se ve a diario constituye un absoluto abuso de poder, una verdadera
inmoralidad que no debe encontrar amparo en la sociedad. No es admisible que
quien dilapida los recursos de la gente, gastando en sí mismo como no usaría su
propio dinero lo haga con tanto desparpajo, con la impunidad de quien no
recibirá reproche alguno. La nómina de privilegios, de derroche evidente y de
descaro sin pudor ya se ha tornado indisimulable. Los gobiernos dilapidan cada
vez más y muestran su poder de ese modo.
Es cierto que a los gobiernos les falta sobriedad. No está en su esencia. Los
que lo administran son solo "aves de paso", aunque es bueno decir que
conforman una corporación política que solo rota de tanto en tanto con alguna
irregular frecuencia en la labor de regentear la cosa pública.
Del otro lado, la sociedad toda, la suma de individuos parece resignada o
probablemente solo distraída o algo dormida. Lo concreto es que no reacciona y
sigue alimentando las decisiones que llevan a transitar una historia de nunca
acabar, que se reinventa para continuar hasta el infinito.
Este disparate solo cambiará cuando los ciudadanos sean capaces de salir de
este letargo y abandonar las ideas que sustentan y dan soporte a este dislate
que crece sin encontrar frenos. Mientras tanto se sigue asistiendo sin
resistencia alguna a este patético déficit de sobriedad y sensatez.
InfoBae (Argentina)
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