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26/05/2006 | Las luchas por el agua

Rodolfo Echeverría Ruiz

Las pugnas por el agua caracterizan a muchos de los más encendidos conflictos políticos y a no pocas confrontaciones bélicas de esta hora. A las inmensas dificultades para hallarla y conducirla, almacenarla y tratarla, cobrarla, ahorrarla y darle diversos destinos, añadamos hoy la ominosa amenaza de su escasez en el inmediato horizonte mundial. Se ha olvidado la noble sentencia del Digesto: Aqua profluens iure naturali communis est .

 

Podemos hablar de una geopolítica del agua en un ya ensangrentado mapa de tensiones, violencia, guerras causadas por su posesión, su uso o su abuso, su usufructo, su legítima propiedad, su robo o su usurpación.

Lagunas, ríos, mantos acuíferos, manantiales de todas las magnitudes son motivo de agrias disputas entre naciones y aún en el seno de comarcas y zonas pertenecientes a una misma región o a un mismo país.

Una mirada panorámica hacia algunos de esos conflictos nos llevaría a encontrar un cúmulo de ideas, razones, excusas o principios relacionados con vocablos graves, dueños de muchos quilates: soberanía, hambre, injusticia, humillación, poder, historia, futuro...

En las cuencas hidrográficas, en la distribución del caudal de los ríos (muchos atraviesan varios países o diversas áreas dentro de uno solo) o en el aprovechamiento de las aguas subterráneas, surgen e insurgen toda suerte de incidentes y rivalidades.

Siete gobiernos autonómicos españoles, por ejemplo, protagonizan en este momento arduas batallas por el agua. Intentan dirimir entre ellos, por las vías de la política, la negociación y el derecho, el control de los más importantes ríos del país: Ebro, Tajo, Duero, Guadalquivir, Guadiana...

Pensemos, por ejemplo, en el conflicto permanente entre Israel y Palestina. Al lado de la vieja, recíproca, progresiva, incontenible violencia ejercida por la recuperación o el mantenimiento de espacios económicos, políticos, históricos o sagrados, se encuentra la disputa por la escasísima agua disponible en aquella región castigada desde tiempos inmemoriales por el avaro desierto y las lluvias eternamente ausentes.

Nacidos en Turquía, los ríos Tigris y Éufrates desembocan en el golfo Pérsico. El control de esas aguas fluviales podría ocasionar una nueva guerra en aquella de suyo martirizada región del planeta.

Turquía, Siria e Irak aducen razones históricas, urgencias agrícolas o la postración de sus sedientos pueblos y podrían desencadenar una conflagración de magnitud incalculable.

Esa guerra sería el prólogo de otra, la del petróleo, cuyos más trágicos días se viven a partir de la ocupación de Irak por las tropas estadounidenses. Guerra perdida y sin destino para los yanquis, lo sabemos.

Sin embargo, ellos no saldrán de la Mesopotamia legendaria mientras no aseguren, al costo que sea, su abasto de petróleo y su hegemonía política a través de la imposición de una estrategia unilateral de cínico reacomodo de su poder económico y bélico en esa región y en el orbe entero.

Observemos a Turquía. Su poderosa fuerza hidráulica radica en la cuenca del Éufrates y en la riqueza pluvial de su cordillera del Taurus.

Los turcos cifran en sus amplísimas posibilidades hídricas una parte significativa de su reaparición como nueva potencia política. Resurgen ahora como influyentes protagonistas en la batalla del agua.

En el horizonte ya se columbra la posibilidad de desterrar las sequías en buena parte del Oriente Medio, aunque ello no se conseguirá sin divergencias políticas y episodios bélicos.

El Nilo es otra fuente de conflictos. Egipto, Sudán y Etiopía podrían arreglar sus diferencias río arriba de la presa de Asuán: ese histórico caudal esparciría sus aguas salvadoras de manera equitativa entre los tres países. Hoy están lejos de lograrlo.

Analista político

El Universal (Mexico)

 



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