Ha sido un fin de semana sangriento y difícil. Nadie presume que las guerras sean fáciles; ésta desde luego que no la es. La nómina de nuestras bajas, tanto militares como civiles, es elevada. Hay no pocos muertos y muchos heridos. Tanto judíos como árabes, los misiles no discriminan entre unos y otros. Los daños materiales son más que considerables. El problema también reside en la moral de sus habitantes; hay zonas en el norte como en Kiriat Shmoné en donde a tres semanas de intensos bombardeos, la vida ya es prácticamente insoportable.

En teoría, Israel ya tendría casi el dominio de la franja de varios kilómetros de ancho a partir de la frontera. En la práctica, todavía quedan focos de resistencia, concentraciones de terroristas que deben ser limpiadas. Se está luchando en un terreno muy accidentado que complica las operaciones militares. El enemigo demuestra su capacidad de resistir; al fin y al cabo en su mayoría consiste de extremistas indoctrinados para ir a la muerte. Pocos son los prisioneros capturados, muchísimos más los que murieron en los combates. Fiel a su consigna Hizbulá no publica cifras de sus bajas tal vez porque son tan considerables; de hecho para qué difundir noticias desagradables, si para esa organización la vida tiene tan poca importancia. Por el contrario, en Israel se llora por cada soldado caído y cunde la inquietud por cada herido. Cada día vemos sus fotos en la pantalla de TV y en las portadas de los diarios. Conocemos los detalles de su vida y vemos llorar a sus familiares. Es nuestro modo de ser, frente al desdeño del otro lado por quienes mueren en la contienda.

Cada día sabemos de nuevos actos de valentía de nuestros hombres. En especial no se dejan bajas en el terreno, ya sean heridos como muertos. Sus compañeros arriesgan la vida, y a veces la pierden, para cumplir con esa máxima que fue desde siempre un imperantivo. El mejor ejemplo podría ser el caso del médico Igor Rotenstein, un olé de Rusia 35 años que fue como voluntario a primera línea. Falleció cuando atendía a heridos en el campo de batalla.

El largo brazo de Zahal llega hasta quienes atacan a Israel. Al amanecer del sábado un comando naval desembarcó sigilosamente en las cercanías de Tiro. Su objetivo: liquidar al grupo terrorista que había disparado los misiles de largo alcance contra Hadera. Sabían exactamente a dónde ir: un edifico de cinco plantas. A pesar de la corta distancia, pasaron varias horas de sigiloso avance hasta llegar allí. Penetraron en uno de los departamentos y los cuatro terroristas que allí había comenzaron a disparar hiriendo entre otros al jefe de la fuerza, pero finalmente todos ellos perecieron. Esa zona urbana está repleta de hombres del Hizbulá, que comenzaron a atacar a la fuerza que se reetiraba. Esta sufrió once heridos, pero todos ellos fueron llevados por sus compañeros, que ahuyentaron con su nutrido fuego a los atacantes. Finalmente llegaron al lugar en donde debían aterrizar los helicópteros israelíes, que pudieron evacuar a todos los combatientes. Se entiende que éste no sería el único operativo de esa índole, al margen de la incursión en Baalbek la semana pasada, se insinúa que ha habido otras incursiones similares sobre las que no se ha informado.

En Naciones Unidas se está tratando de elaborar un cese de fuego. Algo que no sea una farsa, que conceda lo mínimo que precisa Israel para poder vivir en paz. La finalidad principal es alejar al Hizbulá del límite, poner fin a una situación anómala en la que un ejército privado se ha apoderado de una considerable parte del territorio de un país. No se puede vivir con semejantes vecinos. No tienen otro propósito que no sea destruir todo lo que hemos construido con tanto ahínco a través de los años