En un cuadro de normalidad, probablemente se habría anunciado un apoyo temprano de Chile a la candidatura de Venezuela, con la que nos unen múltiples lazos. Pero su régimen y la conducta internacional del mismo han impedido hasta ahora ese apoyo.

Chávez ha marcado una pauta ideológica extrema, con un explícito aliento al liderazgo del único régimen no democrático y totalitario de la región. Ha intervenido en los procesos electorales de Perú, México y Nicaragua, y llevado a cabo actos de intervención que han afectado a Colombia y a otros países, dentro y fuera de la región.

En la ONU, ha desafiado al Consejo de Seguridad en los casos de Corea del Norte e Irán, y asumido en su seno actitudes extremadamente polémicas. Aparece en conflicto con EE.UU. y con los presidentes mexicano, peruano y colombiano.

En Chile, representantes suyos han tenido actitudes difícilmente compatibles con el ejercicio normal de la diplomacia, tardía y sólo parcialmente superadas con el retiro de su embajador -y un análisis separado requerirá su recién conocida alianza militar con Bolivia, de la que da cuenta hoy un reportaje de este diario-.

Por estas y otras razones, el régimen de Chávez es reprobado en las encuestas por una mayoría de la opinión, y despierta un rechazo político ampliamente mayoritario. Estos hechos, unidos a la polémica interna por el postergado pronunciamiento, hacen difícilmente conciliable un eventual voto favorable con los supuestos y las constantes de una política de Estado, que debe inspirar nuestra conducción exterior.

Además, la candidatura chavista no se aviene con la propia Carta de la ONU, que exige a los candidatos al Consejo contribuir a la paz y la seguridad internacionales y servir sus principios. Sus desafíos a los acuerdos de aquél y los actos en violación del principio de no intervención contradicen tales exigencias.

Lógicamente, quien represente a la región latinoamericana en ese órgano mundial debe expresar cierto consenso. Pero es patente que, en América Latina, el régimen chavista ha producido división, antagonismos y dificultades constantes, y es resistido por algunos de sus principales países.

En el caso chileno, sus actitudes internacionales deben expresar a nuestras grandes definiciones o, al menos, no oponerse a ellas; debe suscitar un apoyo suficiente, en vez de una oposición decidida; debe abstenerse de intervenir en nuestros asuntos internos y un mínimo de afinidad para cuando nos represente en el Consejo.

En la decisión que debe adoptar la Presidenta, hay algo definido claramente por este conjunto de elementos: Chile no debiera apoyar con su voto dicha candidatura.