La estrategia de no confrontar a Trump parece redituar a López Obrador, aunque es poco claro el rejuego de favores en la amplia agenda bilateral y si un intercambio de cartas bajo la mesa beneficiaría a todos o sólo a sus gobiernos.
Hay muestras de que se entienden, e incluso comparten visiones nacionalistas o de sus bases electores como prioridad de gobierno, pero sobre todo la convicción de evitar el careo u oponer dichos en una relación de fuerza asimétrica. Mejor no pelear ni exponerse con un liderazgo voluble, exacerbado e impredecible para mantener la convivencia, aunque sea insuficiente para ganar en la negociación o evadir los zarpazos cuando necesite activar a su electorado en la campaña por la reelección presidencial.
Otra vez por un tuit, Trump relajó la presión sobre
México en seguridad al ofrecer postergar la clasificación de cárteles mexicanos
como terroristas, aunque en su comunicación puntualiza estar listo para tomar
esa medida. El acoso que desató el culiacanazo y la matanza de los LeBarón baja
de tono, lo que permite a López Obrador ganar tiempo para mostrar resultados en
seguridad en su segundo año de gobierno. El gesto fue seguido por la salida del
expresidente de Bolivia Evo Morales del país como si fuera parte de los buenos
oficios con que cree poder sobrellevar las exigencias de la relación bilateral.
Antes, en tono conciliador, había adelantado de su
encuentro con el fiscal general estadunidense, William Barr, que “como abogado”
lo había convencido de respetar el principio de no intervención en la
Constitución mexicana, en un mensaje que transmitió rápidamente a Trump sin que
fuera acompañado del fervor nacionalista que también comparten. Mas no está
claro que eso alcance para persuadir de la estrategia de “abrazos, no balazos”
tan criticada por su gobierno y congresistas de EU, o de la conveniencia de
hacer cambios al T-MEC en capítulos que congelan la sonrisa a empresarios
mexicanos y los mueve a la molestia con el negociador mexicano, Jesús Seade.
Menos aún a predecir su comportamiento tras el resultado del juicio político.
La política de apaciguamiento de López Obrador frente al negociador experto en
la “llave de muñeca” y la amenaza también ha rebajado el tono despectivo y
agresivo de Trump hacia México con Peña Nieto. Pero podría regresar en
cualquier momento con la negociación del T-MEC o la amenaza a la política
migratoria que ha concedido como parte de la táctica del sosiego.
Esta política, sin embargo, tiene límites que ni siquiera
pueden evadirse con la disposición a ceder desde el lado más débil, menos
cuando las facturas las pagarían sectores productivos o sus bases electores.
Seade ha admitido que México ha hecho mil concesiones para convencer a Trump,
en particular a los demócratas, pero la pretensión de aceptar verificadores en
empresas y fábricas sobre el cumplimiento de la ley laboral ha desacomodado el
cuadro por la reacción de los empresarios mexicanos contra la medida. También,
hay alarma entre los industriales por la posibilidad de apertura del capítulo
de reglas de origen automotriz al punto que prefieren que se vaya hasta después
de la elección presidencial en 2020 antes que suscribir condiciones
“intervencionistas” para el país.
El baile de Trump y López Obrador, con pasos de minué y
frases amables de aprecio, puede servir a ambos para llevar la fiesta en paz,
pero no necesariamente beneficiar a todos. Los empresarios mexicanos deslizan
que el impacto del T-MEC para la economía está “sobrevalorado”, en clara
advertencia al gobierno de no pagar más por la ratificación que las concesiones
que ya ha hecho. Y en lo que parece el mundo al revés, ahora es Trump el que
reclama a los demócratas no haber querido firmar “nuestro grandioso” acuerdo
con México y Canadá que antes veía como el peor del mundo. Así… los volátiles
tiempos electorales.
https://www.excelsior.com.mx/opinion/jose-buendia-hegewisch/t-mec-lopez-obrador-y-trump/1351983