Estados Unidos ha dejado atrás la política de aislamiento prohijada por la administración que presidiera Donald Trump. Está ya activamente de regreso en el ámbito del multilateralismo. A mi modo de ver, la reciente designación de Linda Thomas-Greenfield, como Representante Permanente ante las Naciones Unidas así lo confirma.
Thomas-Greenfield es una respetada diplomática de
carrera, de 68 años de edad, verdadera veterana en el Servicio Exterior
norteamericano, en el que se ha desempeñado a lo largo de 35 años, en 4
distintos continentes, con foco especial en África. Es una mujer de color que
en el pasado ha sido políticamente acusada de ser condescendiente con China, lo
que ella niega enfáticamente.
Se trata de una profesional que creció en el estado
sureño de Luisiana, cuando todavía la segregación racial era una repulsiva
realidad. Al iniciar sus estudios universitarios en la propia Universidad de
Luisiana, ésta tuvo que ser obligada a aceptar estudiantes de color, mediante
una orden judicial expresa.
Un fusil en la cara
Entre los destinos que en el pasado Thomas-Greenfield
ocupara está el de Ruanda, donde se desempeñó al comienzo del genocidio allí
ocurrido, en el que se enfrentaran las etnias tutsi y hutu. En ese entonces
coordinaba la acción humanitaria norteamericana en Ruanda, encargada
específicamente de la atención de los refugiados. Sufrió el estallido violento
personalmente. A punto tal que sobrevivió un episodio en el que tuvo un rifle
de asalto de fabricación rusa apuntando a su propia cara. Felizmente, pudo
mantener un breve diálogo con el sicario que pretendía asesinarla, creyendo que
se trataba de otra persona a la que le habían ordenado ejecutar, que tenía un
claro parecido con la diplomática norteamericana.
Exhibiendo su pasaporte diplomático pudo disuadir a su
atacante, mirándolo a los ojos con una mezcla de susto y compasión. El atacante
dejó de apuntarla y se dirigió a una vivienda cercana, donde asesinó a quien
era efectivamente su blanco y a varios soldados belgas que lo estaban,
supuestamente, custodiando.
La nueva embajadora ante la ONU suele repetir el episodio
antes descripto para confirmar que la diplomacia es realmente una profesión por
momentos peligrosa, que la persuasión debe siempre intentarse, y que Dios la
bendijo.
Con una experiencia diversificada, desde que cumplió
funciones no sólo en África sino también en los Estados Unidos, Paquistán y
Suiza, la nueva Representante Permanente norteamericana ante la ONU tiene una
vasta experiencia en la diplomacia.
Formará parte del pequeño grupo que desempeña las más
altas funciones en el Departamento de Estado. No tendrá dificultad alguna en
dejar de lado la política puesta en marcha por Donald Trump, sintetizada en la
casi grotesca frase América Primero.
Firmeza y amabilidad
Quienes la conocen aseguran que Thomas-Greenfield es,
además, una excelente cocinera, proclive a preparar platos propios del sur
norteamericano. Como el gumbo, picante y pesado. Quienes han trabajado con ella
admiran, en su personalidad, la facilidad con la que es capaz de combinar la
firmeza con la amabilidad. En rigor, la diplomática norteamericana es un
ejemplo viviente de aquello que el viejo refrán español sintetiza cuando dice:
“lo cortés no quita lo valiente”. Puede ser dura y agradable, al mismo tiempo.
La agenda de Thomas-Greenfield será inevitablemente muy
diversa e incluirá de inicio el reciente golpe militar en Myanmar, la pandemia
del coronavirus, la crisis en Yemen, y el manejo de la pulseada por la
hegemonía mundial que hoy libran los Estados Unidos y China. Durante su mandato
se concretará, seguramente, el regreso de EE.UU. al Consejo de Derechos Humanos
de la ONU y a la UNESCO. Deberá enfrentar allí a los gobiernos autocráticos que
utilizan vergonzosamente a los organismos antes citados para atacar arteramente
y sin descanso a Israel. Sus primeros pasos tratarán de cubrir el vacío
comunicacional generado por la política aislacionista de la anterior
administración de su país.
En el proceso de su confirmación ante el Senado
norteamericano, Thomas-Greenfield definió a China como el “adversario
estratégico” de los Estados Unidos, que hoy procura que su modelo autocrático
sea reproducido en todos los rincones del planeta. Por eso, insistió, el
liderazgo norteamericano debe recuperarse. Esto último supone, entre otras
cosas, que los Estados Unidos cancelen su deuda con las Naciones Unidas que
llegó a superar los mil millones de dólares, lastimando la capacidad operativa
real de las Naciones Unidas.
Discurso ignominioso
Cuando se la acusa de ser benigna respecto de China se
suele mencionar un discurso pronunciado por la diplomática en octubre de 2019
en la Savannah State University, durante el cual ponderó a los llamados
“Institutos Confucio”, organizados por China para acciones de propaganda en los
“campus” universitarios norteamericanos. Por ese mensaje, la nueva embajadora
de los Estados Unidos ante la ONU percibió un honorario de 1.500 dólares,
presumiblemente fondeado indirectamente por el gobierno chino. Con modestia,
Thomas-Greenfield admitió que pudo haber cometido entonces un error y aseguró
que, en su labor en la ONU será exigente respecto de China y de sus esfuerzos
expansivos.
Su larga trayectoria supera, con creces, el daño a su
reputación que –de pronto- pudo haber eventualmente sufrido por el discurso
antes mencionado.
La ya embajadora ante la ONU creció en una familia
humilde, con 7 hermanos. Con un padre que no sabía leer, ni escribir, y una
madre con pocos estudios primarios. No obstante, superó esos condicionamientos,
así como los del racismo, en un proceso largo en el que fue testigo de
horribles quemas de crucifijos en las casas de sus vecinos, en su propio
barrio.
Cuando joven intentó formar parte del Peace Corps, sin
éxito. En su empeño, ya entonces, tenía como mira trabajar en el desarrollo de
África. Con el tiempo, a lo largo de su carrera diplomática, prestó servicios
en varios países del Continente Negro y terminó siendo la principal responsable
por la diplomacia de su país con África, durante el gobierno de Barack Obama.
Durante la etapa de sus estudios presenció la acción de
los supremacistas blancos y conoció, de primera mano, sus discursos resentidos
e incendiarios. Convivió, entonces, con un mundo en el que el racismo era
desgraciadamente una triste y extendida realidad. No obstante, con
perseverancia y empeño, siguió su camino profesional que culminó, queda visto,
con una designación importante, que ciertamente reconoce el mérito de sus
esfuerzos.
Thomas-Greenfield hizo estudios de postgrado y tiene
alguna experiencia académica en el área de las ciencias políticas, desde una
Cátedra de la Universidad Bucknell, en Pensilvania. En 1982 ingresó en la
diplomacia, donde está ahora culminando una carrera singularmente exitosa.
La reciente designación de Thomas-Greenfield fue recibida
muy positivamente por los diplomáticos norteamericanos de carrera, entre los
cuales la nueva Representante Permanente ante la ONU es sumamente popular.
Con más de tres décadas y media de experiencia,
Thomas-Greenfield no necesitará “período de aprendizaje” alguno para comenzar a
prestar servicios a su país, y a la comunidad internacional, desde la ONU.
Acostumbrada a las crisis, como la generada por la
aparición de la epidemia de ébola en África Occidental, Thomas-Greenfield no
desperdiciará un solo instante en comenzar una labor que puede compararse con
un “traje a medida” para su talla personal.
Thomas-Greenfield fue objeto de la purga de diplomáticos
profesionales realizada por la administración de Donald Trump. Su designación
como Representante Permanente ante la ONU contiene entonces un mensaje con
componentes de reivindicación. Cercana a Madeleine Albright, Thomas-Greenfield
pertenece a la elite diplomática profesional del país del norte y fue asesora
en materia de política exterior durante la campaña electoral que condujo a Joe
Biden a la presidencia de su país.
***Emilio Cárdenas Ex embajador de la República Argentina
ante las Naciones Unidas