Nuestra actual vicepresidenta, Cristina Fernández, acaba de viajar a Honduras, donde asistió, el 27 de enero pasado, a la asunción presidencial de Xiomara Castro, la esposa izquierdista del políticamente malogrado -y casi ridículo- Mel Zelaya, que ya tiene 62 años sobre sus hombros. Me refiero al recordado y ruidoso personaje del extraño "sombrero de cowboy" local, que fuera depuesto por una asonada cívico-militar, no hace mucho, de la presidencia de Honduras.
Xiomara Castro, afecta al nepotismo evidentemente,
gobernará ahora a su país sin mayoría parlamentaria. Lo que la obligará a tener
que negociar -trabajosa y constantemente- con la dividida oposición. Y ello no
será nada fácil.
En el Parlamento local, el ambiente es hoy muy tenso y ya
se han producido allí algunas poco civilizadas escaramuzas. A puñetazo limpio.
En los tiempos que vienen, es obvio, la calma en los diálogos no está
asegurada, para nada.
Xiomara Castro ejercerá previsiblemente su difícil
presidencia por un período presidencial completo, es decir por los próximos
cuatro años. Por ahora, al menos ello luce probable.
El país, dijo Xiomara al asumir la presidencia,
"está en bancarrota". Y tiene una pesada deuda externa enquistada
sobre sus hombros, que es del orden de unos 15.000 millones de dólares. Una
sangría, por cierto. Pero el dinero se pidió y gastó y hay que, como siempre,
devolverlo a los acreedores.
Para ello, en el podio mismo del estadio nacional de
fútbol hondureño, la nueva presidente del país prometió, entusiasmada,
convertir rápidamente a su pequeño país "al socialismo".
Transformarlo, entonces, en otra Cuba o Nicaragua, hoy dos naciones
empantanadas, desde hace rato ya, en el "modelo" del socialismo, que
las ha envuelto irremisiblemente en la miseria. De allí, quizás, el apoyo
entusiasta de Cristina Fernández de Kirchner, hoy convertida claramente al
"izquierdismo" regional, a la manera de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Para así lanzarse a "reducir la pobreza" de su
pueblo, que Xiomara estimó es del 74% de la población local, cuyos integrantes
desgraciadamente aparecen, con enorme frecuencia, en la triste y larga fila de
emigrantes centroamericanos que procuran entrar caminando a los EE.UU.,
convencidos de que allí les espera seguramente "una vida mejor". Para
ellos y para sus hijos y descendientes. Y es probablemente así.
Lo primero que Xiomara Castro he hecho, una vez instalada
en sus altas funciones, es haber amnistiado a todos los funcionarios corruptos
del gobierno de su marido (2006-2009) investigados o no por la justicia de su
país. Confiriéndoles así una lamentable cobertura de impunidad total, mediante
una norma de perdón muy amplio, incluyendo a los corruptos que, escapados en su
momento, se refugiaron preventivamente en la vecina Nicaragua. Esto es,
presumiblemente, exactamente todo lo contrario a su bastante poco convincente
prédica electoral contra la corrupción. Es, probablemente, cumplir con un
repudiable pacto oculto de impunidad. Uno más, queda visto.
Conociendo al personaje en cuestión, a sus amigos y al
ambiente local todo, lo antedicho no es, para nada, sorpresivo. Más de lo
mismo, entonces. A pesar de los biombos y reiterados engaños electorales para
tratar de disimular la ola de corrupción que aún azota, pero no exclusivamente,
a América Latina. Desgraciadamente, por cierto. También, presumiblemente, a los
diez millones de sufridos hondureños.
Los enfrentamientos políticos en el Congreso de Honduras
parecen haberse acallado. Al menos por el momento.
Para Xiomara Castro, ésta es una rápida primera victoria
política. Y, además, un momentáneo alivio para la economía toda de Honduras.
Xiomara, que es la primera mujer que, en la historia,
asume la presidencia de su país, doscientos años después de proclamada su
independencia política, fue ungida en las urnas con la que ha sido calificada
de "arrolladora victoria política", ocurrida en noviembre del año
pasado.
Honduras tiene una oportunidad. No será nada fácil
aprovecharla. Tiene problemas enormes, como el accionar ilegal de las
pandillas. O la elevada tasa de homicidios derivada de un nivel de criminalidad
que debe enfrentarse con decisión y sin demoras.
Pero la tarea es urgente, pese a que tan sólo un 20% de
los hondureños hoy dice "confiar" en sus actuales autoridades
políticas. Poco y nada. La necesidad de hacer lo que corresponde, a mi modo de
ver, es impostergable.
Debo confesar, para cerrar este breve comentario, que
realmente me cuesta enormemente poder confiar en Xiomara Castro como avezada
"piloto de tormentas". Y mucho más, como dirigente con la idoneidad y
la transparencia requeridas por el alto cargo y por la compleja y hasta
peligrosa tarea de gobierno a desempeñar, sin demoras.
***Emilio Cárdenas, Ex embajador de la República
Argentina ante las Naciones Unidas