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08/12/2021 | Francia – Opinión: Macron/Zemmour: después de los partidos

Gabriel Albiac

François Hollande era un hombre de aparato, modelo de funcionario de partido; Macron era un hombre solo.

 

De un Heinrich Heine ya abrigado en la leyenda de supremo poeta alemán desde su exilio parisino, recupera un joven doctor berlinés de veinticinco años el tópico que, ‘ad nauseam’, reiterará el siglo diecinueve. Y que, como todos los tópicos, encierra no poco peso de realidad: Francia es el laboratorio político de Europa. Cinco años después, pondrá lo específico de ese laboratorio en la centralidad de un término no demasiado utilizado hasta los seísmos que en 1848 sacuden todo el continente: ‘partido’, donde antes era hegemónico el menos codificado ‘club’.

Por eso, su ‘Manifiesto’ de ese año no se llama -aunque así se cite- ‘Manifiesto Comunista’. Se llama ‘Manifiesto del Partido Comunista’. Será en ese término, ‘partido’, en donde Marx y su colega Engels pondrán la clave de su hallazgo. No en el vocablo ‘comunista’, ya acuñado por Blanqui. Sí en la tesis estratégica según la cual, frente a la máquina bien jerarquizada del Estado, una insurrección sólo tendrá opción de triunfar cuando se dote de una máquina de Estado paralela, rigurosamente paralela: con su base social, los militantes; con su aparato legislativo, los congresos y conferencias; con su regulación judicial, las comisiones de garantías; y, en el vértice, con su ejecutivo, el selectísimo buró político. La historia del siglo XX europeo sólo se entiende como la de la perpetua guerra entre los Estados confesos y los elípticos ‘estados dentro del Estado’ que son los partidos. La experiencia totalitaria extraerá la final consecuencia: el poder pleno sólo se da cuando ‘el’ Partido desplaza y abole el Estado para absorber sus funciones.

¿Laboratorio político, la Francia del siglo XXI? También. A poco que retengamos la rareza de lo que allí está pasando: la extinción de los partidos. Y las dos paralelas biografías de los hombres en quienes tal rareza toma soporte.

En la primavera de 2016, Emmanuel Macron era un sujeto programáticamente indistinguible del entonces presidente François Hollande. Pero Hollande era un hombre de aparato, modelo de funcionario de partido; Macron era un hombre solo. En el otoño de 2021, Éric Zemmour es programáticamente indistinguible de Marine Le Pen. Pero Le Pen es una mujer de partido, funcionaria del partido familiar desde la cuna; Zemmour es un hombre solo.

Hace apenas un decenio, nadie hubiera dado un céntimo por los hombres solos frente a esos ‘estados a escala’ llamados partidos. Hoy, en Francia, la posibilidad de que entre dos hombres sin más partido que su nombre se juegue la próxima presidencia es un experimento de laboratorio. Con el austero desengaño propio a este primer tercio del siglo XXI, tan ajeno a la retórica del joven doctor de 1843, uno puede limitarse a tomar nota de que el tiempo que nos viene se abre a incógnitas sin precedente.

ABC (España)

 



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