Qué. Un informe reciente de los Servicios de Seguridad del paÃs alerta de que «las actividades de espionaje y de injerencia extranjera» están en niveles no vistos desde la Guerra FrÃa. Por qué. Las autoridades creen que las principales amenazas son «el extremismo violento, el terrorismo y las ciberactividades maliciosas», sin olvidar que en las fuerzas y cuerpos de seguridad hay identificados cientos de ultraderechistas peligrosos.
Bélgica tiene un problema. Bueno, tiene muchos y no es
noticia para cualquiera que haya pasado un rato más allá de Brujas y el niño
meón, pero cuando hablamos de lo que quita el sueño por las noches, tiene uno
gigantesco con la seguridad nacional. Bruselas está infestado de espías,
agentes de inteligencia y operativos especializados en sembrar caos. Siempre ha
sido un destino jugoso, como la Viena de la posguerra, por albergar la sede de
la OTAN, pero con la invasión de Ucrania y el creciente papel de la UE el
interés de las grandes potencias se ha disparado. Espían los rusos, los chinos
y los estadounidenses. Espía Marruecos, Turquía, los del Golfo y todos los que
han intentado meter la pata en la Eurocámara. Pero también dictaduras de todo
el planeta, porque aquí se refugian exiliados en busca de altavoz para
denunciar genocidios y persecuciones.
Un informe reciente del Service Général du Renseignement
et de Sécurité (SGRS) dice que "las actividades de espionaje e injerencia
extranjera han alcanzado niveles no vistos desde la Guerra Fría", y que
"las principales amenazas a la seguridad nacional son, además de esta
injerencia, el extremismo violento, el terrorismo y las ciberactividades
maliciosas".
El 29 de marzo de 2022, Bélgica expulsó a 21
diplomáticos. Esta decisión "ha provocado una reducción temporal de las
capacidades; sin embargo, los servicios de inteligencia rusos se adaptarán a la
evolución de la situación para satisfacer sus necesidades", dice el papel.
La otra gran preocupación externa es China. Por la Alianza Atlántica, por los
disidentes y por razones puramente industriales. La SGRS apunta por ejemplo a
ciberataques a centros oficiales y contra diputados verdes que han sido muy
críticos.
Pero además de eso, Bélgica, de Valonia a Flandes, tiene
un embolado inmenso con la penetración de nazis, fascistas y extremistas en
todos los niveles de sus Fuerzas Armadas. No es nada nuevo, como saben, pues
algunos de los crímenes más espantosos desde los años 70 siguen sin resolverse,
desde la violencia salvaje de los asesinos de Brabante pasando por todo tipo de
bandas posfascistas, con la sospecha de que mandos policiales, simpatizantes o
cómplices, cerraban los ojos y aún sabotean investigaciones.
La semana pasada, el ejército expulsó a un suboficial de
50 años destinado en la base aérea de Florennes. El soldado no cometió ningún
delito (si se omite la violencia como ultra de su equipo de fútbol), pero
cuando quedó más que acreditada su ideología ultraderechista, que festejaba en
las redes sociales el aniversario del nacimiento de Hitler y comentarios
racistas, los servicios de seguridad pidieron que se le retirara su
autorización de seguridad por "serias dudas sobre la lealtad e
integridad".
Hasta hace poco, la gran preocupación eran los
islamistas, pero en los dos últimos años el grueso de expedientes es por
nacionalistas radicalizados, o nazis declarados que, como el cesado o el Rambo
Jürgen Conings, que mantuvo en vilo al país, tenían acceso a armas y munición y
habían construido incluso un campo de tiro. Los sospechosos son unos
centenares, pero los simpatizantes, decenas de miles. Orgullosos, que no se
esconden y que compran conspiraciones por locas que sean. Bélgica quiere
proyectar tranquilidad, y ha espabilado algo, pero poco. Las recetas de los
últimos 40 años son garantía de fracaso, pero en política ¿cuándo ha sido eso
razón suficiente para un cambio radical?