La primera ministra italiana lidera una reunión con Macron, Von der Leyen, Suank y Rutte para presionar en favor de más restricciones y acuerdos con los paÃses de origen.
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, tiene un
plan. Italia arrastra un enorme problema desde todas las dimensiones posibles
con la llegada de refugiados, los naufragios y cientos de muertes, la gestión
de su asilo y las reacciones políticas internas. Así que el plan va a llevar la
cuestión al tablero europeo tantas veces como sea necesario, en todos los
escenarios en los que sea posible.
La semana pasada, Meloni envió una petición por escrito
al presidente español, Pedro Sánchez, y al del Consejo Europeo, Charles Michel,
para que los líderes de los 27 abordaran la cuestión en su encuentro en Granada
para un Consejo Informal este viernes. La petición fue escuchada y aceptada,
será uno de los puntos de día en la agenda y hay varias referencias por ahora
en el borrador del texto conjunto que se está elaborando. Pero además, la
italiana metió el tema con calzador también este jueves, al convocar una
reunión en petit comité que acabó contando con algunos de los pesos pesados del
continente, una decisión que no gustó demasiado al Gobierno español, anfitrión
del evento.
Las salas del Palacio de Congresos de Granada no se
prestaban para grandes cosas. Italia disponía de una pequeña, como para cuatro
personas y su equipo, por lo que la primera ministra decidió invitar al
británico Rishi Sunak, al albanés Edi Rama y al holandés Mark Rutte. Rama es un
vecino con el que la relación, en materia migratoria, siempre ha sido
complicada. Rutte parecía un candidato obvio, pues ha participado en el último
año en los encuentros que ambos y la presidencia de la Comisión, Ursula Von der
Leyen, han mantenido con Túnez. Y Sunak, explican fuentes diplomáticas, el
invitado perfecto. "Su país tiene una posición clara sobre el tema
migratorio y ha puesto en marcha medidas sin equivalente ni precedente. La
posición europea no es imitar el modelo de Ruanda, pero así el mensaje que
manda Roma es claro: 'No somos como los primeros ministros precedentes que sólo
piden solidaridad y se apañan si no llega. Estamos dispuestos a buscar
soluciones'", explican estas fuentes.
Sin embargo, lo que parecía un encuentro pequeño se
convirtió de golpe en otra cosa, cuando la propia Von der Leyen y el presidente
francés, Emmanuel Macron, se sumaron. Eso ya eran pesos pesados. Faltaba el
canciller Scholz, que tenía apalabradas otras bilaterales. Y el malestar
español. Por el intento de la italiana de acaparar la atención y alejarse del
objetivo más amplio de la Comunidad Política Europea, que es acercar posiciones
con otros vecinos. Y porque el propio Sánchez, ocupado como anfitrión, no podía
asistir.
No salió nada concreto de la charla, ni se esperaba. Pero
el momento para hablar de migración no es que sea inmejorable, sino que es
inevitable. El miércoles, los embajadores de los 27 llegaron a un acuerdo para
fijar su posición sobre uno de los cinco reglamentos que componen la reforma
del Pacto de Migración y Asilo, el que hace referencia precisamente a la
gestión de crisis y emergencias. Tenían que haberlo hecho los ministros de
Interior la semana pasada, pero Italia, tras meses de choques con Berlín, se
opuso. La cuestión acabó saliendo, con algunas cesiones por todas partes. Pero
ocurrió con el voto en contra, de nuevo, y la indignación, una vez más, de
Hungría y Polonia.
El primer ministro placo, Mateusz Morawiecki, que no
estaba invitado a ese pequeño encuentro pero que pidió a Meloni una charla
bilateral, avisó este jueves de un "veto total" al Pacto Migratorio
ante lo que considera "presiones y los chantajes". En un vídeo
colgado cuando queda poco más de una semana para las elecciones nacionales,
Morawiecki reafirma la posición contra "los burócratas de Bruselas y sus
verdaderos jefes, los de Berlín" que intentan, según dijo hace unos días,
"implantar un plan demencial" que "inundará Varsovia de
inmigrantes ilegales, tiroteos, ataques y disturbios", en declaraciones
recogidas por EFE. La UE no tiene cerrado el tema, quedan pendientes largas
negociaciones con la Eurocámara y la experiencia demuestra que intentar imponer
algo así a los que no quieren sólo lleva a peleas, pleitos, fricciones,
bloqueos y venganzas.
La cuestión está al rojo. Italia todavía cree que no
recibe ni la ayuda, ni la solidaridad suficiente, y quiere pactos europeos como
el alcanzado con Turquía en su momento y ahora Túnez, para dar el dinero que
sea necesario (y mirar para otro lado ante violaciones de derechos y derivas
autoritarias) a cambio de que los países africanos frenen las salidas de
embarcaciones. Pero esos acuerdos, además de peligrosos y difícilmente
defendibles desde cualquier punto de vista moral, son además muy inestables. El
propio comisario europeo responsable de Vecindad, Oliver Varhelyi, arremetió el
jueves en sus redes sociales contra el Gobierno tunecino, que no para de tensar
la cuerda, instándoles a devolver los 60 millones de euros recién recibidos si
no están contentos con las cosas que firman. Un choque de sorprendente tono por
parte de la Comisión. Este viernes, en Granada, segunda jornada, ya sólo entre
los 27 y peleando por palabras concretas, pero sobre todo por definir los
próximos pasos tras 10 años de lucha encarnizada.