Cuando el dirigente priísta era designado por el presidente de la República se hablaba, de manera simplista, del dedazo; ahora que se establecen reglas para la competencia también se critica el procedimiento en virtud de que se expresan las diversas corrientes al interior del partido, y la confrontación entre líderes sectoriales, gobernadores y otros actores es natural. Es innegable que hay un esfuerzo por legitimar a la directiva del PRI; perdida la hegemonía que lo caracterizó, enfrenta la necesidad de reconstruir muchas de sus estructuras para recobrar confianza y credibilidad, sobre todo de las jóvenes generaciones. El tercer lugar al que fue desplazado en la pasada elección presidencial obliga al partido a un severo ejercicio de autocrítica y a tirar todo el lastre que le significa costos muy altos. No es posible que cobije impunidades y rémoras.

Si bien en el antes todopoderoso partido se vive una crisis interna, también en los otros dos grandes se viven momentos de confusión y divisionismo. En el PRD, la actitud de su ex candidato presidencial le ha costado el alejamiento de muchos simpatizantes que sufragaron a su favor el pasado 2 de julio. La división quedó clara en la última reunión del Consejo Nacional, en la que se criticó abiertamente el trapecismo y el oportunismo en que ha caído el partido que se dice representante de la izquierda mexicana; la confusión ideológica es tal que estuvieron a punto de apoyar a la señora Ana Rosa Payán en sus aspiraciones a la gubernatura de Yucatán; se han dedicado a recoger a los inconformes que no logran candidaturas en los partidos en que tradicionalmente han militado. ¿Dónde quedó la ortodoxia por la que tanto trabajó el ingeniero Cárdenas?

Por lo que al PAN se refiere, contemplamos cómo su dirigencia se montó en la corriente demócrata cristiana que tanto daño les hizo en el pasado; por si fuera poco, el enfrentamiento entre el liderazgo panista y la corriente calderonista ya no se puede disimular. El equipo cercano al Presidente se queja en público y en privado de las maniobras de los directivos del blanquiazul. Al desorden político contribuye el ex presidente Fox, que está empeñado en conservar tribunas y reflectores con el consiguiente enojo de quienes ahora gobiernan el país. Columnistas, reporteros y moneros siguen festejando las involuntarias gracejadas del anterior mandatario.

El desorden al interior de los principales partidos es señal de la crisis que vive la clase política, que no sólo no acierta a definir el proyecto de país, sino que da prioridad a sus propios intereses. La próxima Asamblea Nacional de PRI será escenario adecuado para que los priístas tracemos la ruta que queremos transitar; igual oportunidad tendrán los perredistas en su Congreso Nacional en agosto. Por otro lado, es necesario que las grandes organizaciones políticas del país nos pongamos de acuerdo acerca de las coincidencias que unan el esfuerzo de todos los mexicanos, cualquiera que sea el partido en el que militemos; no podemos iniciar el camino cada seis años ni improvisar presidentes como el que se fue. Bastante caro le costó a México la falta de experiencia y la locuacidad del señor de San Francisco del Rincón.

Cabría preguntar dónde están los viejos panistas que fueron intransigentes en la defensa de la ideología que imprimieron al partido sus fundadores; el pragmatismo se ha apoderado del PAN y del PRD, y ha desvirtuado sus principios fundamentales. Así, no es el PRI el único partido que se enfrenta a un esfuerzo de reconstrucción; los otros dos grandes tienen que realizar reformas que les otorguen congruencia y permitan a la actividad política recobrar prestigio y dignidad.

Debemos dejar de lado los intereses partidistas y ponernos a trabajar en serio para sacar adelante al país; estorbarnos unos a otros nos condenaría al rezago cada vez más doloroso de la mayoría de la población; no olvidemos que el PRI, a pesar de su derrota en la pasada elección presidencial, sigue siendo una fuerza política que articula todavía a un gran sector de mexicanos. O trabajamos unidos o no tenemos porvenir.

Analista político