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08/03/2007 | Latinoamérica confía en rentabilizar el interés renovado deWashington por la región

Joaquim Ibarz

Estados Unidos sigue siendo el primer inversor y socio comercial del continente.

 

Los gobiernos de los cinco países latinoamericanos que visitará George W. Bush confían en que la debilidad del presidente estadounidense les ayude a obtener concesiones políticas y económicas para sus países. Con ello difieren de la mayoría de los observadores, que señalan que se puede  esperar poco de la gira por la creciente impopularidad del inquilino de la Casa Blanca.

La política internacional no es un mero concurso de simpatías. A pesar de la creciente influencia de Hugo Chávez en determinados países y tras haber descarrilado el tratado continental de libre comercio que impulsaba Bush, el impacto de la economía estadounidense en América Latina es más fuerte que nunca. El comercio y las inversiones alcanzaron el año pasado un nivel récord, al tiempo que las compañías norteamericanas en la región ganaron más dinero.  Latinoamérica también es consciente de que EE.UU. es su principal socio comercial, con Venezuela en primer lugar.

Los gobernantes latinoamericanos, incluido el argentino Néstor  Kirchner y el nicaragüense Daniel Ortega –con la posible excepción de Evo Morales–, aspiran a beneficiarse con la generosidad dispendiosa de Chávez y con la apertura de los mercados norteamericanos. El Brasil del presidente Lula da Silva se considera por encima de lo que Hugo Chávez le pueda  ofrecer. Su lema es ni Caracas niWashington: Brasilia. Por eso, recibirá encantado al primer mandatario  estadounidense y a final de mes visitará de nuevo la Casa Blanca. Ni Brasil ni Argentina romperán con el presidente venezolano, pero tampoco transitarán por su camino revolucionario.

A pesar de que a Bush sólo le quedan 22 meses de mandato, ese tiempo será crucial para que los cinco países latinoamericanos que visitará  impulsen los temas de su interés en la relación bilateral, entre ellos emigración, comercio, inversión directa, seguridad y –en el caso de México– cooperación fronteriza. Para avanzar tendrán que obtener el respaldo de Bush, quien conserva una importante cuota de poder. Paradójicamente, la propia debilidad del presidente estadounidense –acorralado por la guerra en Iraq, con la billetera vacía y sin el apoyo del Congreso– podría ser aprovechada por los países latinoamericanos para obtener mejores concesiones.

Hasta es posible que pueda darse la paradoja de que George W. Bush brinde al presidente mexicano Felipe Calderón el apoyo que no pudo o no quiso dar al ex presidente Fox después de septiembre del 2001. Enfrascado como ha estado en la lucha contra el terrorismo y en las acciones bélicas en Iraq, a lo largo de seis años Bush no había manifestado mayor interés hacia Latinoamérica. De ahí la pregunta: ¿por qué ahora?

En América Latina mucho ha cambiado. El avance de la  izquierda –con diversas visiones– y la influencia del presidente Chávez, así como el proceso de transición que se vive en Cuba, son una llamada de atención que Bush debe atender, inclusive por razones de cálculo electoral respecto al voto latino.

Al visitar Brasil y Uruguay, Bush también muestra su interés en acercarse a gobiernos progresistas y no sólo a los aliados de siempre: Colombia, México y Guatemala, que comparten su  visión del mundo. Bush ha sido capaz de convivir con la realidad. Este viaje es la prueba. En cierta medida, es la bendición de Bush al modelo de izquierda que tolera y respeta, frente al neosocialismo totalitario que predica el presidente Hugo Chávez.

En la agenda de Bush sobresale la política energética con Brasil y el tema migratorio con México. Para contrarrestar la petrodiplomacia venezolana, Washington propuso a Brasilia un   pacto energético para producir y comercializar biocombustibles que permitan a EE.UU. reducir su dependencia petrolera. Los dos países suman el 70% de la producción mundial de etanol.

En México, George W. Bush se encontrará con un presidente, Felipe Calderón, que intenta ganar legitimidad tras la dura pugna electoral y postelectoral, y que debe ser un aliado esencial en su política migratoria. La prioridad del país mexicano es la aprobación por Estados Unidos de una reforma migratoria que incluya una mejoría en el trato a las personas que se internan en territorio estadounidense y la legalización de los indocumentados.

La Vanguardia (España)

 


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