Aunque persisten los nacionalismos testarudos y un agrio antiintegracionismo en algunos sectores de la Centroamérica actual, el istmo ha logrado avanzar con pasos sólidos hacia un proceso de pacificación, democracia y desarrollo, gracias a la aplicación de políticas liberales exitosas que permitieron el libre intercambio comercial y la cooperación entre los países de la región.

Sin embargo, los registros de la historia contemporánea y hasta los propios beneficiados de estos singulares acuerdos, no hemos logrado palpar en el fondo de nuestras almas, la trascendencia y vitalidad de dichos compromisos, asumidos entonces por los cinco mandatarios centroamericanos.

Luego de la firma estampada por Vinicio Cerezo, de Guatemala; Napoleón Duarte, de El Salvador (q.e.p.d.); José Azcona Hoyo, de Honduras (q.e.p.d.); Daniel Ortega, de Nicaragua; y Óscar Arias, de Costa Rica, pese al pulso de sus propios cálculos y bajo la acalorada dinámica de la comunidad diplomática internacional para que se diera un cese a la guerra, en los años subsiguientes otros avances también se han dando en el proceso de institucionalidad regional.

Nuevos acuerdos como los protocolos de Guatemala, Honduras, Tegucigalpa o el Tratado Marco de Seguridad Democrática que, entre otros, trazan en su conjunto la ruta conceptual del actual proceso integracionista, albergando en sus estatutos aspectos ligados a la institucionalidad jurídica, económica y de seguridad, en las cuales descansan el afianzamiento democrático y las vías de sostén hacia el desarrollo.

Pero estos nuevos avances (que ahora permiten hablar de la posibilidad de llegar a tener una sola policía, una sola aduana, una sola moneda y hasta la creación de partidos políticos regionales como ya los hay en Europa y de muchas otras iniciativas), no serían una realidad sin la decisión de aquella gesta presidencialista.

En este sentido, "tanto la neutralidad activa" desarrollada por Arévalo en Guatemala, el "Plan Arias" de Costa Rica o la propia decisión de Daniel Ortega de suscribir los acuerdos -ya fuese por la presión internacional o por la "vocación" de paz enmendada por la revolución sandinista-, lo cierto es que todos ellos en conjunto dieron una lección al mundo al unir esfuerzos y voluntades en aras de detener la guerra y la subsiguiente vietnamización del entorno. Y lo lograron.

En aquellos años difíciles, sin embargo, el espíritu pacifista de Centroamérica, puesto ya de manifiesto desde la era precolombina, hizo posible la paz que hoy respiramos. Quedaron atrás los días de desolación, conspiraciones públicas y silenciosas, exilios, guerrillas urbanas izquierdistas, crímenes políticos de paramilitares y tropas contrarrevolucionarias campesinas que hicieron de la pobre "garganta pastoril" de América, como le cantara Neruda a estas tierras, un polvorín belicista en medio de los cañones de la Guerra Fría, las barbas de Fidel Castro y la cinematográfica geopolítica de Reagan.

Es obvio que esta paz se desluce mientras la clase empresarial, la gobernante, la política y la social no generen nuevas iniciativas para superar las verdaderas causas del empobrecimiento de nuestros pueblos: la pobreza, la migración forzada, el narcotráfico, el desempleo, el populismo esotérico y la corrupción.

A 20 años de Esquipulas, se vuelve necesario abrir mayores espacios de credibilidad, de tolerancia y de apertura comercial regional, para que la democracia, el progreso social y la libertad logren que este proceso multidimensional de la integración, avance con firmeza y solidez hacia la competitividad económica globalizada.

* Ariel Montoya es escritor y periodista nicaragüense. Preside la Fundación Internacional Esquipulas (FES).

Fuente: Diario La Prensa

www.hacer.org