La penosa escalada verbal matizada de vituperios, injurias y agravios torpes –y a ratos rufianescos– entre esos dos rivales, se deslizó ayer hacia un terreno cenagoso en donde la temeridad, la inmadurez y la imprudencia han venido a marcar la actuación de quienes en estos momentos acaparan el interés público y deben, por eso, encaminar su pugna hacia el campo del debate respetuoso y propositivo, y su actuar general, en torno de cualidades y virtudes obligadas para quienes pretenden asumir el liderazgo nacional.

Hace ya muchos días que la serenidad, la inteligencia, la reflexión y el buen juicio se ausentaron de las actitudes y las estrategias de esos dos políticos, que en sus arrebatos y su ceguera por alcanzar el poder a cualquier precio, no reparan en el grave descrédito que le causan a su oficio, ni en la erosión a la democracia y la institucionalidad, porque el efecto de sus desaciertos, sobre los electores, es el alejamiento de las urnas y la desconfianza en lo que ellos proponen y representan.

Día con día, mientras se acerca la segunda vuelta electoral, los señores Colom y Pérez propician –cual perversa estrategia– nuevas razones para que los guatemaltecos se pregunten si vale la pena acudir a las urnas y, sobre todo, si tiene algún sentido sufragar a favor de sus divisas, porque a estas alturas de su sórdida confrontación resulta difícil marcar la diferencia entre uno y otro, en términos de planteamientos y personalidad.

Por ejemplo, en el crimen ocurrido ayer, hicieron derroche de censurable oportunismo, por cuanto manosearon la tragedia ajena, al anticiparse al señalamiento de responsables y a la elucubración de hipótesis, un campo en el cual no tienen absolutamente nada qué hacer, porque eso es privativo de los órganos de investigación del delito, y de la justicia.

Lamentablemente, esa es la histérica tónica que ambos políticos han impuesto a una campaña electoral huérfana de propuestas para que los guatemaltecos conozcan de qué manera enfrentarán la amplia gama de problemas sociales.

Y le han dado tanta importancia a la estrategia de la impertinencia y el insulto, que ambos han elegido a groseros personajes de choque, ya conocidos por su maestría en la ofensa, la calumnia y la agresión, en lugar de ocupar ese espacio con asesores en los cuales se encuentre el argumento bien fundado para cada desafío.

Colom y Pérez están llevando a Guatemala a un nivel peligroso de polarización que anticipa, además, lo que le espera al país, sin importar quién de los dos resulte victorioso.

Es penoso que no haya, entre sus asesores, alguien sensato y valiente que les advierta de ese grave riesgo y que les recuerde, asimismo, que sobre sus espurios intereses políticos deben prevalecer los de la Patria, cuyo sino ha estado marcado por el odio, a causa de actitudes como las que ellos exhiben.