Pertenecen a grupos pequeños que sólo se entienden con base en apellidos y tradiciones. Y de generación en generación van transmitiendo genes, cargos y comisiones, fortunas y oportunidades, hasta copar, unos pocos, amplios sectores y vastos territorios. Calles e instituciones llevan sus nombres y se les rinde tributo más por mecánica obligación que por sus buenas acciones.

Así ocurre -guardando las distancias- con la clase política en la mayoría de los países latinoamericanos, donde por desgracia, quienes no pertenecen a esta casta, no cuentan con el respaldo para acceder a sitios desde donde podrían dar lo mejor de sí mismos, o se ubican erróneamente, a la fuerza y vociferando, en el extremo opuesto, con discursos igualmente falsos, interesados y astutos.

En Costa Rica, pese a las transformaciones evidentes en el talante nacional, seguimos percibiendo en muchos de los partidos políticos, ese afán de unos pocos por seguir acaparando cargos y puestos de poder, independientemente de si su preparación profesional y su experiencia personal se ajustan a las nuevas condiciones o a la labor para la cual, otra vez, han sido nominados.

Es así como los mismos nombres se repiten -de elección en elección- y se manosean para gabinetes, juntas directivas, equipos de campaña, jerarquías, curules y múltiples nombramientos. Las cúpulas de algunos de los partidos -aún más, sus propios líderes- son diestros en perpetuar esta histórica tradición de tomar en cuenta, una vez sí y otra también, al mismo grupito de “aristócratas” locales. Y no es que dejemos de reconocer que algunos son diestros y cultivados, y en el pasado, han desempeñado un buen papel en ciertos cargos; tampoco desconocemos el valor de la amistad, afinidad, experiencia acumulada o conocimiento de causa... Lo que pasa es que los tiempos demandan rostros frescos y una mayor apertura hacia nombres y apellidos, que sin ser “de abolengo” representan a individuos sumamente ágiles, preparados y creativos, que pueden aportarle al país renovadoras ideas, que están al día y mucho más identificadas con las necesidades de la ciudadanía y con su inmediata realidad, por haberlas vivido más recientemente y en carne propia.

No es que no tengamos nuevos y jóvenes líderes. Es que, en política, seguimos en manos de unos pocos iluminados a quienes les gusta bajar el dedo milagroso sobre las mismas cabezas.

Por eso, amén de sus ya gastados sistemas de trabajo -medianamente exitosos en otros tiempos-nos vemos obligados los ticos y ticas a soportar sus mismos defectos, debilidades y achaques, porque se han convertido, a través de los años, en “poseedores absolutos de todos los dones, puestos e ideas” que como la sangre azul, “les son intrínsecos”.

¿Serán estos tiempos de confrontación, rebeldía y suspicacia, apropiados para la “aristocracia política”? No lo creemos, aunque los mismos insistan en ello.