La orden es en argot financiero: “Vámonos cortos en pesos”. Lo entienden los que lo tienen que entender. Desde algún despacho sobrado de dólares, un peso pesado de la economía mundial gira esta instrucción que se traduce en una corrida especulativa contra la moneda mexicana. Él se hace más rico mientras un país entero se hace más pobre.
El método no es nuevo. Hace cosa de tres décadas, un solo hombre derrotó con mucho dinero y una estrategia similar al Banco Central de Inglaterra: George Soros apostó contra la libra esterlina, resistió, ganó y se convirtió en el archimillonario gurú de los mercados bursátiles.
Juegos especulativos así son frecuentes en el mercado cambiario mexicano y pasan desapercibidos entre el volumen de operaciones de todos los días. Sin embargo, desde que estalló la crisis, se ha reducido más o menos a la mitad el monto de las negociaciones peso-dólar que hacen los bancos en México, y eso vuelve más vulnerable a la moneda nacional ante ataques especulativos.
Ya algunos bancos de nuestro país —receptores finales de este tipo de solicitudes extraordinarias— han reportado a la autoridad financiera movimientos inusuales contra el peso, particularmente provenientes de instituciones financieras de Asia, una región que nunca había estado tan “interesada” en la moneda nacional.
Se teme que poderosos inversionistas orientales apuesten contra las economías emergentes como México. El gobierno sabe que ni las reservas internacionales del Banco de México le pueden aguantar unas venciditas a alguno de estos titanes del dinero.
La única defensa ante un ataque así sería acordar con los bancos mexicanos que si detectan una operación de este tipo la reporten y cancelen, incluso suspender el uso de SWAPS, que son instrumentos financieros que facilitan este tipo de jugadas. Son medidas nada ortodoxas que podrían generar polémica internacional.
Vale la pena evaluarlo porque más de un especulador extranjero está listo para apostar contra el peso. Sobre todo porque el gobierno está preocupado ante lo que parece un grave anuncio económico inminente: que alguna de las calificadoras internacionales —por más desprestigio que han acumulado tras la recesión estadounidense— decidiera bajarle la calificación a México como atractivo para la inversión.