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17/03/2011 | EE.UU. necesita un perfil bajo en Libia

Ted Galen Carpenter

Las protestas en Oriente Medio han frustrado tanto a los neoconservadores como a los social demócratas intervencionistas. Tanto en Egipto como en Túnez, las manifestaciones populares forzaron la salida del poder de tiranos antes de que los analistas y activistas tradicionales en EE.UU. pudiesen hacer un argumento creíble a favor de la intervención militar, aunque ellos sí lo intentaron con Egipto. Los pueblos de Túnez y Egipto lograron sus revoluciones sin el beneficio de la asistencia armada de Occidente—y están merecidamente orgullosos de su logro.

 

No obstante, derrocar al dictador libio Muammar Gaddafi está resultando ser más difícil y demorado. De manera que ofrece una nueva oportunidad para los estadounidenses y otros occidentales que sufren del Desorden Obsesivo Compulsivo de Intervencionismo.

A medida que la lucha armada se intensifica en Libia, neoconservadores como el editor de Weekly Standard, William Kristol, o el académico de relaciones internacionales Robert Kagan y el Senador Joe Lieberman (Independiente por Connecticut), junto con otros partidarios social demócratas de la intervención humanitaria incluyendo a Gareth Evans del Crisis Group, están haciendo un llamado a la administración de Obama para que establezca una zona de exclusión de vuelos y tome otras medidas para sacar del poder a Gaddafi.

Su aparente justificación es que las fuerzas de seguridad de Gaddafi están matando a los manifestantes. Si bien algunas estimaciones sobre las muertes probablemente han sido exageradas, queda claro que efectivamente cientos de personas han sido asesinadas. Las sorprendentes imágenes que provienen de Libia comprensiblemente fomentan llamados a que se detenga el sufrimiento. Pero es difícil ignorar la conclusión de que los motivos de al menos algunos de los importantes partidarios de la intervención van más allá. Mezcladas con las justificaciones humanitarias están los frecuentes comentarios acerca de la necesidad de reafirmar el liderazgo estadounidense, es decir, de tratar de determinar el resultado de las protestas y las características de una nueva Libia post-Gaddafi y de la región entera.

Los partidarios de la intervención parecen estar preocupados por la noción de que todavía otra revolución en el Medio Oriente pueda ser enteramente un asunto doméstico —sin el beneficio de tener como guía a la elite política de EE.UU.

De hecho, eso sería algo bueno. Dadas las opiniones sumamente negativas de EE.UU. sostenidas por las personas alrededor del Norte de África y en el Medio Oriente —las tasas de aprobación de EE.UU. muchas veces están entre 10 por ciento y 25 por ciento— deberíamos estar aliviados de que la conducta de EE.UU. no ha sido una cuestión relevante en alguna de las protestas que se han dado hasta ahora. Aquello es un argumento a favor de mantener un perfil bajo y evitar convertirse en la fuente de una controversia.

Las propuestas de intervenir en Libia, especialmente para establecer una zona de exclusión de vuelos regida por EE.UU. y la OTAN, están mal concebidas por múltiples razones.

Primero, como lo vimos en la región balcánica y en Irak, las zonas de exclusión de vuelos suelen conducir a un involucramiento más profundo y prolongado.

Segundo, hay una oposición considerable a lo largo de todo el mundo musulmán a la intervención occidental. En un encuentro reciente de la Liga Árabe, hubo un virtual consenso acerca de que la intervención externa en Libia —particularmente la de EE.UU.— sería una mala idea.

El ministro de relaciones exteriores de Irak, por ejemplo, se opuso firmemente a tal acción, incluso cuando era claro que sus simpatías estaban con los insurgentes libios.
Los mismos insurgentes supuestamente están ampliamente divididos acerca de la conveniencia de la ayuda. Algunos la han pedido. Pero otros la han rechazado de manera enfática. Sus números incluían una facción que le mostró a las cámaras de televisión un cartel grande que decía “¡No a la intervención!”

Finalmente, una razón más sutil por la cual la administración de Obama debería resistir estos cantos de sirena de los neoconservadores e intervencionistas social demócratas es que, mientras que una intervención como esta podría beneficiar a los insurgentes en el corto plazo, socavaría su legitimidad a largo plazo.

Sería muy difícil para las facciones que pidieron y recibieron asistencia militar de EE.UU. convencer a sus conciudadanos de que no son títeres de Washington.

Los libios, como los tunesinos y egipcios, necesitan derrocar a su líder opresivo con sus propios esfuerzos. Un manifestante en Trípoli lo dijo de manera concisa a un reportero del Washington Times: “Tenemos que sacarlo nosotros mismos”.

De esta manera, será su revolución —no algo que les dieron los poderes de Occidente. Esto es particularmente importante para países que, justa o injustamente, todavía cargan con el estigma del colonialismo e imperialismo.

Los líderes estadounidenses deberían abstenerse de hacer cualquier cosa que inadvertidamente podría socavar ese logro.

Este artículo fue publicado originalmente en Politico.com el 4 de marzo de 2011.

El Cato (Estados Unidos)

 


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