Vienen a la mente las grandes tensiones diplomáticas, políticas y comerciales impuestas a nuestro país por el vecino del norte, tras el asesinato del comandante de la DEA, en México, Enrique González Camarena, del cual primero se dijo que fue por error policíaco.

Tiempo después se reconoció que Camarena fue secuestrado y torturado por un mando de la Policía Judicial Federal —supuestamente— a encargo de uno de los capos más importantes del narcotráfico de aquellos años (prueba de la infiltración policiaca por el narco y origen del narco-poder que hoy nos atemoriza a todos).

Sospechamos con impotencia que el crimen organizado ha contaminando a importantes sectores de la autoridad de los diversos niveles de gobierno, absorbiéndolos para sus fines, al grado de que, en no pocas comarcas del país, hoy no hay orden legítimo; espacios en los que la inseguridad pública amenaza a lugareños y a fuereños (zonas enteras del norte y del centro de la República).

Con el estallido del caso Camarena comenzó un arco de adversidades acrecentadas por los terremotos de septiembre en la Ciudad de México.  El único dato positivo de esa tremenda experiencia de pérdidas humanas y materiales fue la ejemplar reacción de la sociedad —espontánea y solidaria— para suplir al gobierno federal; extrañamente paralizado ante el deber de asumir la dirección que reclamaba la catástrofe.

Se conjeturó que la demora de un plan de urgencia oficial para atender los siniestros del 19 de septiembre descartó el Plan DNIII, que hubiera cedido el absoluto control al Ejército sobre la zona afectada, porque abarcaba las sedes de los poderes públicos de la Federación; que la lentitud para tomar el control de la situación se debió al temor de que alguna facción disidente del Ejército aprovechara para intentar “un golpe de Estado” (escenarios que en ese tiempo eran impensables, pero la constante en otras etapas de la historia patria).

Como dijera Álvaro Mutis “oscuras levaduras de destrucción habían comenzado a trabajar”, en este caso a carcomer el alma y el armazón de la democracia, que precisa de la lealtad invariable e incuestionable de sus fuerzas armadas. Si un comando policiaco infectado atacó a los diplomáticos para propiciar este nuevo episodio de tensión, se debe reconocer el hecho, lejos de manejarlo como un error inverosímil.

                Twitter: @f_javier_acuna