La pelea verbal entre Alan García y Evo Morales no está a la altura del estilo y la clase de Madame Betancourt, quien es una verdadera jeune fille rangée de mejor familia aún que Simone de Beuvoir. No, los exabruptos son del calibre y la ordinariez a la que el presidente Chávez ha acostumbrado a la audiencia cuando se trata de presidentes de esta parte del Tercer Mundo.
Que Evo comenzó, lo sabemos todos, a menos que se haya sentido aludido por un discurso de su colega Alan cuando dijo, allá por el mes de abril, que para ser buen presidente había que estudiar mucho. (Para deslindar responsabilidades del Primer Mandatario peruano, cabe mencionar que en primer lugar no dijo eso en un ambiente internacional, sino más bien en uno muy local, y por lo demás, eso es una verdad irrefutable, aunque por acá parezca ahora un exabrupto conservador y racista).
El problema más serio, sin embargo, está en la intromisión de nuestro Presidente en los asuntos peruanos, y para colmo en una acción cuyo equivalente económico tiene cárcel. Me refiero a cuando alguien, diseminando información falsa, provoca una corrida en el sistema bancario. Don Evo está ayudando a Ollanta Humala a crear una situación de gran alboroto y de inestabilidad a partir de una mentira, método que dicho sea de paso funcionó en Bolivia de maravillas: hasta se derrocó a un gobierno democráticamente constituido.
¿Para qué abrió la boca? La única explicación decente es que don Evo está tratando de consolidarse como el gran antagonista de los Estados Unidos a nivel regional, la otra sería que está siguiendo el guión de quien corre con los gastos reservados del actual régimen.
Si el gobierno de Evo Morales fuese consecuente, si realmente creyese en lo que dice su ministro de Gobierno, que el embajador Goldberg estaba en afanes conspirativos, entonces debería actuar como es debido, vale decir, llamar a su embajador a consultas y devolver al diplomático en cuestión sus cartas credenciales. (Me pregunto: ¿qué hace el Senado que no ha llamado a declarar ya al ministro Rada respecto a tan contundentes aseveraciones?).
Respetar la investidura presidencial implica también hacerla respetar. Don Evo ha puesto en situación muy vulnerable a su imagen, tanto al ocuparse públicamente de la silueta de otros hombres como al inmiscuirse con la política interna de nuestro vecino. Con los norteamericanos ha sido aún más grosero, pero éstos le tienen una suerte de paciencia que si Su Excelencia fuese más perspicaz, hasta debería resultarle insultante.
Seguir con ese estilo “chavezcano” no llevará a ningún lado a Don Evo; es más, conviene decir que un consejo vale, aun viniendo de un rey o de un presidente neoliberal, o combinando refranes, que son sabiduría popular: “a boca cerrada, no se le mira el diente”. Dicho al estilo del Rimac: ¡cállate!
*Agustín Echalar
es periodista independiente