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27/02/2010 | Todos menos ellos

Diego Petersen Farah

Crear un órgano internacional que margine a Estados Unidos ha sido un largo anhelo de los conservadores mexicanos, pero ¿servirá de algo?

 

Pocas cosas son tan complicadas en México como nuestra relación con Estados Unidos. Ni siquiera con España, el país que nos conquistó y del que nos independizamos (lo que implicó dos guerras) tenemos esa relación de amor odio tan compleja. Más aún, durante el siglo XIX nos deshicimos de España como figura odiada y en el XX nos conseguimos otra: los vecinos del norte.

No deja de ser un poco patético que tengamos una relación de tanto rencor con el país con el que tenemos el 90% del comercio, donde vive el 10% de la población mexicana, y del que imitamos hasta la forma de constituirnos en república. En esta construcción víctima-victimario México ha asumido con mucha facilidad y muy poca reflexión el papel de amante despechada; les reclamamos que no tomen el papel de padres protectores y al mismo tiempo negamos cualquier posibilidad de formalizar una relación con ese monstruo que no comparte nuestros valores, usos y costumbres.

El nacionalismo revolucionario estableció en su catecismo que ser buen mexicano implicaba ser antiyanqui. En todas las escuelas se nos enseñó que la derecha conservadora era pro yanqui y que los buenos revolucionarios peleaban día a día la batalla contra el imperialismo, pero sin romper con ellos, porque ante todo había que ser pragmáticos. Por eso, a más de alguno sorprende que un presidente conservador, como Felipe Calderón, le dé la espalda a EE UU y sea el promotor de una unión latinoamericana que bien podría llamarse Todos menos ellos (porque en un esfuerzo hasta Canadá, que tiene en Quebec su anclaje latinoamericano, cabe en esta nueva alianza).

Pero no hay por qué sorprendernos. El conservadurismo mexicano es en realidad profundamente antiyanqui. La eterna batalla entre liberales y conservadores en el siglo XIX tenía como eje el modelo de país que México debía adoptar tras la independencia. Los liberales querían el modelo estadounidense; los conservadores un modelo europeo. Ganaron los primeros e importamos el modelo, la Constitución y hasta el nombre de los vecinos del norte (se nos olvidó un detalle, que fue importar el espíritu liberal, que es como importar un coche sin motor, pero qué buena carrocería). Los grupos conservadores detestaban de los vecinos del norte su pluralidad religiosa, pero sobre todo sus formas de gobierno que no encajaban con las estructuras sociales y comunales de este país que venían desde la colonia y aún antes de ella. Contrario a la caricatura que nos muestra la historia de cartón, los soñadores, idealistas y admiradores de los yanquis eran los liberales; los conservadores eran pragmáticos, y su referencia era Europa e Hispanoamérica (América Latina no existía ni como concepto. Ese fue un invento posterior de los franceses para poder meter su cuchara en este territorio. En Sudamérica el liberalismo es más afrancesado; el de México siempre fue agringado). La promoción y creación desde México de un organismo de Estados Americanos cuya única condición sea geográfica, es decir que esté del río Bravo para abajo, es un largo anhelo conservador. No es extraño que Felipe Calderón haya encabezado este esfuerzo por reunir a la América Latina en busca de un contrapeso frente a EE UU.

La pregunta de fondo es cuál es la estrategia de formar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, de qué nos sirve, más allá de una foto del recuerdo, una asociación de este tipo. Si la estrategia mexicana es la diversificación, lo cual tiene sentido al menos discursivo, tendría que haber quedado claro cuáles serán las acciones concretas para incrementar nuestro comercio. El rollo y la foto no aumentan el intercambio de bienes y servicios. Después de la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte, México ha firmado tratados con Europa, Chile y Centroamérica. Los resultados de estos tres han sido ínfimos en comparación con el de América del Norte que, con todos sus defectos y problemas, aumentó el volumen de intercambio entre los tres países, especialmente entre México y Estados Unidos.

Todos menos ellos no servirá de nada mientras sigamos teniendo todo con ellos.

**Diego Petersen Farah es analista político

El Pais (Es) (España)

 



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