En las calles de El Cairo por ahora ha triunfado la rebelión contra las minorías rectoras, que prolongaban un sistema de poder agotado y colmado de abusos y no era capaz de legitimarse a través de los resultados, una suerte de despotismo nada ilustrado. Desde hace unos días, el poderoso ejército intenta desligarse del clan Mubarak y ser la nueva minoría garante del orden. Las fuerzas armadas, claramente pro occidentales y con prestigio en el país, deben cumplir un papel fundamental a partir de hoy, que algunos ya asemejan al de sus homólogos turcos.

Hay otras minorías más peligrosas al acecho, bien entrenadas, dispuestas a adaptarse a los mecanismos democráticos que se puedan poner en pie y utilizarlos de modo eficaz para alcanzar por fases un Estado teocrático y totalitario. A cambio, la gran parte de los egipcios forman parte de una mayoría silenciosa no organizada, que ha de tener la palabra a partir de ahora. Pero el pueblo debe ser escuchado en un marco en el que el principio de mayoría tenga como límite los derechos fundamentales, así como suficientes elementos del Estado de Derecho. La fórmula de Komesar suena a utopía aplicada a una situación tan difícil e ilusionante como la rebelión egipcia. Pero el amor a la libertad lleva a una visión de la democracia así de realista y exigente.