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26/03/2011 | Argentina - La pelea de fondo

James Neilson

Los Kirchner no inventaron a Moyano. Pero le dieron aire para seguir acumulando poder.

 

Para un peronista, no hay nada peor que otro peronista. Lo entendió el General: dijo una vez que “los peronistas somos como los gatos”, ya que “cuando gritamos creen que nos estamos destrozando, pero en verdad nos estamos reproduciendo”. Fue su forma de señalar que, si bien en otras partes del mundo el carácter pendenciero de los compañeros los hubiera condenado a la extinción, en un país como la Argentina en que tantos tienen motivos de sobra para sentirse muy pero muy enojados, les ha brindado una ventaja insuperable en la lucha por el poder. Así las cosas, no es del todo sorprendente que las batallas más truculentas de los años últimos hayan sido las libradas por distintas sectas peronistas.  Tampoco lo sería que las vicisitudes de la alianza estratégica de Cristina con el crónicamente beligerante camionero Hugo Moyano, el comandante en jefe de la rama sindical del movimiento en el que, le guste o no le guste, sigue militando, dominaran la política nacional en los meses próximos. Para frustración de radicales, socialistas, los conservadores de PRO y los comprometidos con la Coalición Cívica de Elisa Carrió, la interna peronista parece destinada a prolongarse muchos años más.

Como las fuerzas armadas de antes, la CGT peronista, producto de legislación de origen fascista, es un poder fáctico cuyos líderes se creen los guardianes de las sacrosantas esencias patrias.  Falta poco para que Moyano y compañía se proclamen “la reserva moral de la República”, y por lo tanto con derecho a bajar línea al gobierno de turno, sobre todo si se trata de uno peronista. Cuando la Casa Rosada, mejor dicho, la “Casa de Perón”, estuvo ocupada por radicales, la CGT no vaciló en abrumar a los intrusos con un paro general tras otro. Es por esta razón que los únicos capaces de garantizar “la gobernabilidad” son los peronistas y que, a partir de la aparición del movimiento, ningún gobierno elegido de otro signo ha logrado aguantar hasta la fecha fijada por la Constitución nacional. No es una casualidad que en el más de medio siglo así supuesto la Argentina, atrapada en el “modelo” corporativo que siguen reivindicando con fervor populistas como Cristina,  haya dejado de ser uno de los países más ricos del mundo para transformarse en uno subdesarrollado.

El propio Moyano se las arregló para hostigar al presidente Fernando de la Rúa, contribuyendo así al desplome de su gobierno y del país, además de la depauperación definitiva de millones de familias. Puede entenderse, pues, que otro cultor de la iracundia politizada, Néstor Kirchner, le haya temido tanto como al zar mediático Héctor Magnetto. Todos sabemos como terminó el pacto informal de Néstor con el mandamás del “monopolio”. No extrañaría que algo similar sucediera con el de Cristina con Moyano. Desgraciadamente para éste, en un año electoral la presidenta tenga que pensar en los costos políticos que le supone su relación con un hombre que, a juicio de buena parte de la clase media, encarna lo peor del sindicalismo peronista. Con fruición evidente, le explicó a Cristina lo que está en juego el peronista “federal” Francisco de Narváez al señalar que “Moyano se comporta como un matón y la gente está harta del patoterismo sindical”. Por su parte, Carrió lo comparó con Herminio Iglesias.

El episodio más reciente protagonizado por el camionero se debió al impacto de un misil que fue disparado del lugar más impensado: la fiscalía general de Suiza. Mal que les pese a los helvéticos, ya no pueden seguir ayudando a dictadores, mafiosos, políticos corruptos y empresarios que prefieren operar en negro a ocultar sus fortunas mal habidas, un negocio pingüe que durante muchos años ha contribuido a hacer de su país uno de los más opulentos del planeta. Sospechan que miembros del clan Moyano han estado usando la empresa recolectora de residuos Covelia para lavar dinero.

Según Moyano, se trata de una patraña inventada por el gorilaje mediático ya que “no tengo un carajo que ver con Covelia”, pero por ser quien es, pocos lo creen. Por cierto, la forma en que reaccionó, amenazando con un paro nacional de transporte y, a través de sus seguidores, con armar un quilombo inolvidable a menos que el gobierno lo defendiera contra los agresores suizos, no ayudó a convencer a nadie de su inocencia. Por el contrario, pareció típica de un personaje que se sabe acorralado y que no puede pensar en nada mejor que afirmarse víctima de una campaña de persecución política.

Para Cristina, Moyano es un problema mayúsculo. Sabe que tenerlo a su lado la perjudica, que de difundirse la impresión de que el camionero está en condiciones de obligarla a respaldarlo porque en realidad es más poderoso que ella, no le sería del todo fácil conservar la imagen de ser una mujer fuerte que es capaz de enfrentarse con cualquiera. Es más: se le habrá ocurrido a Cristina que, si Moyano siguiera los pasos de otros sindicalistas como el bancario Juan José Zanola que, desde hace más de un año, languidece entre rejas por su presunto papel en el caso de los medicamentos adulterados, su propia popularidad aumentaría hasta tal punto que tendría asegurado un triunfo holgado en la primera vuelta electoral.

Es lo que están pensando aquellos miembros progres del círculo áulico presidencial que no quieren para nada a Moyano por ser cuestión de un representante cabal de la odiada burocracia sindical ultraderechista contra la que guerreó la juventud maravillosa de cuarenta años atrás, uno que, para más señas, estuvo vinculado con facciones afines al “brujo” José López Rega. En opinión de los cristinistas más decididos, Moyano es un enemigo peligroso de su “proyecto” porque no cabe en el relato que están escribiendo.

El ala pragmática del gobierno de Cristina, liderada por hombres como el ministro del Interior, Florencio Randazzo, de Planificación, Julio De Vido y el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, está más interesada en tranquilizar a Moyano que en correr el riesgo que les supondría abandonarlo a la Justicia para que haga con él lo que los juristas más severos tendrán en mente. Randazzo coincidió con los jefes gremiales vitalicios en que “hay una estrategia de esmerilamiento y de desprestigio permanente sobre los dirigentes sindicales, sobre todo aquellos aliados del gobierno”, mientras que el jurista Fernández calificó al exhorto suizo de “un espanto”, basado en nada más serio que algunos recortes periodísticos. Aunque acordaron en que amagar con un paro y una movilización motorizada en la mismísima Plaza de Mayo, fue un tanto desproporcionado, no les preocupó la amenaza sindical de movilizar a los guerreros camioneros para escrachar a periodistas culpables de mantener informado al público sobre las andanzas empresarias de su caudillo.

Los Kirchner no inventaron a Moyano. No es su criatura, ya que bien antes de su llegada al centro del escenario político tenía en ascuas a los gobernantes. Lo que hicieron fue dejarlo continuar construyendo poder a su propia manera por entender que sería suicida oponérsele. Por supuesto que Moyano sacó el máximo provecho de las muchas oportunidades que la pareja le brindó. Como todos los políticos y sindicalistas salvo los irremediablemente democráticos, si es que hay algunos, es insaciable. Si pudiera, forzaría a todos los obreros que de vez en cuando andan sobre ruedas a afiliarse a Camioneros, se encargaría de llenar de personas dispuestas a obedecerlo todas las listas sábana electorales, comenzando con las de Cristina, nombraría al vicepresidente, manejaría todas las obras sociales del país y, para rematar, daría a los compañeros sindicalistas fueros equiparables con los que sirven para proteger a los legisladores.

¿Y por qué no? Como abanderado principal del pueblo trabajador tiene pleno derecho a manejar el país a su antojo. ¿No quería Juan Domingo Perón que un buen día los líderes gremiales sustituyeran a los parlamentarios por ser más auténticamente representativos? Así pensará Moyano, de ahí la indignación sin duda sincera que siente cuando otros lo acusan de ser una amenaza a la convivencia democrática.

Todo sería más sencillo para Cristina si no fuera por la presencia perturbadora de la inflación. A esta altura, comprenderá que su marido cometió un gran error cuando optó por ningunearla, tratándola como una mera sensación subjetiva. De parecerse el panorama económico al imaginado por Guillermo Moreno, los sindicalistas se mantendrían mucho más quietos, pero puesto que, encabezados por Moyano, creen más en el “índice del supermercado”, el que, por desgracia, tiene más en común con los confeccionados por las consultoras multadas que con el del Indec, y por lo tanto ya están pidiendo aumentos de por lo menos el 30 por ciento. Para manifestar el rencor que sienten por la escasa solidaridad del gobierno nacional con Zanola, José Pedraza y otros compañeros en apuros, podrán reclamar aumentos cada vez mayores con el propósito de impulsar una puja salarial incontrolable con la esperanza de que la presidenta encuentre motivos para tratarlos con más cariño. Y si sus esfuerzos por aprovechar la oportunidad planteada por las paritarias no tienen los resultados previstos, siempre podrán apretarla organizando paros activos bajo pretextos un tanto más elegantes que el supuesto por un exhorto espantoso enviado desde los Alpes.

Revista Noticias (Argentina)

 


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