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21/08/2006 | ARGENTINA- Tesis: Elefantiasis presidencial

James Neilson

No cabe duda, Néstor Kirchner se alza sobre el panorama argentino como un coloso. Todo gira en torno a él. Si se levanta de mal humor, es capaz de provocar una crisis descomunal con cualquier país extranjero sin que ningún funcionario se atreva a sugerirle que acaso le convendría tranquilizarse antes de abrir la boca.

 

Es su propio canciller y, mal que les pese a los ganaderos, tamberos, petroleros, almaceneros y muchos otros, es su propio ministro de Economía también. Sus adversarios no saben cómo frenarlo. Sólo pueden colmarlo de epítetos oprobiosos –"tirano", "autoritario", "fascista", lo que sea– pero si Kirchner se digna de hacerles caso los fulmina en nombre de todos los argentinos para entonces mandarlos al infierno en que penan los culpables de destruir el país. Mientras tanto, el súper presidente sigue rompiendo en pedazos a las precarias organizaciones opositoras para apropiarse de aquellos afiliados que a su juicio podrían resultarle útiles, modalidad que, demás está decirlo, enfurece todavía más a los dirigentes que no tienen tiempo para formular propuestas porque están demasiado ocupados vigilando a sus seguidores para que no se les escapen.


Y si todo esto ya no fuera más que suficiente como para modificar a los contra, bajo la tutela de Kirchner la economía continúa creciendo a una velocidad que deja boquiabiertos incluso a sus admiradores más encandilados, asegurándole el apoyo de una ciudadanía agradecida que a través de las encuestas de opinión no pierde oportunidad para manifestarle su aprecio. Claro, como los opositores de mentalidad liberal insisten en señalar, casi todos los países "emergentes" han gozado de varios años de crecimiento vigoroso porque la coyuntura internacional les ha sido insólitamente buena, pero aquí, lo mismo que en el resto del mundo, la mayoría es reacia a tomar en cuenta los factores exógenos y propende a achacar tanto lo bueno como lo malo a la gestión de quienes están a cargo de la economía.


¿A qué se debe el protagonismo a todas luces exagerado de Kirchner? Por cierto, a algo más que la buena suerte que le puso gobernar justo cuando el mundo disfrutaba de un período de expansión frenética con escasos precedentes en la historia. Sería fácil comprender su transformación en hegemon si fuera un orador notable rebosante de carisma, pero sucede que sus arengas suelen ser aburridas y repetitivas, notables sólo por su "dureza" y, con la hipotética excepción de Cristina, a nadie se le ocurriría atribuirle una personalidad seductora.


Tampoco existen motivos para suponer que el papel dominante que desempeña Kirchner sea consecuencia de la convicción generalizada de que, a diferencia de sus antecesores inmediatos, encarna un "proyecto nacional" a un tiempo atractivo y viable: es notorio que no es un visionario que brinda la impresión de saber muy bien adónde quiere llevar el país sino un detallista más preocupado por los números del día siguiente que por el mediano plazo, y ni hablar del largo.
Pese a tales deficiencias, no bien Kirchner se instaló en la Casa Rosada, logró convencer a la gente de que por fin la Argentina contaba con un presidente de verdad.

Desde el vamos, entendió que luego de años de vacilación confusa, interrumpida de vez en cuando por raptos de locura, el país pedía un mandatario que obrara con decisión y que por lo menos hiciera pensar que estaba más que dispuesto a embestir contra los muchos enemigos mortales del ser nacional y del bienestar popular. Como sucedía cuando, hartos de una superávit de politiquería civil y de corrupción rampante, muchos imaginaron que algunos años de dictadura militar servirían para eliminar los vicios nacionales, fue precisamente el autoritarismo de Kirchner, más su escaso respeto por las opiniones ajenas y su voluntad de embestir contra personas con nombre y apellido, que hizo posible la "construcción de poder" que le ahorraría el destino de Fernando de la Rúa, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde.

A casi cinco años del desastre, la fórmula K sigue siendo potente: para frustración de los opositores, a la mayoría no le gustaría que el país se arriesgara votando por el cambio. Dadas las circunstancias en las que Kirchner llegó al poder, aunque su forma de lograrlo fue destructiva, el haber persuadido a sus compatriotas de que la Argentina sí es gobernable no es poca cosa.

De todos modos, el santacruceño consiguió llenar un vacío garante de la gobernabilidad, brindando así al país un intervalo en el cual comenzar a recuperarse pero también distrayendo la atención del grueso de la clase dirigente de las causas básicas de una crisis exasperante que en cierto momento amenazó con transformar la Argentina en otro "Estado fallido". Es de su interés, pues, que el vacío siga existiendo. Felizmente para él, todos los esfuerzos de los demás por reducir sus dimensiones han resultado ser vanos. Los partidos políticos nacionales siguen siendo ya aglomeraciones electoralistas absurdamente heterogéneas, ya facciones tan chicas que de sufrir el jefe un percance muchos no tardarían en esfumarse. La Justicia se ha desmenemizado pero corre peligro de kirchnerizarse.

No hay nada que se asemeje a una estrategia económica, puesto que Kirchner, hombre que por fortuna durante toda su vida ha entendido muy bien la importancia de disponer de una caja llena, maneja la economía de forma caprichosa, repartiendo subsidios por un lado y castigando a quienes lo enojan por el otro. Parecería que la corrupción es tan endémica como en el pasado. En cuanto a la política exterior, es determinada más por las relaciones personales de Kirchner con los líderes de otros países que con cualquier proyecto destinado a asegurar que la Argentina aproveche al máximo lo que está sucediendo en el resto del mundo.


A esta altura es evidente que Kirchner es un político muy astuto familiarizado con los códigos de su oficio. A inicios de su gestión, le advirtieron que cometería un error grave si creyera que podría gobernar un país tan complejo como la Argentina como si se tratara de una versión mayor de Santa Cruz, pero pronto se dio cuenta de que en realidad las diferencias no eran tan significantes. En "la aldea global", lo que funciona bien en un pueblo chico -en términos demográficos, Santa Cruz es una provincia municipal-, también lo hará en un país de cuarenta millones de habitantes. Puede que algunas ideas de Kirchner sean un tanto rudimentarias, en especial las inspiradas en su manía de dividir el género humano entre individuos dignos como él mismo y miserables que no comparten sus puntos de vista, pero hasta ahora su costumbre de simplificar todo no lo ha perjudicado frente a la mayoría de sus compatriotas. Antes bien, lo ha beneficiado.


Kirchner consolidó su poder sembrando el mensaje de que todos los males del país tienen su origen en una especie de conspiración urdida por los enemigos del pueblo: integrantes éstos de lo que hace décadas ciertos pensadores peronistas llamaban la "sinarquía". Entre tales enemigos están los economistas "neoliberales", los menemistas, los funcionarios del Fondo Monetario Internacional y muchos empresarios extranjeros a quienes vapulea con regularidad. Por lo tanto, la "solución" para la gran crisis no consistiría en emprender grandes reformas estructurales sino que por una vez el país se resistiera a cambiar, haciendo oídos sordos a las recomendaciones enviadas desde el exterior, y que el gobierno diera prioridad a la defensa de los intereses inmediatos de la amplia clase media urbana de cuyo estado de ánimo depende la tranquilidad política.


Gracias en gran medida al boom económico mundial, pero también a la competitividad extraordinaria del campo y a Duhalde que, tal vez sin proponérselo, lo ayudó llevando a cabo un ajuste tan feroz que por mucho tiempo no sería necesario otro, el cortoplacismo conservador de Kirchner aún no ha tenido los efectos malignos que se previeron, pero tal y como están las cosas sorprendería que el país no pagara un precio muy elevado por la falta de una política energética, la negativa a reconciliarse con los grandes inversores, la actitud hostil frente a los agricultores, la inseguridad jurídica, la putrefacción institucional y la amistad con aquel amigo íntimo de todos los dictadores del planeta, Hugo Chávez. Aunque voceros oficiales niegan con firmeza que Kirchner sea un aislacionista globalífobico, su conducta hace pensar que por temperamento sí lo es, razón por la cual es poco probable que las generaciones por venir lo recuerden como un estadista que, sacando provecho de una situación muy difícil, supiera emplear el poder que acumuló por los métodos tradicionales para preparar el país para hacer frente a los desafíos enormes que, agazapados, le aguardan en las décadas próximas.

Revista Noticias (Argentina)

 


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