Las FARC han pedido una salida “civilizada” al conflicto. Todos los gobiernos colombianos durante los últimos treinta años en algún momento han accedido al pedido de este grupo armado de iniciar diálogos de paz.
En cada caso, las FARC exigieron de entrada una cantidad de concesiones,
respecto a seguridad, respeto, acceso a los medios informativos, un territorio
neutro para las negociaciones, y sobre todo mucho, pero mucho tiempo, para
discutir la “metodología” de la negociación. Luego nombraron voceros, que, vaya
coincidencia, siempre eran guerrilleros que estaban ya detenidos.
El caso es que la táctica escogida, cualquiera que ella sea, busca siempre
los mismos resultados:
• Recuperarse anímica, física y económicamente de las palizas propinadas por
cada gobierno, gracias a un oportuno alto al fuego.
• Recobrar territorios claves para el tráfico de cocaína, dinero, armas y
movimiento de secuestrados. Estos territorios no son más que corredores que les
permiten reconectar las selvas con las costas del Pacífico o el Atlántico.
• Lograr una gran cobertura mediática con Telesur, y sobre todo hacer mucho
ruido a través de decenas de organizaciones no gubernamentales (ONG) de
estudiantes suecos que los consideran héroes.
• Involucrar el mayor número de elementos de la sociedad civil, especialmente
de la Iglesia Católica, la Cruz Roja Internacional, y ONGs de derechos
humanos.
• Jugar a ser las víctimas inocentes de un establishment corrupto.
• Hacer fracasar la negociación, después de muchos meses, alegando
intransigencia del gobierno.
El presidente Uribe, el que más derrotas militares inflingió a estos
delincuentes, en algún momento les propuso devolver a los secuestrados y
entregar las armas. El presidente prometía a cambio amnistías, procesos justos
supervisados por entes internacionales, procesos de reinserción a la sociedad,
traslados al exterior para proteger sus vidas a través de ciertos países
europeos y los cascos azules de las Naciones Unidas. Por supuesto, esta
propuesta tan simple jamás tuvo respuesta pues ellos necesitaban un proceso
largo, alambicado y espinoso para sacar el máximo provecho de la
negociación.
Las FARC son excelentes embaucadores, curtidos en el arte de la compra y
venta de secuestrados como si fueran mercancía. Estos terroristas son nietos
políticos del fracasado comunismo soviético y por lo tanto manejan a la
perfección las dos reglas de oro de la antigua diplomacia de Moscú: “diga no
hasta que le sangre la boca” y “lo mío es mío y lo suyo también es mío”.
Analista político
colombiano.