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14/04/2006 | Reflexión

José Luis Calva

Según San Mateo, el día del juicio final no se te preguntará si has ido al templo o has orado, se te preguntará qué has hecho por tus semejantes, si has dado comida al hambriento, agua al sediento, ropa al harapiento. Aquí en la Tierra, este criterio de enjuiciamiento debe aplicarse a las élites del poder y a los modelos económicos.

 

Por eso, con un extraordinario vigor -durante su célebre homilía en la Plaza de la Revolución de la Habana-, Juan Pablo II condenó el "neoliberalismo capitalista que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado". "De este modo -dijo-, se asiste en el concierto de las naciones al enriquecimiento exagerado de unos pocos a costa del empobrecimiento creciente de muchos" (EL UNIVERSAL, 26/II/98 y El Financiero , 26/II/98). No son afirmaciones doctrinarias, sino muestras de hechos lacerantes. En nuestro país, convertido desde hace casi un cuarto de siglo en laboratorio de experimentación neoliberal, tales hechos pueden corroborarse a plenitud. Siendo una nación subdesarrollada, México registró en 2005 -dentro de las listas de la revista Forbes- más "billonarios" en dólares (es decir, magnates con fortunas superiores a los mil millones de dólares) que España, Suecia o Corea del Sur. Desde luego, al principiar los 80, México no contaba con ningún "billonario" en dólares; pero el neoliberalismo capitalista -para decirlo con Juan Pablo II- propició el enriquecimiento exagerado de unos pocos a costa del empobrecimiento creciente de millones de mexicanos.

De acuerdo con el más reconocido especialista en esta materia, Julio Boltvinik, la población mexicana en pobreza -concepto donde incluye no sólo a los indigentes, sino a todos los mexicanos que a causa de la insuficiencia de sus ingresos o servicios sociales padecen carencias importantes en su canasta de satisfactores básicos de alimentación, vestido, vivienda, servicios médicos, educación, etcétera- se incrementó dramáticamente bajo el modelo neoliberal. En 1984, los pobres representaron 58.5% de la población mexicana, pasando a 75.8% de los mexicanos en 1994, a 81.1% en 2000 y a 82% de población en 2004 (véase J. Boltvinik y A. Damián, La pobreza ignorada. Evolución y características, Mimeo, México, 2002; y J. Boltvinik, "La pobreza en México: 2000-2004", La Jornada, 18/XI/05). De esta manera, durante casi un cuarto de siglo de experimentación neoliberal en México (1983-2004), cada año cayeron en la pobreza más de un millón de mexicanos.

En contraste, bajo el modelo económico de la Revolución Mexicana, precedente al neoliberal, la pobreza -que en la época porfiriana afectaba a cerca de 95% de la población- se redujo significativamente. De acuerdo con las cifras del Programa Nacional de Solidaridad, la proporción de mexicanos en pobreza ascendió a 76.5% de la población en 1960 y a 48.5% de la población en 1981 (véase Consejo Consultivo del Pronasol, El combate a la pobreza, México, El Nacional, 1990). Pero estos logros del modelo económico de la Revolución mexicana en materia de reducción de la pobreza, fueron revertidos por el modelo neoliberal, supuestamente ideado para elevar la eficiencia económica y la generación de empleos dignos.

Ciertamente, después de haber aplicado con singular perseverancia un modelo económico que resultó ser una eficiente fábrica de pobres, los estrategas del neoliberalismo crearon la Secretaría de la Pobreza (Sedeso). Sin embargo, los fondos federales destinados al combate a la pobreza resultaron ser insignificantes, comparados con los gigantescos costos sociales del modelo neoliberal. La pérdida acumulada por los trabajadores asalariados, a causa de la reducción de su participación en el Producto Interno Bruto durante 23 años de experimentación neoliberal (1983-2005), alcanzó -a valor presente de 2005 (véase EL UNIVERSAL, 24/III/06)- la descomunal cifra de 622 mil 811 millones de dólares (a los cuales hay que agregar la pérdida de ingresos acumulada por los campesinos y otros segmentos sociales), mientras que los fondos públicos destinados al combate a la pobreza alcanzaron apenas la cifra acumulada de 40 mil 803.5 millones de dólares -a valores de 2005- durante el mismo lapso.

Para mayor escarnio de los mexicanos, los fondos públicos destinados a combatir la pobreza bajo las administraciones neoliberales, resultaron ser menores que los fondos destinados a ese propósito durante los años previos al experimento neoliberal. A precios constantes de 1994, en el trienio 1980-1982 se destinaron a estos rubros 28 mil 528.7 millones de pesos; en el trienio 2003-2005 apenas se destinaron 14 mil 766.6 millones de pesos. Más aún: la burla que esa genial (a la Goebbels) invención publicitaria que se nombró Pronasol, después Progresa y ahora Oportunidades, resulta ser tanto más afrentosa cuanto mayores han sido los costos publicitarios en tiempos gubernamentales de televisión y radio dedicados a la propaganda pronasolera o de "oportunidades".

Es indudable: no puede taparse el sol con un dedo. Por mucho que crezcan los presupuestos de combate a la pobreza, si se mantiene el modelo neoliberal como destino inesquivable, dichos fondos resultarán absolutamente insuficientes para contrarrestar los costos sociales inherentes a este modelo económico.

Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM

 

El Universal (Mexico)

 



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