La vida pública de Venezuela ha sobrepasado el absurdo de la histórica obra de Jean Paul Sartre A puerta cerrada. El país se encuentra al final del camino, como China en la década de 1980 y la antigua URSS en la década de 1990, pero sin liderazgo que movilice el cambio.

Dirigida por Xiaoping, China abrió sus puertas económicas y cerró las políticas para adoptar un sistema dual: libre mercado con autocracia. Es así cómo la economía china alcanzó el mayor crecimiento de la época moderna, a la vez que aplastaba todo empeño democrático. Prueba de ello fue la masacre de la plaza de Tiananmen en 1989.

Por su parte, la URSS de Gorbachov intentó abrir sus puertas económicas y políticas para unirse a las democracias de libre mercado del mundo. Eventualmente, Rusia fracasó en ambos intentos y se hizo lugar el afable mundo de la corrupción, con un modelo empresarial que es un secreto a voces y que se reduce a la formula de monopolio + discreción - responsabilidad= corrupción.

Ciertamente, los venezolanos reconocen que el modelo populista enraizado en la nacionalización del petróleo y la industria en la década de 1970, echó robustos troncos y grandes ramas durante la crisis económica y política de las décadas de 1980 y 1990, respectivamente; para florecer de forma radiante durante los años de cierre económico y político del gobierno de Chávez. Sin embargo, todas esas flores y ramas se fueron abajo al colapsar el gobierno de Maduro.

Un observador perspicaz diría que el modelo ya hizo aguas. No obstante, tal como en la obra de Sartre, las puertas están cerradas. El gobierno de Maduro está convencido de su rotundo éxito, y acusa a sus enemigos de haberlo difamado todos estos años. Mientras tanto, la oposición, en vez de mantenerse unida, se encuentra dispersa, pensando en los cambios que haría si por algún milagro pasara a regir el destino del país.

Poco a poco, a pesar de a su lealtad a los colores, el pueblo venezolano se ha dado cuenta de que esto es un círculo vicioso de donde solo salen disparates, salpicados de escándalos de corrupción, y cuyos culpables son los demás. Las puertas están cerradas, excepto para el casi millón de personas que desde el año 2000 ha comprado boletos sin retorno.