La pregunta es si sus palabras fueron retórica estándar o si su gobierno realmente asignará una mayor prioridad a Latinoamérica. Hay buenas razones por las que un cambio de estrategia de esta naturaleza tiene sentido.

En relación con su agenda, Calderón mantuvo el mensaje. En todos sus destinos hizo énfasis en la democracia y los derechos humanos; la promoción del comercio y la integración económica más estrecha de los países latinoamericanos. En Costa Rica, por ejemplo, enfatizó el desarrollo sustentable; en Argentina, el acceso al Mercosur; en Chile un acuerdo marco para el comercio bilateral, y en Brasil, la política energética. En Colombia recibió especial atención seguridad pública.

Asimismo, Calderón estableció lineamientos aparentemente claros de su política exterior. En Brasil, por ejemplo, declaró que "estoy plenamente convencido de la vocación latinamericana de México y eso será, además, un sello particular de nuestro gobierno". Y añadió que "les puedo decir que el gobierno mexicano mirará a América Latina desde una perspectiva renovada y diferente, y que América Latina mira hacia delante también con un espíritu renovado".

Su asesor en política exterior se hizo eco de ese sentimiento. En Argentina, Arturo Sarukhán fue claro cuando se le preguntó si México retomaría su papel de liderazgo en la región. "Ciertamente me parece que el presidente electo Calderón ha venido a América Latina a volver a poner la voz de México en la región, en el centro y el corazón de los debates, que está apuntando a todos los países de la región". Señaló que el énfasis en Latinoamérica se reflejaría en hechos concretos después del 1 de diciembre.

Todo esto suena suficientemente claro, pero ¿es la señal real? El entonces presidente electo Vicente Fox también realizó su primer viaje a América Latina. El 7 de agosto de 2000 dijo en Santiago de Chile que "sin duda el haber decidido venir primero a Chile y, en seguida, a Argentina, Brasil y Uruguay, a los componentes del Mercosur, quiere dejar establecido con verdadera claridad que queremos voltear la mirada hacia acá y, posteriormente, dar los pasos consecuentes para sumarnos, para integrarnos, para compartir la visión de desarrollo con este maravilloso país".

Sin embargo, subsecuentemente el presidente Fox otorgó una prioridad mucho más alta a Norteamérica, especialmente a la reforma migratoria y el llamado "TLCAN plus". Olvidemos el escepticismo por un momento. ¿Tiene sentido la ´nueva apariencia´ de la política exterior establecida por el presidente electo Calderón? Mi primera reacción es que sí tiene sentido y que también será considerada positiva por las autoridades de EU.

Las relaciones México-Estados Unidos iniciaron su tectónico cambio hacia una integración económica más estrecha a finales de los años 80. El TLCAN formalizó en 1994 el nuevo marco y el fuerte impulso elevó la relación bilateral a un nuevo nivel. Y ahí más o menos ha permanecido, volviéndose crecientemente burocratizada e institucionalizada. El tratado produjo beneficios económicos y financieros importantes, pero fue incapaz de generar mucho apoyo político. Los esfuerzos para revitalizar el marco y lanzar algún tipo de "TLCAN plus" no han generado gran cosa hasta el momento, y no percibo mucha energía nueva en el corto plazo.

Cuando Calderón mira al norte probablemente ve un importante y complejo conjunto de relaciones que se mueven por su propia inercia. La maquinaria está en su sitio y operando para lidiar con la multitud de problemas ordinarios que se registran cotidianamente. La reforma migratoria, el extraordinario problema pendiente, está más allá de su control y sólo devoraría su limitado capital político, como con el tiempo entendió Fox.

Además, Calderón asumirá el cargo al inicio del último bienio de George W. Bush como presidente. Más allá de la normal reducción de la capacidad de maniobra, el gobierno del presidente Bush está desgastado por la violencia en Irak y consumido por las múltiples crisis en el noreste del Pacífico y en Medio Oriente. Asimismo, si los demócratas ganan la Cámara de Representantes en noviembre, podemos esperar que se realicen varias investigaciones sobre la conducción de la política interior y exterior que generarán división. En resumen, no habrá suficiente oxígeno para impulsar nuevas iniciativas en Norteamérica.

Por lo tanto, tiene sentido que Calderón mire hacia el sur, al menos durante los dos primeros años de su administración. En política interna mirar al sur generará apoyo de los partidos más grandes, excepto quizás el PAN. Pueden cultivarse las relaciones con aliados regionales y explorarse oportunidades comerciales. México podría forjar una agenda que la región pueda promover en forma conjunta en foros internacionales y en futuras negociaciones con Estados Unidos. En 2008 una nueva administración asumirá el poder en Estados Unidos, con lo que la ventana volverá a abrirse y podrían presentarse nuevas oportunidades.

Más aún, el viraje de México hacia el sur, suponiendo que efectivamente suceda, puede también ser de provecho para los intereses del gobierno de Estados Unidos. Aunque nunca debe darse por sentada, la relación Estados Unidos-México es sólida y funcional. Una presencia mexicana más activa en los foros latinoamericanos puede fortalecer los derechos humanos, la democracia y los mercados, que son también prioridades estadounidenses. La presencia mexicana también podría reforzar las presiones para encontrar soluciones multilaterales a problemas compartidos. Esta opción no es siempre la preferida de Estados Unidos, pero sospecho que el multilateralismo se volverá más atractivo en el futuro cercano.

*Director del Proyecto México en la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown