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18/04/2006 | Inmigración- Arranca el debate

John Bailey

No es difícil entender por qué los políticos estadounidenses evitaron el debate sobre la reforma migratoria durante casi 20 años. El asunto es extraordinariamente difícil y las opiniones de algunos grupos se encuentran polarizadas, mientras que la vasta mayoría de los estadounidenses están confundidos y en un conflicto de intereses.

 

La solidez de la economía es una muy buena noticia para el debate. En términos anuales, el Producto Interno Bruto de Estados Unidos crece a un ritmo de alrededor de 5%. El desempleo está en un nivel bajo, 4.7%, al igual que la inflación, 2.1%. Si estos números fueran malos, el debate hubiera iniciado de manera mucho más negativa o no hubiera iniciado en absoluto.

Sin embargo, si se está verdaderamente interesado en resolver el problema migratorio, la mala noticia es que las elecciones intermedias están a menos de siete meses de distancia. Los demócratas huelen la oportunidad de lograr grandes avances en el Congreso. Algunos sueñan con ganar los 17 asientos nuevos que necesitan para tomar el control de la Cámara de Representantes. El motivo de su optimismo son las bajas tasas de aprobación del presidente Bush. Irak es su principal punto débil, pero los republicanos también están sufriendo problemas por los escándalos de corrupción y las divisiones internas.

Hasta el 9 de abril, el presidente Bush registraba una tasa de 38% de aprobación y una de 47% de "fuerte desaprobación", que son números peores a los que Bill Clinton tuvo jamás. Las encuestas favorecen a los demócratas por encima de los republicanos en varios asuntos, incluyendo en la reforma migratoria, con un margen de 12%. Y una mayoría de 55% indican que planean votar por los demócratas en noviembre. Los demócratas radicales dicen: ¿por qué entregar a los republicanos un acuerdo migratorio que pueden presentar como una victoria de Bush?

Con este fin, los miembros demócratas del Congreso han mostrado una capacidad impresionante para manipular las divisiones y errores de cálculo cometidos repetidamente por los republicanos. Un buen ejemplo es el proyecto de ley sobre migración de la Cámara baja, aprobado gracias a la presión del representante Sensenbrenner en diciembre pasado. La legislación aumentó de manera sustancial las penalidades por estar en Estados Unidos ilegalmente. Esto, a su vez, se convirtió en un elemento unificador para las manifestaciones de protesta masivas que atestiguamos en las últimas semanas (tema al cual regresaré más adelante).

De hecho, Sensenbrenner había intentado incluir un lenguaje más suave cuando el proyecto se presentó ante el pleno de la Cámara baja, pero un extenso bloque de demócratas vio la oportunidad de sacar provecho y votó junto con los republicanos de línea dura para derrotar la enmienda. El resultado fue un hecho embarazoso para los republicanos, cuyos líderes han declarado recientemente que el lenguaje punitivo no será incluido en un eventual acuerdo de compromiso.

Igualmente capaz y oportunista se mostró el líder de la minoría demócrata en el Senado, Harry Reid. Cuando el Comité Judicial de la Cámara alta logró una legislación de compromiso casi milagrosa, el senador Reid recurrió a tácticas de procedimiento para bloquear las enmiendas propuestas por los republicanos en el pleno. El resultado fue la muerte del proyecto.

No es fácil sentir simpatía por los republicanos, que están divididos y carecen de un liderazgo efectivo en la cuestión migratoria. El líder republicano del Senado, Bill Frist, que quiere contender por la Presidencia, ha enviado señales tanto moderadas como de línea dura. No está clara su posición o si presionará en favor de la legislación migratoria cuando el Congreso reanude sus sesiones tras el descanso de Pascua. El presidente Bush ha criticado a los congresistas demócratas por bloquear la legislación, pero no ejerció una presión vigorosa durante los momentos clave de los procedimientos del Senado.

Para aquellos que, como yo, han favorecido desde hace tiempo un debate sobre reforma migratoria, la situación parece estar iniciando de manera incierta. La reforma migratoria es, en efecto, algo difícil, y los cálculos partidistas deben tener una participación. Pero sí es posible una reforma. No es como negociar una paz duradera en Medio Oriente o encontrar la cura del resfriado común. Los elementos principales son los mismos (ordenados por grado de dificultad): control fronterizo, inspecciones en los sitios de trabajo, trabajadores invitados y legalización.

Existe un fuerte consenso en torno del control fronterizo, así que el debate se centra en los detalles. En cuanto a la frontera física con México, la idea de cientos de kilómetros de muros de acero es bastante improbable. El gobierno de Estados Unidos trabaja actualmente en su tercer plan, la llamada "Iniciativa Frontera Segura", tras abandonar las primeras dos por varias razones. Las soluciones y el dinero para financiarlas siguen pareciendo más bien distantes. Asimismo, nadie parece mencionar los puertos de entrada aéreos y marítimos, y el problema rutinario de la gente que se queda más allá de la expiración de su visa de turista.

Las inspecciones en el sitio de trabajo son más importantes y probablemente más efectivas que el control de las fronteras, y se escuchan mensajes duros acerca de intensificar la aplicación de la ley. Los patrones se resisten a la aplicación de procedimientos complicados para revisar los permisos de los trabajadores, pero podría inventarse un programa que funcione.

Un programa de trabajadores invitados más amplio tiene también un apoyo considerable. En abstracto la idea suena inobjetable: juntar trabajadores dispuestos con patrones dispuestos cuando no haya estadounidenses que quieran el empleo. Los detalles, empero, se van agregando hasta formar una pesadilla administrativa. Ninguno de los departamentos involucrados, Estado, Trabajo o Seguridad Interior, encarna el ideal de eficiencia o efectividad de nadie.

Finalmente, todo lo anterior parece sencillo en comparación con la legalización de entre 11 y 12 millones de residentes indocumentados. En este asunto las opiniones están más polarizadas; muchos se oponen vehementemente a favorecer a quienes ingresaron ilegalmente en detrimento de muchos otros millones que esperaron la autorización legal. Algunos son idealistas de otra forma; para ellos Estados Unidos es la tierra de los inmigrantes y las oportunidades, así que debe encontrarse una solución sin preocuparse por la equidad o las futuras consecuencias.

Y luego están los pragmáticos. Ellos destacan acertadamente que Estados Unidos de hecho invitó a la inmigración ilegal con sus relajados controles fronterizos y sus negligentes inspecciones en el sitio de trabajo. Así que, ¿quién puede sorprenderse con los 12 millones de indocumentados? Debe establecerse un proceso para obtener la residencia legal y la ciudadanía para aquellos que las quieran.

¿Cuáles serán los efectos de las masivas manifestaciones en apoyo a la reforma migratoria? Al parecer fueron en buena medida espontáneas, impulsadas aparentemente por los medios en español, y es difícil pronosticar su trayectoria. Probablemente tendrán el efecto de mantener la reforma migratoria bajo el ojo público. También es probable que polaricen aún más el debate. Sin embargo, los miembros del Congreso pondrán más atención a las voces en sus distritos que a los gritos en las calles.

¿Qué debe hacer el gobierno mexicano para influir en el debate? Hasta ahora he oído poco sobre el gobierno y presumo que se ha enfocado en un cabildeo discreto. Esto me parece una política prudente. En este momento una participación más visible sólo complicaría el debate. Las declaraciones públicas y las consultas bilaterales deben ser parte de etapas posteriores del debate.

Sólo podemos esperar que el Congreso regrese de su receso de Pascua con el objetivo de adoptar políticas y no posiciones.

*Dirige el Proyecto México en la Escuela Superior del Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown

 

El Universal (Mexico)

 


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