Si uno escucha la propaganda electoral de las legislativas del 7 de noviembre y no sabe que está en Estados Unidos podría llegar a creerse uno de los siguientes axiomas: «Su candidato preferido se gasta sus impuestos en sexo telefónico», «ejercer el voto le puede costar la deportación» o «vote conservador porque Martin Luther King era republicano». Es la recta final de la campaña y la distorsión de la realidad es el deporte nacional, especialmente si tiene algún ingrediente sexual.

El Partido Republicano, acorralado en todas las encuestas, ha sobrepasado todas las expectativas de maldad. El 90 por ciento de la publicidad con la que bombardea sin cesar en televisión es negativa, es decir, incluye un ataque personal ofensivo para el rival. Pero aquí los políticos tienen ya coraza.

Si no, que le pregunten al aspirante a gobernador del Estado de Ohio, Ted Strickland, cuyo rival, el republicano Kenneth Blackwell, le acusa de aprobar el sexo entre adultos y niños. En la misma línea, el candidato republicano a ocupar un escaño en Wisconsin, Paul Nelson, asegura que los demócratas quieren «dejar que los inmigrantes ilegales quemen la bandera americana» y «permitir la entrada al país de pedófilos convictos».

Los ataques se vuelven más negativos cuanto más desesperado esté el candidato por llamar la atención. El resultado es lo que la Prensa americana ha caracterizado de «carnaval de fealdad» en estos comicios. El profesor de Standford, Shanto Iyengar, ha explicado a «The Washington Post» que «cuanto más negativo es el mensaje, más probabilidad tiene de llamar la atención de los medios de comunicación y lograr publicidad gratis, así que hay un gran incentivo en acudir a los extremos».

En Nueva York, los republicanos critican al demócrata aspirante a la Cámara de Representantes, el fiscal del distrito Michael Arcuri, por utilizar dinero público en llamadas a líneas calientes. «Hola sexy, has contactado con la línea de la fantasía uno a uno», susurraba una mujer en el anuncio. Resulta que la oficina de Arcuri llamó una vez a esta línea de sexo telefónico por equivocación ya que el número era muy parecido al de la División de Justicia Criminal. Es cierto que la llamada la pagaron los contribuyentes, pero sólo costó un dólar y 25 centavos.

A ojos de los votantes, puede que ser adicto al sexo no sea tan grave pero el voto para el demócrata Steve Kagen se complica si es verdad que está vinculado a un asesino en serie y violador de menores. Naturalmente esto no es verdad, es otro de los engaños de esta campaña.

Los demócratas también juegan sucio, pero este año, la mayoría de sus mensajes se centran en la mala gestión de los conservadores en el Congreso y en vincular a los candidatos republicanos al presidente George W. Bush, cuyo bajo nivel de popularidad no es un buen aliado. También han incidido en los escándalos éticos que han afectado al Partido Republicano, como el caso de Mark Foley, el ex congresista gay que está siendo investigado por enviar mensajes sexuales explícitos a becarios menores de edad. La demócrata Kirsten Gillibrand, que busca un escaño por el Estado de Nueva York, ridiculiza a su rival John Sweeney por ir a una fiesta universitaria.

Gillibrand tiene mucho que aprender en propaganda basura. Esta semana ha ganado el premio al más sucio un anuncio de Tennessee. En él, el Comité Nacional Republicano critica al afroamericano, demócrata y soltero Harold Ford por asistir a una fiesta de Play Boy donde había al menos 3.000 invitados más. Una actriz blanca y sensual en el anuncio le guiñaba un ojo y le recordaba «llámame». El mensaje fue retirado a las pocas horas, pero fue sustituido por otro en el que Ford «quiere dar la píldora abortiva a niños en edad escolar».

Las minorías son uno de los objetivos de estas campañas. Un anuncio destinado a votantes de raza negra muestra a dos mujeres charlando sobre Martin Luther King: «El doctor King era un hombre de verdad», dice una actriz. «¿Sabes que era republicano?»