Una pregunta que se hace cada vez con más frecuencia entre hombres de negocios y funcionarios públicos es: ¿qué tan cercanos estamos a una recesión en Estados Unidos?.
Hay indicadores que señalan que realmente estamos muy
cerca. Uno de ellos es el diferencial de las tasas de largo plazo y de corto
plazo.
El índice que –entre otros– calcula el banco de la
Reserva Federal de Nueva York se encuentra ya en niveles alarmantes que en
otros tiempos claramente han sido indicios de una próxima recesión.
Usualmente, se considera que cuando el índice está arriba
de 30 puntos vendrá una recesión en los siguientes 12 meses. Hoy estamos en
37.9 puntos.
Sin embargo hay otros que señalan que la circunstancia es
completamente diferente al preludio de una recesión.
La semana pasada se dio a conocer que la tasa de
desempleo en Estados Unidos durante el mes de septiembre fue apenas de 3.5 por
ciento, la más baja en medio siglo.
Pero al mismo tiempo existen indicadores que señalan que
se ha debilitado la producción. Un ejemplo es el indicador de los gerentes de
compra (ISM) del sector manufacturero, que indicó en el mes de septiembre una
debilidad económica que no habíamos visto en una década completa.
La pregunta que surge entonces es cuál de estos dos tipos
de indicios es el que va a prevalecer en los siguientes meses. Y no hay una
respuesta única. Lo que tenemos es incertidumbre.
Tanto para Estados Unidos como para México habrá
profundas repercusiones según el escenario que se configure.
Si la debilidad económica se transforma en recesión en
Estados Unidos, entonces las posibilidades de que el presidente Trump se
reelija van a tender a cero, así lograra sortear el juicio político que
enfrenta.
Para el gobierno de López Obrador el entorno cambiaría
radicalmente en el contexto de una recesión en Estados Unidos.
Es muy diferente afrontar una condición de una economía
anémica con crecimiento débil o nulo, como la que hoy tenemos, a una recesión
en la cual todas las variables económicas tenderían a la baja.
En primer lugar habría presiones fiscales adicionales,
pues las metas de recaudación no se alcanzarían.
Ello obligaría a nuevos recortes en el gasto público o
bien a un incremento en los impuestos.
Y aumentaría el riesgo de perder el grado de inversión,
no sólo Pemex sino incluso en la deuda soberana del país.
En términos políticos, también en México habría
consecuencias importantes.
El resultado de la elección intermedia tanto a nivel
federal como a escala local cambiaría en caso de que en 2020 enfrentáramos una
recesión.
Una mala situación económica casi seguramente se
traduciría en la pérdida del control de la Cámara de Diputados por parte de
Morena o al menos la pérdida de su mayoría absoluta.
Esa circunstancia configuraría un escenario completamente
diferente para la segunda parte del sexenio.
Por todas estas razones es que es vital el que se defina
de manera precisa si solamente estamos ante una circunstancia en la cual la
economía de Estados Unidos se debilita o si realmente enfrentamos el riesgo de
una recesión.
En el caso del gobierno de AMLO, habría mucho que hacer
si se considerara que hay un entorno adverso sobre el que nada podemos hacer.
La política económica debería ajustarse a ese entorno adverso si se quisiera
que la 4T no caminara derecho al desastre.
Veremos.