La relación del Partido Comunista argentino con las fuerzas polÃticas sucesivamente mayoritarias en el paÃs atravesó diversas etapas desde su fundación en 1918 a la actualidad.
Esa relación se centró inicialmente en el Radicalismo y
más tarde en el Peronismo, frente a los cuales se siguieron distintas líneas
estratégicas según las cambiantes fórmulas emitidas al respecto desde el
Kremlin, a través de la Komintern primero y luego de la Kominform, respecto de
las cuales -hasta la implosión de la URSS en 1991- el PC local tuvo márgenes de
maniobra mínimos, por no decir nulos.
LOS INICIOS
Como se recordará, el PC de nuestro país fue constituido
en enero de 1918, como resultado de la ruptura con el Partido Socialista y la
adhesión a la III Internacional conducida por Lenin. Puede decirse que, desde
entonces hasta mediados de la década del 30, la organización siguió una línea
relativamente aislacionista, lo que se debió a dos órdenes de razones. La
primera fue la necesidad que toda entidad nueva tiene de perfilarse
distinguiéndose de la que fue su matriz, en este caso el PS. La otra derivaba directamente
de la estrategia de "clase contra clase" preconizada desde Moscú
hasta el VII Congreso Internacional, realizado en 1935. Dicha fórmula planteaba
a los partidos satélites el seguimiento de una línea
"ultraizquierdista", que los distanciaba, además, de los partidos
burgueses "progresistas".
Resultó así que el comportamiento seguido por el PCA
respecto del Radicalismo -con o sin Yrigoyen- fue, durante ese lapso, de
abierto enfrentamiento. Aún derrocada, la UCR era caracterizada "como
nuestro enemigo principal" por parte del "Boletín Interno" de
agosto de 1932.
La II Conferencia Nacional del PCA celebrada en La Plata
en 1934 definía: "Hay que arrancar a la masa de la influencia
radical", siguiendo un artículo premonitorio de Rodolfo Ghioldi en la revista
Soviet de agosto de 1933, en el que se afirmaba que "la revolución
antilatifundista y antiimperialista se realizará no con el aporte radical, sino
a pesar del radicalismo". Toda esa época bien podría ser calificada de
izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo, según la frase de Lenin,
si no fuese que el mismo Lenin y el primer Stalin la sostuvieron por más de una
década y media.
El VII Congreso barrería con tales devaneos, solo
explicables por el desarraigo social y cultural de los PPCC de muchos países. Y
su efecto sobre la Argentina será instantáneo. Según la resolución principal de
la III Conferencia Nacional del Partido, reunida en Avellaneda el 20 de octubre
de 1935, la nueva fórmula es el Frente Popular. "El camino argentino para
llegar ese gran Frente Nacional Antiimperialista es ya ahora llegar aún acuerdo
entre todos los partidos de oposición sobre la base de un programa común de
defensa de las amplias libertades democráticas". Adiós a las condenas a
los "social-fascistas" del PS. Adiós a las exigencias de "clase
contra clase"; cómo explicar, si no, el cortejo al visceralmente burgués
PDP de Lisandro de la Torre. Pero, por, sobre todo, adiós a las condenas al
Radicalismo, al que en 1933 Ghioldi comparaba con el nacionalsocialismo alemán
y que, apenas dos años más tarde, en cuanto partido mayoritario en el país, se
busca convertir en base de masas de la coalición en ciernes.
Los años inmediatamente siguientes serán el escenario de
una performance bastante descepcionante en nuestro país para la nueva fórmula
bolchevique en su versión stalinista, a diferencia de los éxitos iniciales del
frentepopulismo en Francia y España, por ejemplo. Por un lado, la UCR,
marginada por métodos non sanctos del proceso electoral del '38 y desgarrada
por hondas contraposiciones internas, será un barco a la deriva hasta el putsch
del '43. Por otro, la descarada reversión de alianzas consumada por Stalin con
el pacto Ribbentrop-Molotov, disolverá al nazismo como actor cuya enemistad
coagulaba al propuesto Frente. Solo en 1941, con la invasión hitleriana a la
URSS, el PC podrá volver a levantar la voz, aunque esta voz ahora será más
débil que en tiempos de la Guerra española.
Por entonces, un conjunto heteróclito de factores
convergerá para embrollar la situación argentina. El repliegue de Gran Bretaña,
al que le interesa nuestro abastecimiento más que nuestra neutralidad, la
presión de EEUU que no tolera ésta última, el hastío respecto del fraude, el
crecimiento aluvional del sector de trabajadores industriales, el extravío de
la UCR, las muertes de Ortiz, Justo y Alvear -entre tantos otros- crean un
escenario de incipiente descomposición del poder que solo el Ejército atina
-aunque fuera torpemente - a intentar detener.
EL GOU Y PERON
Es muy difícil definir lo que los golpistas del '43
querían - incluso los miembros del GOU. Está claro lo que rechazaban. Y en este
rechazo asomaba prioritariamente, ya en ese año, el riesgo de que el fin de la
IIGM generase una recuperación y aumento de las corrientes de extrema izquierda
que, incluso, podía manifestarse en una efectiva guerra civil. Perón era quizás
quien verbalizaba más explícitamente estas prevenciones.
El Ejército movió sus piezas primero: el 4 de junio de
1943. Y más allá de mil y un consideraciones tácticas o circunstanciales, la
estrategia profunda -seguramente no consciente en muchos de los actores-
radicaba en la prevención del Frente Popular.
De allí en adelante, y muy por encima de las motivaciones
particulares y de las intenciones específicas de quienes aparecían en la escena
pública, el Ejército y el PC eran las realidades irrevocablemente enfrentadas.
Este último comprendió y asumió el reto. Por eso se aferró con energías
renovadas a restablecer el alicaído proyecto frentista, que terminó concretándose
en 1945-46 bajo la forma deterior de la "Unión Democrática" a nivel
nacional y, en la Capital Federal, en las listas de "Unidad y
Resistencia" que coaligaban al PC y el PDP.
Si los marxistas fueran lo que creen que son (los
certeros diagnosticadores de las leyes del desarrollo histórico), el 17 de
octubre del '45 se hubiesen entremezclado en la Plaza con el obrerismo
peronista. En lugar de ello estaban esperando que el Procurador de la Corte
presentase su propuesta de Gabinete. Del mismo modo, sesenta y tres años más
tarde, creían encontrar el futuro en la casta político-burocrática kirchnerista
y no en los chacareros autoconvocados en todas las rutas de la Zona Núcleo.
Pero si, olvidando el Materialismo Dialéctico, todo se trata de una cuestión de
nudo poder, qué otra cosa podía hacer los comunistas de tiempos de Farrell sino
abrazarse al Embajador Braden, cuyo principal asesor era un stalinista
supérstite de la Guerra Civil española!
No es extraño, pues, ni inesperado, que el 21 de octubre
el PC emitiera un manifiesto que consigna: "El malón peronista con
protección oficial y asesoramiento policial que azotó el país, ha provocado
rápidamente por su gravedad la exteriorización del repudio popular de todos los
sectores de la República y millones de protestas. Hoy la Nación en su conjunto,
tiene clara conciencia del peligro que entraña el peronismo y de la urgencia de
ponerle fin (...) En el primer orden nuestros camaradas deben organizar y
organizarse para la lucha contra el peronismo hasta su aniquilamiento (menudo
sustantivo. NdA). Perón es el enemigo número uno del pueblo argentino".
Dos meses más tarde, el comunismo realizará su
Conferencia Nacional en la que el secretario general, Vittorio Codovilla,
presentará su informe titulado "Batir al nazi-peronismo para abrir una era
de libertad y progreso". Otros dos meses y el electorado del país votará
libremente, por primera vez bajo la garantía del Ejército, eligiendo a quien el
PC consideraba "el candidato imposible".
Anclado en esta concepción de la historia contemporánea
el Partido navegará a través de la década peronista. Las ocasionales
discrepancias con la conducción stalinista-codovilliana (Puiggros, Real, etc.)
serán quirúrgicamente extirpadas y el comunismo mantendrá su condición de
"meteoro", de cuerpo extraño dentro de la sociedad argentina, en
relación inconmovible con el Kremlin.
Será en tal situación que lo encontrará el movimiento
insurreccional del '55. Pero mientras los oficiales responsables de la conducción
superior en los gobiernos tanto de Lonardi como de Aramburu mantendrán su
visceral prevención respecto de las estrategias comunistas, algunos de los
civiles subidos a sus espaldas se mostrarán más receptivos, por aquello de
"el enemigo de mi enemigo".
Así resultará que los sindicalistas de los Diecinueve
Gremios Independientes -una creación ex nihilo- del PC se lanzarán al asalto de
diversas estructuras gremiales en Buenos Aires y Rosario con suerte varia,
aunque finalmente negativa cuando se produjo la normalización electoral de
tales organizaciones durante el gobierno de Frondizi.
Mucho más sustancioso será el botín en el campo
universitario. Allí se reeditó la Unión Democrática para purgar a las aulas de
catedráticos acusados, por ejemplo, de haber apoyado en 1952 la reelección de
Perón. Este era terreno apetitoso para el PC. No en vano Codovilla era italiano
y, aunque no lo manifestase explícitamente, en múltiples ocasiones actuó como
un discípulo de Gramsci. De hecho, la organización que comandaba fue una de las
más "gramscianas" del mundo, en cuanto a su prioridad por la
captación de los aparatos culturales de la sociedad, que sería especialmente
evidente durante el gobierno de Alfonsín.
MUTACIONES ESTRATEGICAS
Si volvemos a la década del '60, podremos comprobar dos
mutaciones estratégicas complementarias: el "entrismo" desde las
corrientes marxistas y el "giro a la izquierda" en el Peronismo. El
primero, cuya paternidad algunos atribuyen a Trotski, consistió en la incorporación
de los propios militantes a partidos de masas como medio de obtener una
convivencia sistemática con los trabajadores y promover la radicalización de
los mismos y, eventualmente, de sus organizaciones, hacia las posiciones
sostenidas por las fuerzas de raíz leninista. Obviamente, en las condiciones
políticas de la Argentina de la segunda mitad del siglo XX, la estrategia
"entrista" tenía como target obligado al Peronismo.
Este movimiento se correspondía, a su vez, con el
denominado giro a la izquierda, que Perón amagó por esa época, más como una
táctica extorsiva hacia el sistema político que lo proscribía que como una
estrategia consistente. Quienes creyeron que el "giro" podía ser algo
más se decepcionaron amargamente. En primer lugar, John William Cooke, quien
pretendió que el General se radicase en La Habana, topándose con las reiteradas
preferencias de Perón, que eligió como anfitriones a Stroessner, Pérez Jiménez,
Trujillo y Franco. De cualquier modo, la maniobra no había resultado gratuita:
como consecuencia de ella muchos peronistas dejaron de pensar al PC como el
enemigo. El efecto fue que, durante los '60 y la primera mitad de los '70 se
produjo un trasiego incesante entre las organizaciones marxistas-leninistas y
el Peronismo. Este último se hallaba desguarnecido ideológicamente, y sólo el
liderazgo -en este caso reactivo- del propio Perón, retardó la colonización
total.
Cuando hablamos, pues, de camporismo, no lo hacemos
suponiendo una ideología o estrategia pergeñadas por el gris odontólogo de San
Andrés de Giles. Recogemos su nombre usado como bandera por la generación que,
encabezada por CFK, intentará con apreciable éxito convertir al Peronismo en
una adyacencia político-cultural del PC, en la cual se dan cita tanto los que
se habían estrellado en la lucha armada lanzada desde La Habana (vid. Fue Cuba
de Juan Bautista Yofre), con los que, siguiendo el itinerario gramsciano,
habían peregrinado por al alfonsinismo y el Frepaso hasta convertirse en viudos
vergonzantes de la URSS.
En realidad, y particularmente en estos últimos años,
sólo son ciegos quienes no quieren ver. La jefa del kirchnerismo proclama a
José Ber Gelbard -el hombre de Moscú en el gabinete de Perón- como su modelo de
ministro de Economía. Su hijo, presidente del respectivo bloque de diputados, declara
que, en lugar de Rucci, hubiese preferido homenajear a Agustín Tosco, el
sindicalista más importante identificado con el PC en nuestra historia. Y en
las cúpulas partidarias y parlamentarias proliferan los nombres de Carlos
Heller, banquero del PC, Eduardo Barcesat -su jurista para todo servicio-,
Martín Sabatella, Roberto Baradel, Hugo Yasky, Mónica Macha, entre tantos
otros. Va de suyo que el PC y su desprendimiento el PC Congreso Extraordinario
integran formalmente las sucesivas etiquetas electorales del kirchnerismo:
Frente para la Victoria, Unión Ciudadana, Frente de Todos.
Entretanto en las calles porteñas, Stalin y Trotski
prosiguen su viejo combate, pero el primero lo hace a través de las estructuras
supuestamente herederas de aquél que alguna vez llamaron "el enemigo
número uno del pueblo argentino".
**Miguel Angel Iribarne, Profesor emérito, Universidad
Católica Argentina. Fue decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la Universidad Católica de La Plata.