Gianfranco Miglio (1918-2001) es, a mi juicio, el más destacado politólogo italiano de la segunda mitad del siglo pasado (1). Decano, durante mucho tiempo, de la Facultad de Ciencias Politicas en la Universidad del Sacro Cuore de Milán, no fue -sin embargo- un intelectual abroquelado en su gabinete de estudio, sino una figura comprometida con múltiples proyectos de renovación del sistema institucional italiano, para desembocar, en los '90, en el rol de ideólogo de la Liga Norte, una de las verdaderas novedades del sistema polÃtico de su paÃs luego de casi medio siglo de empantanamiento bipolar.
En 1983, en un trabajo titulado "El mito de la
Constitución sin soberano'' (Il mito della Constituzione senza sovrano",
en Una Repubblica migliore per gli Italiani, Ed. Giuffré), Miglio realizó una
rigurosa disección del orden constitucional establecido entre 1946 y 1948 por
obra de los representantes de la Resistencia antifascista, que mantuvo durante
largo tiempo su vigencia y aun hoy funciona sin perjuicio de correcciones
parciales y en cierto modo vergonzantes.
Miglio observó que lo que se había instalado era un
régimen de parlamentarismo puro, que traía aparejada la intrínseca debilidad
del Poder Ejecutivo, la notoria hipertrofia del sector público, el loteo del
Gobierno y la escasa renovación de la Clase Política. Este parlamentarismo puro
tenía su correlato en la experiencia francesa de la IV República, que en doce
años tuvo veinte premiers, mientras en Italia, desde 1948 a hoy se anotan
cuarenta y tres. -
Los enormes perjuicios causados a uno y otro país por el
gobierno de asamblea y la consecuente inestabilidad del Ejecutivo fueron
interrumpidos en 1958 en Francia por el acceso al poder del general Charles De
Gaulle. Italia no tuvo su De Gaulle. Esa ausencia trató de ser compensada por
algunos Presidentes relativamente activistas como Francesco Cossiga, Giorgio
Napolitano o el actual Sergio Mattarella, que intentaron operar sobre el
Parlamento desde su función presuntamente superpartes. Debe aclararse que este
último aspecto quizás no fuera rigurosamente observado por Napolitano o
Mattarella. Ambos, de algún modo, se convirtieron en actores internos asociados
a los puntos de vista de la Unión Europea, interesada en desplazar, en su
momento, a los gobiernos de Berlusconi y Conte en beneficio de figuras de
raigambre tecnocrática como Mario Monti y Mario Draghi.
Es interesante observar que aquellos dos Presidentes, que
representan al nuevo soberano, pertenecen a las dos culturas politicas que
originaron el Partido Democrático: los postcomunistas reciclados y los
católicos de centroizquierda respectivamente. De tal modo, el PD -que no supera
en intención de voto el 20 % del electorado- se ha venido asegurando una
presencia nada desdeñable en la composición de los gabinetes de las últimas dos
décadas, postergándose permanentemente un regreso a las urnas que podría poner
en evidencia que "el rey está desnudo''.
Finalmente, parece que la hora de la verdad ha llegado, y
que en dos meses tendrán lugar los comicios nacionales. Todos los sondeos
apuntan a una primacía del centroderecha (Meloni, Salvini, Berlusconi). Eso en
las boletas; habrá que ver si tales números se plasman en un nuevo gobierno que
efectivamente los represente o contemplaremos otro engendro alumbrado en la
Presidencia con la bendición de Bruselas. O de Washington.
***POR MIGUEL ANGEL IRIBARNE , Profesor emérito
Universidad Católica Argentina. Fue decano de la Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales de la Universidad Católica de La Plata.
(1) Se trata de una competencia por demás pareja. Otros
señalarían a Norberto Bobbio, Pier Paolo Portinaro, etc.