Quienes estamos persuadidos de que la naturaleza íntima de la crisis –hoy podríamos decir de la descomposición- es política antes que económica, no podemos dejar de reflexionar sobre lo que una reciente nota de Claudio Chaves denomina “el destino de las democracias blandas”.
Si analizamos el objeto que describe concluiremos que son
tales las democracias que, al perder de hecho el monopolio de la coacción
legítima que Max Weber apuntaba como rasgo distintivo del Estado, han comenzado
a deslizarse por una pendiente irresistible.
Tal pendiente, en la más optimista de las hipótesis,
puede llevarlas, por un brusco volantazo, a la recuperación del monopolio y,
por ende, a la superación del tal blandura como una patología pasajera. En la
peor –y más frecuente- de las posibilidades las conduce a la anarquía, a la
dictadura o a ambas.
LA HISTORIA
Repasemos. La democracia blanda instaurada en Rusia tras
la caída de los Romanov en febrero de 1917 desembocó, en ocho meses, en la
dictadura bolchevique de Lenin, que llegó a disolver la Asamblea Constituyente
instaurada por el voto popular. La República alemana de la primera posguerra
–la célebre República de Weimar incensada por los progresistas- fue incapaz de
impedir la constitución de Ejércitos particulares de nazis, socialistas y
comunistas cuyo enfrentamiento cotidiano solo pudo ser detenido por el acceso
de Hitler al poder. La II República española, tras no querer o no poder superar
la sangría cotidiana producida por las milicias de izquierda y derecha,
concluyo en la guerra civil y en la dictadura ulterior del general Franco. La
Italia de los gobiernos parlamentarios del ’20, ineptos para evitar las tomas
de fábricas y de tierras por los secuaces del socialismo, debió ceder el paso
al Ventennio fascista.
El gobierno chileno de la Unidad Popular, que permitió a
los grupos armados del Movimiento de Izquierda Revolucionaria ejercer la
coacción en las ciudades y en los fundos acabó en Pinochet. La Argentina de los
’70, en la que Perón “quizás creía poder vencer a la guerrilla mediante la
Policía y el somatén” (1), vivió un ensayo en gran escala de guerra civil
enmarcada en la guerra fría global, con millares de asesinatos y torturas, así
como ataques directos a unidades militares que antecedieron a la ocupación del
poder político por las Fuerzas Armadas con las consecuencias que conocemos.
LA EXCEPCION
Quizás el único caso significativo en el siglo XX en que
la democracia blanda fue pacíficamente reemplazada por una democracia fuerte
fue el de la Francia de 1958, en que la capitulación de la Clase Política ante
el general Charles De Gaulle hizo que resultase innecesario el Operativo
Resurrección preparado por el Ejército.
Queda claro pues que la diferencia entre la blandura y la
fortaleza de una democracia pasa por su capacidad de retener el monopolio de la
coacción que compete al Estado y sin el cual éste se convierte, con mayor o
menor rapidez, en un Estado fallido. Este monopolio puede perderse por
debilidad o por insidia ideológica. Y en este último caso veremos gobiernos que
son duros, e incluso arbitrarios, en muchas de sus políticas, pero impiden a
los instrumentos legales de la coacción estatal cumplir regularmente sus
funciones. La evidencia la tenemos demasiado cerca.
Queda en claro también que las experiencias –democráticas
o autoritarias- en que desemboca, mediata o inmediatamente, el suicidio de las
democracias blandas, tiene una explicación específicamente sociológica.
Más allá de lo diversas –y aún antagónicas- que fueren
las ideologías animadoras, lo que se produce es una radical reconstitución del
poder, que obedece, por así decirlo, a la misma fisiología de la comunidad
política.
LA GRAN PRUEBA
El test de la capacidad de respuesta de la Clase Política
a la demanda de poder que está planteada en la sociedad consiste en la aptitud
de recuperación del control sobre el espacio público en todas sus dimensiones.
Es decir, que el tema comienza a un nivel edilicio con el
rescate del espacio urbano en la misma Area Metropolitana; sigue con la
liberación de Rosario del narcopoder; incluye la ocupación de los enclaves del
Conurbano en que el Estado no puede entrar y se extiende a la necesidad de
someter al secesionismo de ciertos mapuches y sus socios en el sur. En el
límite apunta a recuperar el pleno control de nuestros recursos marítimos en la
feraz Pampa Azul.
En todos esos lugares el ámbito territorial de jure del
Estado argentino está, de facto, agujereado por poderes, sea de origen interno,
sean trasnacionales o extranacionales.
Adviértase que algunos de tales poderes fácticos se
preparan activamente para la hipótesis de un cambio político en diciembre
próximo. No solo intentando infiltrarse entre los candidatos a beneficiarse con
el relevo, sino, en caso de que el futuro Gobierno no transija, procurando
legitimar anticipadamente la Resistencia contra el mismo. Es decir, la
sedición.
Es por todo esto que el debate político que ocupará
nuestra atención en los meses inmediatos no puede reducirse a una discusión
sobre la racionalidad macroeconómica, ¡y vaya si tal discusión es necesaria a
partir de la absoluta desorganización que estamos presenciando!
Lo que es preciso comprender es que sólo un poder
político plenamente legitimado y reiteradamente relegitimado por el voto
popular estará en condiciones de arrancar con la misma transformación económica
y mantener el timón firme.
(1) Nombre dado a una milicia cívica que existió en
Cataluña. Un testigo fiable comenta que en el verano 1972/73, Perón respondió a
un interlocutor que le preguntaba sobre el destino de las ‘formaciones
especiales’ que eventualmente no respetaran su comando: “Las enfrentaremos con
la Policía y con el somatén’”. Dadas las circunstancias históricas conocidas
puede inferirse a qué aludía el ex Presidente.
***Miguel Angel Iribarne, Profesor emérito, Universidad
Católica Argentina. Fue decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la Universidad Católica de La Plata.
https://www.laprensa.com.ar/528789-El-destino-de-lasdemocracias-blandas.note.aspx