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01/03/2023 | Opinión - De Stalin a Putin: El KGB no ha muerto: así han tomado los espías el control de Rusia

Xavier Colas

Yuri Felshtinsky disecciona en 'Del terror rojo al Estado mafioso' cómo el servicio secreto consiguió sobrevivir a la caída del comunismo y colocar a sus agentes en los puestos clave del país. "La democracia nunca tuvo posibilidades", dice.

 

Dicen en Rusia que no existen los ex agentes del KGB. Yuri Felshtinsky disecciona el cadáver de la URSS en su libro y descubre que el KGB fue un virus que supo esperar para colonizar no sólo los órganos vitales, sino el cerebro de la nueva reencarnación, capitalista y se supone que democrática, de ese nuevo país que nació agitadamente en los noventa y que se llama Federación de Rusia.

Del terror rojo al Estado mafioso: Los servicios especiales de Rusia y su lucha por la dominación mundial, publicado por Deusto, supone uno de los intentos más ambiciosos de explicar el actual «régimen cleptocrático» construido en torno a la figura de Putin.

Sin los autodenominados chequistas, que celebran con pompa su día en el cuartel general de Lubianka cada 20 de diciembre, no se puede entender cómo un país que fue socio de la Unión Europea «ha pasado a ser un adversario estratégico de la OTAN y el mayor obstáculo para la paz en Europa». El libro está escrito junto a Vladimir Popov y traducido por Jorge Ferrer.

Vladimir Putin no es más que un representante de ese sistema cerrado y soldado con desconfianza en el que labró como joven homo sovieticus toda su carrera: como miembro del KGB desde 1975, un organismo vivo dentro del cuerpo de la URSS que en realidad siempre rivalizó con el partido único, el Partido Comunista, que ejercía el papel de sistema inmunológico.

«El KGB quería deshacerse de este control político. Hubo varios intentos de librarse de ese control», explica Felshtinsky. «Lo más cerca que estuvieron fue con [Yuri] Andropov, fue el primer jefe del KGB que llegó a líder de la URSS. Pero Andropov murió», En la misma década, el KGB «intentó derribar a Gorbachov mediante un golpe de estado. Pareció que fracasaron, pero fue el Partido Comunista quien fue la víctima», pues acabó ilegalizado. «El resultado fue que en agosto de 1991 el KGB se libró del control político hasta 1999, aunque no tenía un poder real». Eso llegaría con Putin.

«Una de las razones por las que Boris Yeltsin falló a la hora de lograr una sociedad democrática fue que en su momento el Partido Comunista se disolvió pero el KGB no». En 1999, en el otoño de su presidencia, viejo, achispado y debilitado por la corrupción de la Familia, Yeltsin ya estaba rodeado de agentes. Uno de ellos, Valentin Yumashev, jefe de la Administración presidencial, estaba casado con su hija, así que siempre que tuvo a dos agentes del KGB muy cerca. «Cuando empezó a pensar en el siguiente presidente de Rusia eligió entre tres candidatos: todos ellos venían del KGB».

«Como en los buenos tiempos soviéticos, se siguió inundando de agentes de la seguridad del Estado el sector civil». El FSB, nuevo caparazón del KGB, podía infiltrar a sus hombres en los organismos que se le antojaran, «y éstos estaban obligados a aceptarlos y pagarles un salario». Así la seguridad del estado «creó un sistema mafioso de control sobre el sector estatal y privado, un sistema ilegal y contrario a los intereses económicos del país». El plan: extraer dinero de las estructuras «para alimentar al FSB».

Putin nunca fue un infiltrado en el extranjero. Pero sí en casa. Pasó a la llamada «reserva activa» en la primavera de 1990, unos meses después de volver de la amigable República Federal Alemana, donde los agentes operaban de una manera tan abierta que hasta tenían su bloque en una urbanización. Todavía añorando la cerveza germana, recaló en la universidad de Leningrado, donde había mucho que vigilar. Y después lo adosaron al académico Anatoli Sobchak, que ya entonces era un líder democrático en alza. Dieron en el clavo. En junio de 1991 Sobchak se convirtió en alcalde de Leningrado. Putin pasó a ser vicealcalde.

Sobchak perdió las elecciones en 1996. El FSB concluyó que dejar a Putin junto al derrotado liberal carecía de sentido, de modo que había que buscarle algún destino nuevo. En junio de 1996 Putin aterrizó en Moscú para trabajar para el Kremlin. En dos años ocuparía el cargo de segundo jefe de la Administración del presidente de Rusia. No era ni mucho menos el primer operativo del viejo KGB que irrumpía en palacio. Cuando Putin llegó, Yeltsin ya estaba rodeado: «Los generales del KGB/FSB no paraban de colarse en el Kremlin», cuenta el autor.

El libro hace un repaso sobre cómo los servicios de seguridad fueron lo único inmutable en un país que cambió de bandera y de sistemas político y económico. Formados en 1917 bajo las siglas VChK, sobrevivieron bajo los distintos gobiernos y siglas y pasaron a formar parte de la estructura misma del Estado ruso.

Ya sin el peso de la URSS, los servicios de seguridad rusos aprovecharon los noventa para poner los cimientos de su reino. En 1998, el año en el que Putin se convirtió en jefe del servicio de seguridad FSB, la Seguridad del Estado dio un gran salto hacia a la toma del poder: Primakov, exdirector del SVR, el Servicio de inteligencia exterior, fue nombrado primer ministro: «Hay pruebas suficientes que acreditan que la llegada de Putin al poder fue planeada en una cascada de manipulaciones de las leyes rusas».

En realidad su llegada al poder no fue sino el punto álgido de la historia de los servicios especiales soviéticos. Cuando Yelstin le nombró primer ministro y le señaló como candidato a sucederle en las elecciones presidenciales de 2000 había dos bandos luchando por el trono. Uno, con el espía Primakov, contra el presidente y su familia de aprovechados. Y otro con el chequista Putin. La suerte estaba echada. En cualquier caso «el poder acabaría en manos de la Seguridad del Estado». Había prosperado «la infiltración en un organismo enemigo, porque para el FSB eso y no otra cosa eran el país entero y los millones de personas que lo habitaban», según Yuri Felshtinsky.

Por eso el año 1991 marca el momento en el que el Partido Comunista de la Unión Soviética, que ejercía el control político de los servicios de seguridad, cedió y finalmente renunció al poder, dejándolo en manos del KGB. En los últimos años de la URSS y con Mijaíl Gorbachov gobernando, los altos funcionarios del Estado relacionados con los servicios secretos alcanzaban sólo el 3% del total. Ese número creció hasta algo más del 30% en los años de gobierno de Yeltsin. Al marcharse Yeltsin, este porcentaje alcanzó el 50%, y en los años siguientes subió al 70% o al 80%. Incluso crearon centros de formación para enseñar a los agentes a ser políticos de éxito.

En esta maraña de conspiraciones está parte de la respuesta de la gran pregunta de por qué los liberales nunca tuvieron su oportunidad en Rusia. «Para empezar, no eran muchos. En Checoslovaquia, el primer presidente era un disidente y proocidental. El primer presidente de Rusia era Yeltsin, un tipo de la nomenclatura al fin y al cabo», responde Felshtinsky. «Había gente liberal alrededor, demócratas. Pero había más gente trabajando para los servicios de inteligencia. Hablo de infiltrados de los servicios secretos».

El autor cree que «Putin, construyó a su alrededor un nuevo Estado gobernado por una junta mafiosa que operaba al margen de la ley y según el principio de lealtad personal absoluta al presidente». Con su llegada al Kremlin los nombramientos de agentes de inteligencia «se hacían ya a cara descubierta». Y la Duma, la cámara baja del Parlamento ruso, «fue infectada desde el principio».

¿Dónde estamos ahora? En la segunda fase de la implantación del Estado mafioso: el expansionismo. Con la invasión de Crimea en 2014, Putin consolidó el nuevo nacionalismo bajo el principio de que, para proteger los intereses de un difuso «mundo ruso» había que anexionarse las tierras vecinas pertenecientes al antiguo Imperio y a la URSS. Todo ello imponiendo un modelo centralizado dentro y fuera.

«Hubo muchos problemas con Yeltsin. Es cuestionable que fuese un demócrata. Pero Yeltsin dio libertad de prensa. Nunca cerró un periódico. Sabía que la URSS colapsó porque no puedes gobernar un país desde un centro». Nada más llegar al poder, Putin deshizo ese camino. Creó nuevas divisiones territoriales en el país y envió a sus delegados al frente de ellas, casi todos chequistas. Así formó un amortiguador entre los gobernadores y él. «Rusia se convirtió de nuevo en el país de una ciudad: Moscú». A los gobernadores «no les gustó, pasaron a ser irrelevantes». Hoy están informalmente supeditados a él.

La conclusión es que sí, hubo unos cuantos liberales pero el KGB tenia demasiado poder, «por eso no se les pudo juzgar». «La democracia nunca tuvo posibilidades». Así ha cuajado el proyecto de reunificación de todos los rusoparlantes dentro de las fronteras de un único Estado que explica la actual guerra de Ucrania. Al tomar el poder Putin restauró el himno soviético. «Pero ahora sabemos que no fue una cosa menor». Así es como estaba soñando con volver a lo viejo». Cree el autor que «ésta es la última guerra, quieren combinar todo, unir a el pueblo ruso». Por eso «han creado esta leyenda de que Rusia ha de existir en forma de imperio, y que no puede existir en forma que sea un imperio».

***Del terror rojo al estado mafioso (Ed. Deusto), de Yuri Felshtinsky y Vladmir Popov, está ya a la venta.

El Mundo (España)

 



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