La entrega de bastón de mando de López Obrador a Claudia Sheinbaum es una forma de transmitir su poder, en lo inmediato, como mensaje a su equipo y a Morena para que acaten el mando de su probable sucesora. Un acto de investidura simbólica que busca procurar obediencia a la elegida para la continuidad de su proyecto y fortalecer su liderazgo el próximo sexenio.
La carrera hacia la Presidencia comienza para ella con un
proceso impugnado por su mayor rival interno y su desprendimiento de Morena,
como una muestra de los desafíos que encarará la primera mujer con oportunidad
real de llegar al poder. La declaración atribuida a Ebrard, “no nos vamos a
someter a esa señora”, al desconocer su triunfo, es indicativo de los problemas
que enfrentará su liderazgo, primero, para imponerse en las urnas en 2024 y,
luego, para gobernar.
El ritual estaba previsto antes del resultado de la
encuesta con que Morena eligió a su candidata y tiene varias lecturas. Para
unos, la prueba de la tentativa de López Obrador de erigir un Maximato y
gobernar a través de su sucesor; o bien, un acto teatral de acento indigenista
que comunidades de México y Latinoamérica practican en la transmisión del
liderazgo como símbolo de un pacto de autoridad y compromiso. Por lo pronto,
sirve como señal clara del máximo líder del movimiento a los grupos internos de
obediencia hacia Sheinbaum tras inconformidades que dejó el proceso, y para los
decepcionados o desencantados de Morena.
La ruptura de Ebrard es la más grave para la unidad
morenista y se asemeja a esos divorcios apalancados porque nadie quiere asumir
la responsabilidad. Él no quiere enfrentarse con el Presidente, al que dice
“jamás le haría daño político”, no obstante, su estrategia de reventar el
proceso, y sin menoscabo de cargadas e irregularidades que beneficiaran a
Sheinbaum; tampoco reculó en manchar la interna y opacar una victoria cantada
tiempo atrás y ratificada por todas las encuestas. El problema es que el desafío
a la unidad, aun a no quererlo, acaba por recaer en el Presidente y su
prioridad de un triunfo abrumador en 2024 que evite un Congreso opositor como
el que llevó a la destitución de la expresidenta de Brasil, Dilma Rousseff, en
2016. La experiencia brasileña abre temores que planean sobre un gobierno de
Sheinbaum después de que López Obrador deje el cargo, como al también
presidente Lula, del PT. El liderazgo fuerte y carismático es intransferible y,
por tanto, el mayor reto de Sheinbaum es construir uno propio y distinto. Los
peligros son evidentes, como desnudó el riesgo de que la interna descarrilara y
provocara el desprendimiento de Ebrard, que ahora recorrerá el país para formar
un movimiento propio que perfila la creación de un nuevo partido o ir a
reforzar a la oposición.
A pesar de aceptar las reglas del juego, Ebrard se dedicó
a torpedear el proceso en medio de coqueteos de la oposición y, finalmente,
trató de que se anulara, quizá con la vieja estrategia de negociar con la
desobediencia. La estrategia y los tiempos fallaron y no cambiará el resultado.
Pero el proceso, en efecto, pudo naufragar por boicots internos e ineficiencias
de la dirigencia de Mario Delgado, por las que trataron de culpabilizar a la
responsable de la encuesta, Ivonne Cisneros, aduciendo cercanía con Sheinbaum.
El levantamiento de la encuesta, como se recuerda, tuvo que prorrogarse dada la
renuncia de unos 100 encuestadores por no recibir recursos para viajar y
provocar que los primeros días saliera menos de un tercio de los equipos, pero
Cisneros logró resolverlo y cumplió con ayuda de Durazo.
Sheinbaum arranca hacia el 2024 bajo el lema unidad y
movilización. Pero, sobre todo, comienza a usar el bastón para decidir cargos
de su campaña con acuerdos con Monreal, Adán Augusto y Fernández Noroña de
integrarlos; en las listas de las gubernaturas con la entrada de García
Harfuch, pese a la resistencia de López Obrador y el rezago de Delgado en la
CDMX. López Obrador estará detrás de su candidatura, aunque tenga que bajar el
perfil para dejar que crezca, pero nadie duda de que tendrá un papel activo en
la campaña. Sobre todo porque la gran cuestión es la fortaleza con que llegaría
el próximo gobierno en caso de que Sheinbaum se imponga como hoy auguran todas
las encuestas, para asegurar la continuidad del proyecto de López Obrador.
https://www.excelsior.com.mx/opinion/jose-buendia-hegewisch/sheinbaum-ebrard-y-el-fantasma-de-dilma/1608786