La narcopolítica está poniendo en jaque a la democracia con mayor violencia política, que pretende gobernar con candidatos a modo o eliminar a los incómodos. Ante ello, la respuesta de las instituciones es muy riesgosa por el dilema de elegir entre opciones igualmente difíciles: el camino de la anulación en las plazas más calientes para castigar su avance o agarrarse al clavo ardiente de la elección como principal asidero para salvarla.
A un día de iniciar las campañas, en el ambiente político
se respira temor por ocupar la mira de poderes informales que quieren controlar
la elección en regiones del país. Todavía no recorren las calles en busca del
voto y ya el proceso se tiñe de sangre con 21 políticos y candidatos víctimas
de violencia política en 14 estados. Los asesinatos y agresiones visibilizan un
peligro inocultable que puede inhibir la participación y dirigir el curso que
toma este debate y su desenlace.
Una de las críticas frente a la dimensión que alcanza es
que se dejó crecer, cuando antes podrían haberse tomado medidas preventivas y
de seguridad. Desde hace varias elecciones, los gobiernos dan seguridad a
candidatos, pero cada proceso es más cruento. Ahora, en un lapso de 12 horas,
fueron asesinados los candidatos a alcaldes de Maravatío, Armando Pérez Luna
(PAN) y Miguel Ángel Zavala Reyes (Morena), que a su vez ocupaba el lugar de
otro ejecutado de su partido. Éste es un mensaje del derecho de veto del crimen
y otra demostración de que la violencia trasciende los colores políticos,
aunque se concentra en el ámbito municipal.
La violencia política se ha convertido en vehículo para
influir en las elecciones de estados y municipios, pero la fuente no es sólo el
crimen organizado en su disputa por el territorio, sino también agentes
políticos de diferentes partidos y de sus propias filas. La narcopolítica no se
reduce a uno de ellos, lo mismo se conocen casos de Morena que de postulados
por el bloque opositor en Guerrero ligados a la pandilla de Los Ardillos, y que
en 2018 ganaron en el único municipio que perdió López Obrador, Quechultenango.
Y sobran los escándalos en los últimos cuatro gobiernos, como los casos de
García Luna, el oscuro fiscal Veytia, de Nayarit, y más atrás el general
Gutiérrez Rebollo, con Zedillo.
Sin embargo, la resolución del dilema es mucho más
intrincada en un estado de polarización política, por agudizarse la división
entre niveles de gobierno, especialmente en el eslabón más débil de las
alcaldías. Algunos creen que, por ejemplo, la confrontación con el INE y el
TEPJF reblandece el terreno para la acción criminal, así como la falta de
coordinación y hasta mayor vulnerabilidad de funcionarios y magistrados
electorales.
Pero la violencia política también es una vitrina para
politizar en las campañas, aunque afecte el voto libre. Si hay un avance de
narcopolítica, también de otro fenómeno, politizar la violencia. En ese
contexto pueden ubicarse las últimas críticas de grupos de interés y medios de
EU sobre el dinero del narco en las campañas de López Obrador para atacar su
plan de seguridad y presionar a Claudia Sheinbaum a poner fin al “abrazos y no
balazos” por ceder a la expansión territorial de los cárteles; funcionarios en
el nivel local lo habrían interpretado como autorización a acomodarse con ellos
para sofocar la violencia y financiar sus aspiraciones.
Desde esta posición se defiende la opción de recurrir a
la anulación ahí donde la violencia afecte el 20% de las casillas, como dice la
ley. Se justifican en la legalidad para desalentar al crimen, pero también
puede servir para avivar el miedo y enlodar al ganador cuando la ventaja sea
muy grande. Hay grandes riesgos de que la violencia sea el vehículo para
impugnar y revertir el triunfo fuera de las urnas, aunque los partidos,
paradójicamente, nunca denuncien a la narcopolítica más que en la prensa.
Pero no toman en cuenta que no hay garantía de que la
repetición de los comicios sea distinta y, peor aún, aleje a la ciudadanía de
las urnas. Y, sobre todo, el impacto para la democracia que tiene en la rutina
de las elecciones un clavo ardiente con que enfrentar los riesgos. La elección
es su asidero, si se desautorizan pueden perderse o contribuir a su declive,
si, como dicen los estudios, además crece el apoyo al autoritarismo.
https://www.excelsior.com.mx/opinion/jose-buendia-hegewisch/narcopolitica-pone-en-jaque-a-la-democracia/1638420