Había tenido diversos gestos que, aunque no representaban aún una diferencia clara con su antecesor, por lo menos le servían para dar una impresión de regreso a la normalidad. Ahora se ha vuelto a la confrontación con la izquierda, sin que ello represente ninguna ventaja para México y ni siquiera para el gobierno actual.

Las confrontaciones de Fox con los presidentes Chávez, Morales o Kirchner correspondían con la ligereza y frivolidad con la que él manejó los asuntos del Estado y su supeditación -ni siquiera pedida ni agradecida- a la ultraderecha estadounidense, pero al menos le sirvieron para respaldar su estrategia de mercadotecnia electoral fundada en el miedo y la polarización interna con la que ayudó a detener a la izquierda en las elecciones de 2006.

Para Calderón no existe ventaja alguna en su corrimiento a la derecha en la política exterior respecto de América Latina, ni en entrar en un proceso de confrontación con la izquierda. Con su corrimiento y la utilización de un estilo dicharachero tiene todo que perder. Sólo viene a dificultar el intento por normalizar las relaciones con Cuba y Venezuela que había anunciado la Cancillería. Disminuye aún más el peso político de México, cuando con mesura y diplomacia estaba a la mano alcanzar la normalización, pues a todos los gobiernos de izquierda les interesa México y habrían sabido corresponder. Nos anula en nuestra capacidad de mediación y de ser un factor de equilibrio en la región, en un momento en que México, como Brasil, podría ayudar. Incluso nos debilita frente a EU, donde ha cambiado la correlación interna de fuerzas y cuyos intereses fundamentales necesitan que no se vayan a desbordar los conflictos sociales y políticos.

El corrimiento a la derecha en América Latina es un grave error. El propio secretario general de la OEA, en la mesa donde se suscitó el corrimiento, se vio obligado a intervenir, para hacer ver (en referencia a ALCA) que deberían buscarse otros caminos. No es difícil imaginar la preocupación que representa, para la izquierda moderada, que México abandone su papel estabilizador en América del Sur.

Desde el punto de vista interno, el corrimiento a la derecha es completamente disfuncional. A no ser que se haya regresado al gobierno por encuestas, donde seguramente el Presidente ganará temporalmente algunos puntos si se pelea con un mandatario extranjero, el costo político es muy alto. Lastima el intento por presentar a Calderón como Presidente: la imagen presidencial. Va en contra de la mayoría política y social. Contribuye a la polarización interna, cuando el gobierno entró con tantos cuestionamientos. Da la impresión de que no es capaz de construir políticas de Estado. Si en la política exterior hacia América Latina no logra construir una política Estado, ¿cómo podrá lograrlo en otros campos donde el nivel de confrontación y los intereses en juego son mayores?

Si es tan dañino el movimiento, por qué se hizo. ¿Por ganar aplausos en Davos? ¿Para construir un liderazgo de derecha que compita con el liderazgo de Hugo Chávez? ¿O fue porque el Presidente estaba expresando sus posiciones y no calculó las consecuencias? En todo caso, lo más preocupante es que continúe, pues ello no demuestra templanza.

Remendar el error es ahora más caro. Si hace un mes, con diplomacia, declaraciones de amistad y gestos, el gobierno de Calderón estaba avanzado en la recomposición de las relaciones con América Latina, ahora no tiene otro camino que definir una política congruente y actuar en consecuencia. Para que se crea en la autonomía de México, tendrá que demostrarlo. Si lo demuestra, lo ocurrido quedará en una anécdota. Pero si no, será un indicador de que las preferencias personales, las reacciones emocionales y los intereses facciosos regresarán al mando de la política exterior, sin que ello represente ninguna ventaja para México.

Miembro de la Dirección Política del Frente Amplio Progresista