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05/04/2007 | China no es ejemplo

Enrique del Val Blanco

Si Carlos Marx y Federico Engels vivieran en esta época quedarían, por lo menos, asombrados de ver lo que está ocurriendo en la República Popular de China, donde supuestamente todavía se llaman socialistas y son dirigidos por un denominado Partido Comunista.

 

La situación actual les haría palidecer o por lo menos considerar que se está en iguales condiciones que cuando Engels escribió su impresionante libro sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra en el siglo XIX.

Todo el mundo está sorprendido con el ritmo de crecimiento de China. Desde mediados de los años 80 del siglo pasado su economía ha crecido por lo menos a tasas de 8%, situación nunca antes vista en ningún país, convirtiéndose sin duda en la economía que mejor desempeño ha tenido en los últimos años.

Ha logrado ser el principal país receptor de inversión extranjera y su balanza comercial rebasa ya los 450 mil millones de dólares, lo que lo coloca como la quinta potencia económica del mundo y, de continuar con ese ritmo, como todo apunta, seguramente en pocos años se convertirá en la primera potencia.

Todo lo anterior podría llevarnos a considerar que estamos frente a un modelo de desarrollo que quizás otros países pudieran seguir como ejemplo. Pero bajo todas las impresionantes cifras que conocemos todos los días, subyacen otros aspectos que muestran que en realidad estamos contemplando una de las variantes más agudas del capitalismo salvaje, en un país llamado socialista.

El crecimiento económico chino está sustentado mayormente en los millones de trabajadores del campo que se han desplazado hacia las ciudades y que, como en otros países, estos millones de seres humanos se encuentran al margen de los sistemas de protección de la salud y de educación ya que, por ser migrantes, están excluidos de estos servicios básicos que son el sustento de un desarrollo humano en cualquier país civilizado.

El férreo control que ejercen las autoridades chinas sobre estos trabajadores, a los cuales se les obliga a registrarse en el denominado sistema hukou, para poder ser explotados diariamente. El salario mensual que reciben equivale en promedio a lo que gana un obrero estadounidense por un día de trabajo; se han presentado miles de denuncias sobre pagos atrasados por más de dos meses a estos trabajadores, e incluso se llega a no permitirles salir de las fábricas, convirtiéndolas en verdaderos guetos donde tienen que vivir sin poder salir a veces en semanas, a menos que se escapen.

Este crecimiento extraordinario también apunta a que, de continuar igual, China será en pocos años la primera emisora de gases con efecto invernadero. En la actualidad es, a la vez, el segundo productor y consumidor mundial de fertilizantes, algunos de ellos prohibidos en muchas partes del mundo por los efectos cancerígenos que conllevan. Qué decir de su producción de electricidad, sustentada en más de tres cuartas partes en el consumo de carbón, por lo que vemos ciudades de millones de habitantes donde nunca aparece el sol, cubierto por la contaminación ambiental producto de la quema masiva de carbón, en resumen, estamos frente a una catástrofe ambiental.

Pero los chinos no se han contentado con explotar a sus propios ciudadanos; ahora pretenden colonizar a parte de África, sobre todo a aquella de origen negro, para acceder a la riqueza que varias de sus naciones tienen de materias primas, como son los casos de los diamantes, en los que son productores del 75% mundial, el oro que poseen 50% y 7% del petróleo.

Para que esta colonización tenga los efectos que quieren, los chinos han desplegado toda una campaña política llevada a cabo por el presidente Hu Jintao, quien ha visitado ese continente en tres ocasiones en un lapso de dos años prometiéndoles, entre otras cosas, asumir la deuda que 33 países africanos tienen con el gigante asiático, y ha otorgado casi 3 mil millones de dólares de préstamos a tasas preferenciales.

Los chinos están presentes en la construcción de oleoductos, como el de mil 300 kilómetros de largo que se construye en Sudán; de infraestructura ferroviaria en Gabón, para estar en condiciones de explotar el manganeso, y en la puesta en marcha de minas de cobre en Zambia.

Es claro que el objetivo es apoderarse poco a poco de los recursos y materias primas de esos países, para asegurarse el aprovisionamiento de ellos y de esta forma continuar creciendo a las tasas impresionantes de los últimos años. Trabajadores no les van a faltar porque, como todos los sabemos, África es el continente con la mayor pobreza, amén de las carencias y problemas de salud que tienen, empezando por los de desnutrición y sida.

La última acción que han iniciado es proponer la legalización de la propiedad privada, con el argumento de dar seguridad a los habitantes de ese país, sobre todo a los campesinos. Esta propuesta, que significa un histórico cambio, está siendo muy cuestionada, a pesar del enorme control que ejerce el Partido Comunista sobre cualquier tipo de disidencia interna. Como consecuencia, recientemente ha aparecido un manifiesto, firmado por más de 3 mil miembros del partido, oponiéndose a la propuesta. Entre los firmantes se encuentran ex ministros, líderes provinciales, militares de alto rango y profesores de la escuela del mismo partido.

Lo que queda claro es que este modelo de desarrollo económico no es equiparable con el progreso de la humanidad, pues la explotación de los trabajadores, el desastre ecológico al que están contribuyendo en gran medida y la corrupción rampante, cada día más denunciada, va en contra de los principios básicos, no digamos del comunismo, sino de cualquier nación civilizada. El haberse rendido frente al capital y haberlo puesto a la cabeza de las transformaciones de un país atrasado no dará buenos resultados en el mediano plazo.

El incremento de la riqueza de unos pocos que la exhiben sin el menor recato frente a la pobreza de millones es un insulto no sólo para ese pueblo. Y por supuesto no es ejemplo a seguir.

Analista político y economista

El Universal (Mexico)

 


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