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26/04/2007 | Lucha contra el narco en Brasil

Jorge Castañeda

El dilema que han enfrentado Zedillo, Fox y Calderón a propósito de la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narco no es privativo de México. Muchos países del continente se han visto obligados a lidiar con el desafío que representa la carencia de otros recursos para hacer la guerra a los cárteles y el carácter contradictorio de que participen militares en ella.

 

 En algunos casos el dilema es antiguo: Perú y Colombia desde hace años se han debatido en torno al contenido del balance adecuado de Ejército, policía nacional y ayuda extranjera (de Estados Unidos) para derrotar al narco, o al menos para contenerlo. Pero otros casos son un poco más recientes, y quizás podamos extraer algunas lecciones de ellos. Me referiré en particular al caso de Brasil, donde algunas consideraciones pueden resultar pertinentes para México.

Como se sabe, Brasil ya enfrenta una situación en materia del narco análoga a la nuestra. Habiendo sido un país de bajo consumo, producción limitada y tráfico reducido, hoy es gran productor, punto intermedio en rutas a Europa -en parte vía Nigeria- y sobre todo un creciente mercado de consumo. Como se sabe también las policías estatales y municipales han resultado ser impotentes y cómplices del narco. Las favelas y las cárceles de Sao Paulo, de Río y otras grandes ciudades, o están en manos de pandillas y narcos o están en manos de policías locales, que es más o menos lo mismo.

De ahí que el gobierno brasileño esté estudiando dos variantes, una la que hemos propuesto en muchas ocasiones para México: la creación de una policía nacional preventiva e investigativa con efectivos suficientes para transformarse en una fuerza al estilo de carabineros en Chile. La otra opción, al igual que en México, es el Ejército. Pero entre los brasileños que no se convencen de la idoneidad de involucrarlo, imperan argumentos que tienen sentido.

Son esencialmente cuatro.

A) el clásico: se sabe cuándo sacar a la tropa de los cuarteles, pero no cómo regresarla. En Brasil, donde las Fuerzas Armadas han pasado por largos periodos de institucionalidad y también de injerencia directa (por ejemplo entre 1964 y 1985), no se trata de un temor menor. Tardaron años para volver al gobierno civil y a una clara línea de mando de civiles sobre militares; no es evidente que el camino inverso sea el que los brasileños quieran recorrer.

B) el económico: es mucho más caro tener a la tropa fuera de los cuarteles que donde ya está todo organizado para que estén por mucho tiempo. Tratándose de multiplicadores enormes (30 o 50 mil raciones, equipamientos, etcétera) y tomando en cuenta la pobreza imperante en muchas de las regiones a donde se les mandan y el tiempo que se necesita enviarlas, este factor no es secundario: puede reventar el presupuesto o desatar una carrera contra otros demandantes de recursos -educación, salud, etcétera.

C) las desventajas de la postergación: usar al Ejército inevitablemente implica posponer el esfuerzo para construir la solución permanente, a saber, una policía nacional eficaz y dotada.

D) el argumento, quizás el más acertado, consiste en la falta de preparación del Ejército brasileño para lo que finalmente es una labor policiaca. Los militares brasileños, según muchos analistas de ese país, consideran que no son aptos para el trabajo de redadas, patrullaje de ciudades, retenes, investigación, interrogatorio, desarme de poblaciones civiles -en muchas ocasiones jóvenes y desesperados-, es decir: para tareas policiacas.

Por ello, piensan que el riesgo de errores, excesos, y sobre todo de enajenación de la población civil ante la duradera presencia militar, puede provocar una reacción negativa, transformando la buena imagen que en general tiene el Ejército entre la gente.

A tal grado en Brasil les preocupa este tema, que en privado las autoridades reconocen que una de las más poderosas razones por las cuales han enviado un fuerte contingente militar de operación de paz a Haití, comandado por un brasileño, es para que los militares adquieran la experiencia y sensibilidad para actuar en zonas urbanas hostiles (¿será que Lula es -como diría nuestra comentocracia si en México se nos ocurriera algo así- un entreguista y reaccionario que hace el trabajo sucio en Haití?) para poder cumplir su misión contra el narco.

El proceso del caso Brasil es un buen caso a seguir para encontrar soluciones de largo plazo en este tema, que en mi opinión, insisto, es no posponer más la creación de una policía nacional en forma.

Reforma (Mexico)

 


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