Ciertamente el centenar de dólares no equivale al precio real de 1979, después de la revolución iraní y la caída del Sha; para que ello sucediera el precio debiera superar los 114 dólares por barril, que en términos reales es el nivel que alcanzó el crudo en aquella lejana época. Sin embargo, las previsiones más optimistas o pesimistas -según si se es importador o exportador de hidrocarburos- se cumplen y cada país se ve afectado de una u otra manera.

Para México, es nuestra tabla de salvación. Como bien lo ha comentado Carlos Salinas, ¿cómo es posible que con estos precios no estemos creciendo más? O podríamos preguntar al revés: ¿qué nos hubiera sucedido con precios equivalentes a los de mediados del sexenio pasado? Si la economía mexicana este año no llegara a la barrera también psicológica del 3 por ciento de incremento del PIB, ¿qué hubiera acontecido con el petróleo a la mitad de donde se sitúa hoy? Sólo que en México hemos inventado una extraña variedad del famoso "Dutch disease", es decir, la catástrofe que se abate sobre un país cuando algunos de sus productos, sobre todo de exportación, se elevan de manera estratosférica.

Según las versiones que circulan, el presidente Calderón trató de convencer recientemente a ciertos dirigentes priistas de buscar una modificación del artículo 27 constitucional; la respuesta fue: "no cuente con nosotros para resucitar al Peje, si de resucitar al Peje se trata". En otras palabras no habrá reforma energética que valga. Para muchos analistas internacionales en materia petrolera la razón no estriba en las consideraciones políticas del PRI, aunque sean válidas, ni en el nacionalismo mexicano; el motivo de fondo es que sólo habrá tal reforma cuando el país padezca una sacudida fiscal de verdad. Eso no ocurrirá mientras los precios del petróleo se mantengan en los niveles actuales. Quizás se trate de un "Mexican disease".

En el caso de Venezuela, las cosas no son tan distintas. Aunque Chávez sigue encarrilado triunfante en materia latinoamericana (se le cebó la foto con Calderón en Santiago de Chile pero ya habrá otra oportunidad), el frente interno sí se le ha descompuesto en semanas recientes. Logró una aprobación aplastante de sus reformas en el parlamento, pero la reelección perpetua ha desatado rupturas y fenómenos especulativos de magnitudes no antes vistas.

"El bolívar negro" se acerca a los 7 mil por dólar (frente a 2 mil y pico en el mercado oficial) y la inflación se está desbocando. Las rupturas quizás son más importantes. No sólo se trata de estudiantes, la Iglesia Católica y los mismos críticos de siempre, o mis amigos Manuel Caballero y Teodoro Petkoff, sino de militares de gran prestigio, de alcurnia chavista, y de alto rango, como el general Isaías Baduel, hasta hace poco ministro de Defensa, quien consideró hace un par de días que la reforma constitucional equivalía a un golpe de Estado.

¿Dónde estaría Chávez si en lugar de ingresar entre 250 y 300 millones de dólares diarios en las arcas de PDVSA recibiera la mitad? ¿Podría seguir financiando su proyecto cubano-venezolano en Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Argentina, y tal vez ahora en Guatemala?

Pero tal vez el país que pueda sufrir el mayor efecto de esta alza inverosímil del precio del crudo sea Estados Unidos. Hasta ahora la economía norteamericana ha resistido de manera sorprendente a la embestida de precios. El Dow subió ayer, la recesión aún no llega, la inflación permanece bajo control. En todo caso los sectores más frágiles no se hallan en su lamentable situación por culpa del petróleo.

No obstante, todo tiene límites. Una cosa es que no sepamos dónde estén; otra cosa es que no existan. Si Washington no quiere que los precios se incrementen aún más deberá decidir en primer lugar si va a desplegar algún tipo de intervención militar contra el supuesto programa nuclear iraní; y en segundo lugar, si la respuesta es afirmativa, cuándo y cómo.

Porque el cuento de que los mercados están ya descontando un golpe quirúrgico contra las instalaciones atómicas iraníes puede ser un cuento chino; podemos llegar a antes de las primarias electorales a 120 o 130 dólares el barril, un piso desorbitado para una nueva alza.