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17/06/2007 | El Salvador - La Mara o la Vida: Rehabilitación

Georgina Olson

Carlos era miembro de la Mara 18 en El Salvador. Su vida oscilaba entre consumir cocaína, robar bolsos en la calle y las peleas callejeras. Black Jack, le decían sus colegas, y su destino sólo presagiaba más violencia. Sin embargo, todo cambió el día en que entró a su barrio un gringo que caminaba con tranquilidad, parecía no tenerle miedo a las pandillas y así, sin más, invitó a los miembros de la Mara a comer para platicar sobre sus problemas.

 

Se trataba de Rick Jones, un hombre de sonrisa amable, integrante del Servicio de Ayuda Católica —la agencia de cooperación de la Iglesia católica estadunidense— que llegó a El Salvador hace 17 años y ha sido testigo del desgarramiento social que sacudió al país durante y después de la guerra civil.

En 1993, tras la firma de los acuerdos de paz, Rick observó con preocupación que entre los miles de salvadoreños que deportó Estados Unidos a El Salvador y que habían vivido en la Unión Americana como refugiados, regresaban miles de jóvenes que habían creado pandillas en el este de Los Ángeles y que volvieron a armar sus pandillas en El Salvador, y esta vez eran aun más violentas.

En una de las comidas que organizó Rick con los pandilleros, Carlos —el hoy ex mara— contó su historia: A los 12 años escapó de casa, pues su padre era alcohólico y su madre lo golpeaba, así que decidió que no quería seguir viviendo de esa forma y, una vez en la calle, se unió a la Mara 18, una de las pandillas más conocidas de San Salvador. Allí encontró comida y protección, pero años después cayó en la cuenta de que no podía salirse del grupo: intentarlo podría costarle la vida.

El círculo violento

Pero ¿de dónde viene la violencia en la sociedad salvadoreña? Rick lo explicó así: "El Salvador tiene una larga historia como sociedad violenta y esto se remonta a los años 20 y 30; después la guerra civil —en los años 80— destruyó el tejido social, mucha gente migró hacia el norte y muchas familias estaban muy divididas. La migración dejó niños y niñas con los abuelos y la familia separada. Y hay un sistema, tanto en las escuelas como en la sociedad, que tiene fuertes factores autoritarios: el niño simplemente tiene que obedecer.

"Esa historia también se refleja en la violencia doméstica. Hay miles de niños que son golpeados por sus padres y, cuando llegan a la escuela y muestran un comportamiento violento, resultado de las agresiones que sufren en casa, no hay trabajadores sociales que hablen con ellos, sino que en poco tiempo son expulsados.

"Muchos de esos niños excluidos se unen a la Mara y, si a eso se le suma que en El Salvador se venden armas libremente (aunque sea ilegal) y se puede conseguir desde una M-16 hasta una Mágnum, tenemos los factores que explican la violencia que hay en la Mara", aseguró Jones.

Hay aproximadamente 20 mil jóvenes salvadoreños que forman parte de las maras, de los que se calcula que 60% se dedican a actividades delictivas. Muchos narran que en la Mara encuentran apoyo, solidaridad y comida. Es el caso de Susan Cruz, quien de adolescente se integró a una pandilla en Los Ángeles y ahora trabaja con la ONG Sin Fronteras, rehabilitando a ex pandilleros.

"Yo fui desplazada de mi país —El Salvador— contra mi voluntad, fui enviada a un país —Estados Unidos— donde fui rechazada, donde no fui aceptada; solamente encontré refugio en la pandilla, allí encontré identidad, seguridad y todo lo demás; allí encontré mi país en aquel entonces... por eso ahora hago este tipo de trabajo".

La desintoxicación

Rick Jones cuenta cómo empezó su trabajo con la Mara: "Llegué a El Salvador hace 17 años y trabajé con gente desplazada. Así entré al trabajo con las comunidades en El Salvador, y yo vi en los años 94 y 95 cuando comenzaban a deportar a jóvenes maras del este de Los Ángeles hacia El Salvador después de la guerra, y como yo había trabajado en ciudades en Estados Unidos que tenían maras y pandillas, reconocí que este era un fenómeno distinto al fenómeno de Mara tradicional que había tenido El Salvador, las nuevas maras eran muy violentas".

Una vez que un mara decide iniciar un proceso de rehabilitación en el centro del Servicio de Ayuda Católica saca sus emociones a través del dibujo y la poesía, y "allí vas a escuchar unas historias terribles de que cuando eran niños fueron víctimas de violencia doméstica, muchos vienen de situaciones de alto grado de abuso, muchas de las muchachas han sufrido una violación sexual, y por primera vez les ofrecemos un espacio donde pueden hablar de eso", explica el activista.

Después, los jóvenes de la Mara entran a terapia sicológica donde desahogan sus experiencias y hablan de por qué se metieron en la pandilla y, a su vez, se les explica la historia de las maras en El Salvador; cómo a raíz de las deportaciones masivas de 1994 y 1995 empezaron a tomar fuerza.

Rick asegura: "Creemos que los hombres y mujeres tienen dignidad y lo que hay que hacer es rescatar esa dignidad. Que ellos tengan la oportunidad de rehumanizarse, porque lo que han vivido es totalmente deshumanizante, y en los medios de comunicación los presentan como animales y el gobierno los muestra como los culpables de todos los males, cuando el origen de la pobreza y la violencia está en otro lado".

La piedra de toque de la rehabilitación que aplica Jones y su equipo es la "Justicia Restaurativa". "No se trata de ver las cosas desde un concepto de ‘has roto la ley’, más bien hablamos con ellos de ‘has hecho daño a alguien y hay que reparar esas relaciones’; desde esta perspectiva se humaniza al victimario y a la víctima, y hay que buscar una reparación del daño hecho para que esta persona pueda reinsertarse en su comunidad".

Los retos y los proyectos

El trabajo de Rick Jones y sus colaboradores ha logrado, incluso, que un grupo de maras establezca su propio negocio de producción y venta de pantalones de mezclilla en San Salvador. En el caso de Carlos —Black Jack— siguió el proceso de rehabilitación, se recuperó y luego la gente de CRS le consiguió una beca para estudiar soldadura, además de que empezó a estudiar pintura.

Pero el gran problema que enfrenta Rick, su organización y otras diez asociaciones que le han perdido el miedo a los mareros y están trabajando con ellos, es que la policía dificulta su trabajo. Hay días en los que durante una sesión de terapia o en la sede de CRS irrumpen los agentes y se llevan a varios de los muchachos.

"Cuando la policía llega a un centro de rehabilitación y detiene a los chavos cortan todo el proceso. Es un riesgo fuerte, estamos tratando de hablar con el director de la policía para que en estos dos o tres lugares dejen a las organizaciones trabajar, y al final de dos años veremos si funciona. Nosotros sí estamos convencidos, pero vamos a mostrarles esto para que lo pueda ver la policía, de poco a poco, porque es necesario que la policía actúe de otra manera", explica Rick.

De acuerdo con Susan Cruz, esas redadas se han convertido en un tema político: con ellas el gobierno justifica el presupuesto de la policía y la represión, y etiquetan a las maras como las causantes de todos los problemas, en vez de atender el origen de la problemática social: el desempleo, falta de servicios de salud y educación.

Actualmente hay alrededor de 20 organizaciones que trabajan rehabilitando a miembros de la Mara Salvatrucha y la Mara 18 en El Salvador; cada mes se reúnen y comparten las técnicas y estrategias que les han funcionado; están elaborando en un código unificado de trabajo con las maras que tratarán de compartir con la policía salvadoreña, con la idea de convencerlos de aplicarlo en el mismo sentido, aunque de acuerdo con Jones, aún no hay voluntad política de las autoridades para actuar en ese sentido.

El problema en el primer mundo

Llegaron sin papeles, y son multitud: entre los pandilleros de Estados Unidos hay hondureños, salvadoreños, mexicanos y guatemaltecos. Ellos son los jóvenes que llegaron indocumentados, ilegalmente, para los que conseguir trabajo es casi imposible y que, ante la marginación en la que viven, optan por unirse a una pandilla.

Roberto Alfaro, del Centro de Recursos de América Central (Carecen) de San Francisco, California, organismo que otorga servicios médicos, asesoría legal y familiar a migrantes de bajos recursos, explica que a estos jóvenes se les cierran las puertas por no tener documentos: "No pueden conseguir trabajo, no tienen acceso a los servicios sociales y se meten a las pandillas porque allí hay espacio para hacer dinero".

En Carecen tratan de buscarles empleo, pero tienen limitaciones: "una de ellas es que no les podemos dar un trabajo oficial, pero encontramos la forma, y cuando están trabajando les tenemos que pagar en efectivo, porque en el banco no pueden cambiar un cheque", explicó Alfaro.

Cuando un pandillero entra a Carecen "llega con miedo de regresar a Honduras, El Salvador, Guatemala, ellos saben cómo está la situación allá y no quieren regresar", explicó Alfaro cuya organización está ayudando a 300 jóvenes a quitarse los tatuajes, procedimiento que lleva de seis meses a un año.

La organización de Alfaro hace énfasis en dar a conocer a los jóvenes las culturas de las que provienen: "muchos son mayas, quichés, de la etnia mam; en San Francisco tenemos 10 mil yucatecos mayas. Estamos adentrando a los muchachos en su cultura y ellos se están sintiendo bien con su identidad y la espiritualidad de sus orígenes".

Excelsior (Mexico)

 


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