Así, un partido que promoviera la mayor igualdad entre los individuos, pero la menor libertad, buscaría implantar un régimen comunista, mientras que uno que hiciera diferencias claras entre ciudadanos, sin intromisión del Estado, sería lo más cercano al capitalismo puro. Entre uno y otro extremo, cabe cualquier número de matices y modalidades, y es en estos nichos en los que se ubican las diferentes propuestas políticas.

La finalidad de los partidos políticos es el gobierno de la nación, y el poder es meramente la consecuencia de este ejercicio. La posibilidad de participación política de cualquier ciudadano, para contribuir al gobierno, es la base real del sistema democrático. Por el contrario, en los sistemas autócratas, el gobierno es una consecuencia del poder, y éste es reservado a unos cuantos.

Cabe hacer una reflexión, en plena jornada electoral, sobre cuáles son las motivaciones de nuestros políticos. ¿Qué buscan? ¿Acceder al gobierno o acceder al poder? ¿Cuál es el argumento con el que nos quieren convencer de regalarles, que no de otorgarles, nuestro voto?

La política mexicana se ha convertido en el juego en el que todo se vale con tal de acceder al poder. Es aquí donde vale la pena hacer la diferencia entre poder y gobierno: las propuestas de los partidos no son en el sentido de demostrar una mayor capacidad de gestión efectiva, de gobernar mejor, sino de convencer al votante de que el adversario no merece el poder, e incluso de que es deseable que no lo obtenga. Por eso las campañas negras, las acusaciones hechas a unas horas de los comicios, la búsqueda exhaustiva de cualquier cosa que pueda hacer daño y cambiar el rumbo de la elección. Por eso las alianzas para el poder, que no para el gobierno.

¿Qué va a pasar, si las cosas siguen así, en 2012? La respuesta, lamentablemente, es sencilla. La guerra de lodo continuará, y escalará a niveles que no hemos visto todavía. Los diferentes grupos buscarán conquistar el poder a toda costa, y no vacilarán en hacer uso de cualquier tipo de recursos: desde la obtención de financiación ilícita hasta la creación de libelos y la ventilación de la vida privada de los candidatos. En un escenario como éste, la polarización es la consecuencia natural, y la violencia física sigue a la verbal. ¿Se habrán puesto a pensar, quienes preparan desde ahora las campañas sucias y el material políticamente explosivo, en la terrible responsabilidad histórica en que pueden incurrir?

Las elecciones en México se han convertido en una lucha descarnada por poder y dinero, en un juego en el que los ciudadanos ocupan un segundo plano. El argumentarlo político se reduce a exhibir los defectos del enemigo, que no adversario, y el círculo vicioso de esta lucha gira a una velocidad cada vez más vertiginosa. Se ha perdido la noción de honor en la política y, de la manera más descarada, prácticas que en otros países están prohibidas por la ley y no son aceptadas por la población en general, son aplaudidas y festejadas, como la del transfuguismo político.

No podemos seguir así. Necesitamos entender que la política es el arte de gobernar, antes que el de obtener el poder. Y exigir, de nuestra clase política, un poco de responsabilidad y de congruencia. Antes de que sea demasiado tarde.

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